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Que tengas mucha suerte, Julia Vaquero

Oslo, Atlanta, Charleroi, Ciudad del Cabo… Todo eso ya pasó en la vida de la inolvidable Julia Vaquero que ahora tiene en mente una idea prodigiosa para volver a encender la luz: terminar un maratón

Señoría:

Si usted me lo permite hoy viajaré a A Guarda (Pontevedra) donde vive esta mujer.

Es una mujer de 50 años que me parece que continúa en lucha frente a su pasado.

Hace años su cabeza se desordenó. No la juzgo porque nos puede pasar a cualquiera.

Hay cosas que no dependen de nosotros.

Sólo quiero contarle que cada día lucha frente al desorden y que el desorden la agota en su pueblo en Pontevedra, junto al mar Atlántico: las rarezas del mar.

Allí, como en cualquier otro sitio, los recuerdos fueron incapaces de mantenerse vivos, de compartir el mismo café con leche durante toda la vida.

Señoría:

Esta es la historia de una mujer que fue una atleta fantástica.

Si usted no la reconoce es un error.

Su nombre no consiente la indiferencia.

Ninguna mujer española ha corrido tan rápido los 5.000 metros como ella los corrió en 1996 en Oslo: 14’44”.

Por cierto, no podía haber elegido sitio mejor.

También le podría hablar de los JJOO de Atlanta en 1996 donde se portó como una más entre las mejores del mundo: Fernanda RibeiroGete Wami,  Derartu Tulu (que sé yo)

Y de tantas carreras. Y de tantos momentos como cuando fue siete veces campeona de España de cross.

Pero siempre, siempre, le diría:

Esta mujer tuvo algo diferente, Señoría.

Sus piernas eran una coalición perfecta en la pista y nosotros sólo queríamos felicitarla, presumir de ella porque en aquellos años 90 era tan fácil.

También le tengo que decir que su vida se ha contado en muchos sitios: que no estoy siendo nada original, que no lo pretendo.

Ella misma nos ha contado que los años agriaron su vida.

Que la amargura del día después fue como una película de terror.

Que su situación económica desespera y que no hay nada más difícil que luchar frente a una misma.

Ella y el proposito de enmienda se han convertido en una pareja interminable destinada a entenderse algún día: el deseo, pese a todo, no pierde los modales.

Señoría: me preguntará usted porque hoy le hablo de esta mujer.

Se lo voy a decir: hace años la entrevisté y desde entonces casi todos los días, sin casi ninguna excepción, recibo algún whatsapp suyo.

Puede ser una fotografía de su pasado con el uniforme de la selección; un recorte de prensa de un tiempo que no volverá; una reivindicación frente a su caída, un audio en el que se escucha el ruido del mar o un video en el que se saborea su impaciencia.

Nunca la contesto porque no sé qué contestarla.

Pero cuando lo cierro, cuando regreso a la vida real, siempre pienso que es un mecanismo suyo frente a esa guerra de Vietnam en la que le diría que ella habita.

Sé que hay más gente a la que Julia escribe a diario como al hombre que puso voz a su talento en la televisión: el mítico Gregorio Parra, que hoy es un jubilado al que el atletismo actual ya no le roba los besos.

Pero, por lo visto, Gregorio siempre le dice ‘esta es la buena Julia’, ‘confia en ti, Julia’, ‘ lo vas a lograr, Julia, lo vamos a lograr’.

Y Julia se anima pero ¿sabe lo que pasa, Señoría? , 24 horas metidas en una sola cabeza a veces duran mucho.

Mire usted, este texto es mi regalo de Navidad a Julia Vaquero y a todo lo que nos dio y a toda la vida que le queda por vivir (que espero que sea maravillosa).

Después de años sin hacerlo, Julia, por lo visto, ha vuelto a correr.

Ya no desafía al cronómetro como a las audiencias de televisión.

Sus piernas ya no le dejan.

Pero se ha ilusionado con la idea de terminar algún día un maratón porque esa es la magia de los 42,195 kilómetros, que es como un regalo de reyes.

La gran Jean Benoit Samuelson los definía como “un océano bello pero peligroso”.

Quizás como el mar que cada día hace ruido en A Guarda, en Pontevedra: la fotografía nos la presta Julia Vaquero que vive allí, en un sitio paradisíaco, donde a tantos nos gustaría vivir.

Allí Julia se pelea por ser feliz, Señoría. La naturaleza le presta su ayuda y ella se convence de que este es un asunto vencido, pero a veces reaparece el serperverso que habita en cada uno de nosotros.

Es la batalla de Julia como cuando perseguía a Sonia O’Sullivan.

Como cuando descubrió que de los callejones sin salida también se sale.

Se tarda más o menos pero se sale.

Gregorio Parra le ha prometido que estará en la pancarta de meta de ese maratón con el que sueña Julia.

Viajará y la esperará. Tarde lo que tarde: ya no hay una pistola en el pecho.

Y se abrazará a ella en alta definición y la dará la enhorabuena como se la dio en Oslo, en Charleroi, en Marraquesh o en Ciudad del Cabo cuando ella, Julia Vaquero, fue una de las mejores atletas del mundo.

Y, ¿sabe lo que pasa, Señoría?, que hoy todo esto también hace ilusión contarlo.

Y no sé si usted me entenderá pero me parece que solo le estoy pidiendo clemencia para una mujer a la que la vida ya dijo demasiadas veces que no.


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