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¿Quién es el mejor atleta español de la historia?

Nos atrevemos a dar su nombre. La respuesta está en el final de este texto.  Solo son unos minutos de lectura, un poco de paciencia… 

Ha pasado tiempo. El 16 de febrero cumplió 50 años y hoy tiene cuerpo de lo que es, de señor mayor, que nos recuerda que el atletismo ya pasó. Que en las categorías de veteranos no encontró su hábitat. Que todo pasa y todo queda. Las arrugas tienen ese poder de decir las cosas como son. Su entrenador, que era profesor de educación física, ya se jubiló. El tiempo concede permiso a la nostalgia, que tiene unas dimensiones importantes. Nos recuerda un tiempo que también existió. Pero, por encima de todo, nos recuerda un tipo que tiene algo de enigmático. Un personaje con más prestigio que popularidad.  Porque, efectivamente, él nunca fue muy mediático, pero en la ronda de contactos, que hice para alimentar a este artículo, salió su nombre sin discusión como una parte más de la memoria. Es más, la primera persona a la que escribí fue a Sergio Fernández Infestas, unido de por vida al atletismo desde 1978 como un proceso de admisión y entrega.“Parece mentira que me hagas esta pregunta”, rebatió al preguntarle quién es el mejor atleta español de la historia. “La cosa está tan clara…”

Pero siempre he pensado que, si no pregunta, uno no aprende. Es como si no escuchase música. Y, sí, claro que yo también pertenezco a esa gente que admiró la seguridad de ese atleta en la gran competición, en la que casi nunca fallaba. Tenía esa cabeza. Tenía ese sexto sentido en las competiciones duras de verdad, que son las que no se olvidan nunca. Las que marcan diferencias, las que reunían delante de la televisión a la gente que le gustaba y a la que no le gustaba tanto el atletismo. Quizá por eso en la siguiente respuesta que me dio Gerardo Cebrián, que en aquellos años era jefe de prensa de la Federación Española de atletismo, también apareció su nombre puntual, incorregible. “A la vista de los resultados obtenidos, está claro”, dijo. “Otra cosa es saber quién fue el atleta español con más calidad. Esa es la cuestión. La pregunta entonces es más difícil de contestar, porque nada tiene que ver la época actual con la de hace 40 o 50 años. Nada tiene que ver la velocidad con la marcha, el maratón, el lanzamiento o el martillo. Es lo mismo que a la hora de elegir el mejor futbolista: nunca se elige al portero”.

Sin embargo, ese atleta del que me habla Cebrian perteneció a la distancia que más amamos. La que llevamos en la sangre: la que no es ni corta ni larga. Y ganó a portentos como Morceli en la noche más importante de todas. Y no se amilanó frente al imperio de El Guerrouj. Y nunca murió en el intento. Y, además, fue el heredero que necesitábamos de un tiempo que nos parecía insuperable: el de aquel duelo que nos dejaron González y Abascal en el que pensamos que ya lo habíamos visto todo el día que Abascal fue bronce en los JJOO de Los Ángeles 84. Pero entonces llegó él con una valentía gigante que es la que provoca que el entrenador Juan del Campo tampoco acepte la duda ante mi pregunta. “Él, creo yo”, escribe en un mensaje breve, categórico, directo a los ojos. Otro entrenador, Antonio Serrano tampoco escapa de esa idea. “Sólo tendría que hacer una comprobación con Ruth Beitia. Necesito ver el currículum de Ruth. A ver si va a ser la mejor ella. Pero si sólo hablamos de hombres entonces el mejor atleta de la historia es él: no lo dudes. No lo puede dudar nadie, porque no hay un currículum así con dos medallas olímpicas en España. Es que eso es llegar muy lejos”.

En realidad, cuando se me ocurrió este artículo, yo no lo tenía tan claro. Me vino a la cabeza la idea de Bragado y me pasó cómo a José Luis Mareca, que me pidió tiempo para pensar, “porque aquí influyen mucho los sentimientos, los momentos que uno recuerda y es fácil equivocarse”. Al rato, sin embargo, me escribió si ninguna duda: “Sí, está claro, es él”. Luego, Gerardo Cebrian fue quien más se extendió en la respuesta y me hizo recordar que la subjetividad es un arte: “Posiblemente, si la pregunta se la haces a un saltador te diga que el mejor de la historia fue Yago Lamela. Y si se la haces a un atleta sin ‘escrúpulos’ tal vez te diga que la mejor fue Marta Domínguez. En fin, tienes un buen charco por delante”.

La última consulta fue a Gregorio Parra, que retransmitió en TVE toda esa época y que, sin embargo, no iba a dar su nombre. Su memoria regresó a los JJOO de Barcelona 92, a la final de decathlon, en la que es verdad que advertimos lo imposible.“Me quedo con Antonio Peñalver y su plata olímpica en una especialidad tan épica que considero  más valiosa que los méritos de su competidor en ese momento: Yago Lamela”. Pero, a pesar de que Gregorio nos haga pensar, entiendo que a estas alturas él ya ha ganado esta votación por una amplia mayoría. Y él es Fermín Cacho si es que alguno de ustedes aún mantiene la intriga. Sí es verdad que han pasado muchos años y que los años olvidan rápido. Pero nunca es tarde para recordar que él fue campeón olímpico de 1.500 en Barcelona 92 y subcampeón en Atlanta 96; que fue campeón de Europa en Helsinki 94 o que obtuvo dos platas mundiales en 1.500. Todo eso reduce distancias con la perfección.

También podría recordar que bajó de 3’30” en la distancia (3’28″95) y que hasta en sus días finales fue un atleta competitivo, durísimo de pelar. Aún le recuerdo salvando el orgullo en el Mundial de Sevilla 99 cuando ya no era ni sombra de lo que había sido. Qué carrera, porque él era así:  un tipo que aceptó su destino de morir matando en la pista. Recuerdo que luego hizo lo imposible para ir a los JJOO de Sidney 2000. No lo logró, pero esas cosas no sólo se recuerdan con pena. También con admiración por un atleta, Fermín Cacho, cuya motivación eran palabras mayores. Si supiera transmitirla hoy sería el entrenador perfecto. En su momento hubiera sido tan bueno como el mejor en esa generación de mediofondistas británicos de los ochenta (Coe, Cram , Ovett) que le precedió. Quizá por eso mi querido Sergio Fernández Infestas seguramente lleve razón: “Parece mentira que hagas estas preguntas”. Pero entonces solo se me ocurre recordar lo que aprendí en la Facultad: el periodismo no es saberlo todo, sino preguntarlo todo.

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P.D. Otro día, más adelante,  haremos este mismo texto de las mujeres.

@AlfredoVaronaA 


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