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Reyes Estévez: "Me tomaba una tableta de chocolate entera"

Publicado por
Alfredo Varona
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A los 43 años, ha vuelto a competir a 3’15″/km. Se acuerda del niño de 9 años que en su primera carrera hizo 3’06” en el 1.000 que es lo que impidió convertirse en mecánico de coches. Luego, le moldeó Gregorio Rojo, su viejo entrenador, que le enseñó a comportarse. “No quiero que celebres las victorias como un chulo”.

Su nombre no consiente la indiferencia de nadie. Ni siquiera la suya que en su época se reconoce como “un rebelde”. Pero así fue el Reyes Estévez (1976) que nos hizo soñar tantas veces. El hombre que ahora tiene 43 años. El mismo que ha sabido volver a correr, a recuperar el peso, a comer como se debe. “No me encontraba bien de salud”.

Ha hecho hasta maratón en 2 horas 33 minutos y, como no le duele nada, está entusiasmado en ir a más. “Ahora, a 3’15” voy bien pero cuando me meten un cambio a 3’05” parece como si me pusieran a 2’40”, explica con la voluntad del hombre que ama lo que hace. “Si haces lo que te gusta no existen los sacrificios”, añade ahora como embajador del running en Caixa Bank, donde 575 empleados, que van a correr el maratón de Barcelona, le escuchan como Reyes Estévez les dice las cosas a la cara: “Hay mucha gente que piensa que corre bien y no sabe correr. De ahí la importancia de la técnica de carrera”.

Qué talento tenía usted.
R. No se crea tanto. Pero a los 9 años gané mi primera carrera y, desde entonces, la gente se piensa que si yo no entrenase lo haría igual. Pero lo que no sabía la gente es que a esa edad, mientras mis compañeros iban en bicicleta al colegio, yo iba corriendo. Al final, no se trata de las cualidades que tengas, sino de como habitúas al cuerpo, de como le estímulas.

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Tenía 9 años.
R. Exacto, me acuerdo que competí con alevines e hice 3’06” en  aquel 1.000 con nueve años, sí, ahora me costaría hacerlo, pero entonces lo vi como lo más natural del mundo.

¿No fue un milagro?
R. A esas edades no se piensa así, y mira que el que más se acercó hizo 3’15” o 3’17”. Pero sí es verdad que ahora le doy importancia y me recuerda que entonces me estaba preparando sin saberlo y también me recuerda la suerte de que mis dos hermanos mayores se empeñasen en llevarme a esa carrera y de que un monitor me viese y me dijese: ‘oye, chaval…’.

Cómo pasó el tiempo.
R. Sí, es verdad. Ahora, que tengo 43 años, me hace ilusión recordar todo lo que quedó detrás, porque fue tan difícil… Me doy cuenta ahora que estoy descubriendo el atletismo popular en el que sólo me dedico a escuchar al cuerpo. Según me vea, hago. Y esto es vida, esto sí es salud y la suerte es que, después de lo que he machacado, a los 43 años puedo seguir haciéndolo.

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Calidad de vida.
R. A nivel de salud me ha venido muy bien, sí. Desde que me retiré en 2010 nunca había dejado de correr más de un mes. Pero había empezado a comer lo que no debía. Podía ir a la nevera a coger una onza de chocolate y, al final, me tomaba la tableta entera. Me había puesto en 95 kilos porque la única cosa que no perdemos los atletas es el apetito: comemos como limas.

Incluso cuando uno no entrena come más.
R. Sí, porque es la manera de matar la ansiedad hasta ese día en el que me vi al espejo y me dije: ‘oye, y tú ¿qué estás haciendo? ¿qué quieres superar los 100 kilos?’

P: El tiempo le convirtió en un maestro.
R. Bueno, maestro… Eso no lo veo yo tan claro. Pero sí es verdad que lo que soy se lo debo a la gente que estuvo conmigo. Mi primer monitor fue cauto conmigo. Me pudo sobreentrenar y, sin embargo, supo respetar etapas. Luego, tuve a Gregorio Rojo de entrenador y me doy cuenta de que sin él no hubiese hecho nada. Fue el entrenador de mi vida. Tuvo tanta paciencia… A los 18 años, yo más bien era un rebelde.

Eso tenía oído.
R. Aún me acuerdo de sus gritos, de sus silbidos para frenarme. A los 15 años yo ya me sentía tan fuerte que quería irme con los senior, y no era lo que se debía hacer, claro. Sus broncas fueron bestiales y a mí me costaba entenderlo. Hoy, sin embargo, comprendo que llevaba razón. Que más sabe el diablo por viejo que por diablo.

