Tendencias & Coaching

Soy un egoísta

Publicado por
Alfredo Varona
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De ésta espero salir mejor persona. Cuando alguien de tu familia te retransmite el riesgo, “el próximo puedo ser yo”, entiendes que el miedo no es que se suspenda una carrera o que un vecino te pueda llamar la atención por bajar a estirar las piernas en el garaje de la comunidad. El miedo es algo más importante.

En esta carnicería humana, que estamos viviendo, no se me ocurre escribir hoy de correr. Quizás porque hoy estoy cansado. Estoy cansado de llamar a mi hermano y de que me diga que esto parece una guerra, que el próximo en caer en el hospital puede ser él, que hoy han caído otros tres o cuatro médicos. Uno de ellos con consecuencias imprevisibles como el de cirugía, que la primavera pasada hizo el maratón de Madrid y que hoy ha sido ingresado en la UCI. A saber qué vida puede correr. Rezaremos por él.

Sabemos que todos estamos en riesgo. Pero cuando alguien de tu familia te retransmite el riesgo, cuando alguien de tu familia entra en habitaciones de pacientes que tienen ese virus y que pueden contagiarle, cuando a esa misma habitación se niega a entrar el encargado de mantenimiento porque no tiene protección, cuando todo eso ocurre el mundo no te ayuda a ser egoísta. De repente, me olvido de que no puedo bajar a la calle a correr ni me parece apropiado dar el pésame a los atletas de élite porque los JJOO de Tokio se retrasan un año.

Cuando todo eso ocurre me gusta ver las calles vacías. Me complace abrir las ventanas y no escuchar casi ningún ruido. Prefiero los aplausos de las ocho de la tarde a ver una medalla olímpica. Quizás porque uno nunca está preparado para que alguien de tu familia te diga, ‘el próximo puedo ser yo’, metido hasta las cejas en esa guerra del Vietnam en la que no siempre gana el mejor. Pero esa es la vida ahora de los hospitales. Allí se echa de menos un libro de instrucciones para no tener miedo pero cómo no vas a estar ahí. Ése es tu trabajo. Para eso te formaste. Nadie te garantizó que algún día no fueses a vivir situaciones como ésta: la obra maestra de la agonía.

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Siempre he utilizado una parte del día a pensar en mí, en mis escritos, en mi trabajo, en mis entrenamientos. Pero ahora me cuesta más. He entendido que no todo es malo en el miedo. El miedo nos hace mejores personas. El miedo es escuchar a tu hermano decir, “el próximo puedo ser yo”, y no poder decirle ‘quédate en casa’. El miedo no es que se suspenda una carrera o que un vecino te pueda llamar la atención por bajar a estirar las piernas en el garaje de la comunidad. El miedo es otra cosa. El miedo es una profesión sin horarios cuya fecha de caducidad no figura en ninguna parte.

Nunca había vivido un año tan difícil como éste. A mi madre le operaron en diciembre de un tumor en las cuerdas vocales. Cuando mi hermano me llamó para decirle qué tenía mala pinta lo que le pasaba a mama no pude seguir escuchándole. Colgué y me puse a llorar como hacía años. Aquella tarde no me atreví ni a llamar a mi madre por teléfono. No quería sentirla vulnerable a ella, que siempre me pareció invulnerable. Al final, la operaron de urgencia y todo salió bien. Cuando salimos del hospital la pedí que no me hiciese ningún regalo de Navidad. El mejor ya me lo había hecho.

En este mismo año mi mujer lleva de baja desde el mes de septiembre. El martes pasado le operaron por tercera vez por culpa de una piedra de 2 centímetros y de múltiples cosas en el riñón. Entrar en el hospital fue como entrar en campo contrario. Los únicos que no llevábamos mascarilla éramos nosotros porque no la encontramos en ningún lado, en ninguna de las farmacias a las que fuimos. Yo no quería tener miedo, pero se me ocurrió  pensar, ¿y si salimos contagiados de aquí? Y, en principio, no debería ocurrir nada pero puede ocurrir.

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Mientras esperaba que ella saliese del quirófano, hubo un rato en el que me dediqué a subir y bajar escaleras. Yo mismo me pregunté qué estaba haciendo y entonces me di cuenta de que no estaba moviendo las piernas, sino moviendo la cabeza, alejándome del silencio de la habitación y del teléfono en la mano. Quiero mucho al teléfono porque cada día me hace mucha compañía pero hay momentos en los que me satura. Necesito entonces decirle adiós: no podemos estar todo el día juntos.

Hoy, no sé ni por qué cuento todo esto yo, que siempre he pensado que soy un tipo discreto. Pero en días como estos me cuesta más escribir. Quizás por eso hoy no me imagino escribir de correr. El silencio ha establecido una relación muy estrecha con las calles. El drama se ha apoderado de hospitales como en el que trabaja mi hermano. De ver a 25 pacientes al día ha pasado a 125. Eso no es justo. Esa exposición al riesgo no existe ni en el kilómetro 1 del maratón. En cualquier momento puedes perder el control de la situación y no sabes lo que puede pasar. El cirujano, que hasta ayer estaba trabajando, hoy ha dormido en la UCI.

En estos días, después de 4 años casi ininterrumpidos cada semana, es la primera vez que me siento incapaz de escribir de correr en esta web. Pero hoy sentí que debía escribir de ese trago que sabe tan amargo: el miedo, ese miedo que acostumbra a colarse en nuestras vidas sin pedir permiso. Hoy, les he contado el mío que por norma soy un tipo que cree en los finales felices. La vida también es un mensaje de ánimo. Igual que mi madre ya se ha recuperado con brillantez, llegará el día en el que el urólogo le dirá a mi mujer ‘todo ha terminado’ y también llegará el día en el que mi hermano volverá a llamarme para contarme cómo le han salido esa tarde las series en la pista de Vallehermoso.

Y volveremos a salir a la calle en vez de asomarnos a la ventana. Y cuando llegue ese día ya me habré librado del ser perverso que hoy habita en mi interior, “el próximo puedo ser yo”. Habré ganado posiciones en el ranking de la vida en la que, a medida que te haces mayor, descubres que al final todo consiste en ser lo menos egoísta posible. Y la gente a la que nos gusta tanto correr podemos ser muy egoístas. Y a veces se nos olvida que hay cosas más importantes que estar lesionado o que le cierren a uno las puertas de la calle para correr.

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Alfredo Varona