La motivación es la clave para la consecución de cualquier objetivo. Sin ella cualquier cosa que hagas carecerá de sentido; si no te motiva y puedes no hacerlo, no lo haces.
Hay actividades que desearíamos incorporar en nuestra rutina por lo saludable, o por lo cool, o por infinidad de motivos. En estos casos la motivación pasa por una meta que trasciende a la actividad en sí, ya que esta es un mero vehículo. Por ejemplo, “me voy a dejar una gran barba para follar más” o, “voy a empezar a correr para bajar de peso… y así follar más”; la barba te pica y te molesta, pero tratas de luchar contra las inclemencias capilares por la consecución de tu objetivo, y no es complicado porque lo único que tienes que hacer es no hacer nada. Empezar a correr es desagradable por no estar acostumbrado, te duele todo, te cansas muchísimo, tienes que invertir tiempo, sudar, limpiarte el sudor, estirar, te pones colorado como un tejo… Es complicado hacer algo que a priori no te gusta, solo para conseguir un objetivo secundario.
Pero lo bueno de correr es que si superas el costoso primer envite empiezas a disfrutar y se convierte en la actividad deseada, porque por sí misma aporta bienestar. De hecho si persistes lo suficiente coquetearás con la obsesión, sufrirás por perder un entrenamiento, adelgazarás “demasiado” y te alejarás del canon estándar de peso perfecto; casi sin darte cuenta te estás alejando también del objetivo inicial que era hincar la cometa pero, lo mejor de todo, es que te da igual.
Pues hace unas decadas los compañeros de trabajo pensaban que si corrias no follabas…que no era compatible vaya!!