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Nos quedó la idea de que a usted le faltó algo.
R. Según se mire. Yo siempre entrené lo que debía entrenar. Quizá sí es verdad que el descanso invisible no fuese el más idóneo, porque me gustaba vivir la vida…, lo reconozco. Pero en el día ‘d’ y en la hora ‘h’ siempre estuve donde debía y a ese nivel la gente es tan buena…, que puede pasar de todo. No siempre puedes ganar tú.

Si se ve así, entonces lleva usted razón.
R. No, lo que quiero decir es que, igual que pude lograr más, también pude lograr menos. Seamos sinceros. La vida es así y yo puedo recordar que la última medalla de 1.500 en un Mundial  fue la mía en Sevilla en 1999 y se han cumplido 20 años lo que da una idea de donde me movía o de donde nos movemos.

No arrepentirse de nada es lo importante.
R. No me puedo arrepentir. No debería. Todo lo que he sido se lo debo al atletismo. Yo era un chaval de Cornellà hijo de un albañil que tenía la ilusión de ser mecánico de coches. Veía un motor y me volvía loco. Aunque fuese el de un cortador de césped. Cuando terminé la EGB y me preguntaban: ‘chaval, ¿a qué quieres dedicarte?’, lo tenía claro: ‘Mecánico de automoción’.

Pero apareció el atletismo.
R. Así fue.

¿Fue la vida perfecta?
R. Nadie tiene la vida perfecta. Siempre se cometen errores. Hasta es bueno tropezar. De lo contrario, no rectificarás nunca. No aprenderías de tus errores. Por eso hay que cometer errores y hasta no dejar de cometerlos. Es necesario. No podemos evitarlo. No conozco a nadie que no se haya equivocado nunca.

¿Qué error suyo le hizo más daño?
R. No sé. Pero quizá la táctica de carrera. Nunca pude renunciar a mí mismo. Siempre corrí con el corazón. No hacía caso a la cabeza. No me pesaba quien tuviese al lado. Todavía recuerdo la final del Mundial de Sevilla cuando pasamos el 1.000 en 2’18”. Un atleta más cerebral que yo se hubiese quedado a esperar detrás de Fermín. Pero yo fui incapaz, porque el estadio rugía y yo pensé, ‘hoy voy a ganar y voy a bajar de 3’30”, es la ocasión perfecta’.

Vivió usted la época de El Guerrouj.
R. Recuerdo que un año fui un mes a entrenar con él en el Atlas. Cada día salía a entrenar a lo sumo a las 9 de la mañana y lo hacia a unos ritmos y yo, que nunca había llevado pulsómetro ni cronómetro… Y, de repente, me dice hoy hemos rodado 15 km a 3’15” que a esa altitud es una barbaridad. Y luego, claro, bajé a competir y no iba, pero es que me dejé allí todas las fuerzas.

¿No mereció la pena?
R. Claro que sí valió la pena. Faltaría más. Me acuerdo que por las noches me invitaba a cenar a su casa y poníamos vídeos de las carreras e imagine lo que era ver una carrera a su lado. Por eso aún me emociono al escuchar su nombre: este año volví a verle en el mitin de Madrid y fue muy emotivo.

¿Resolvió usted la vida con el atletismo?
R. No estoy mal, pero no llegué a tanto. No me hice multimillonario y no siempre acerté con todo lo que hice. A lo mejor, debía haber invertido más en ladrillo. Pero es lo que le decía antes: uno aprende de sus errores, es la mejor manera de aprender.

Ahora, que trabaja usted con la cabeza, es importante que recuerde esto.
R. Sí, quizá. Soy el embajador de running de Caixa Bank y 575 empleados van a correr el maratón de Barcelona y yo les cuento mi experiencia, les hago planes de entrenamiento…hago, en definitiva, lo que me gusta, pero sobre todo trato de convencerles de la técnica de carrera: mucha gente piensa que corre bien y no sabe correr.

Ahora hace usted de Gregorio Rojo.
R. Si pudiera…, pero lo intento, sí, porque fue mi maestro y tuvo tanta paciencia conmigo… Me enseñó a no ser un chulo. Aún recuerdo la primera vez que gané una carrera con él. Levante el brazo con el dedo hacia arriba. La bronca que me cayó el lunes fue inolvidable: ‘no vuelvas a hacer eso, tú no eres quien para faltar el respeto a nadie’. Aquel día no lo olvidé jamás como la primera vez que me acompañó con 15 años a la Olimpiada de la Juventud en Holanda. Gané y le vi a él más feliz que a mí. Fue maravilloso.

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