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Puerto de Navacerrada: donde los atletas vienen a trabajar

A 1.880 metros de altitud, con sus virtudes y sus defectos, la historia nos recuerda que este sitio está especializado en recibir atletas y en fortalecerlos para la guerra.

Esta historia puede arrancar en la habitación de un hotel en la cima del puerto de Navacerrada, a 1.880 metros de altitud. Un hotel que representa la tradición familiar más pura y que lleva toda la vida recibiendo atletas. Así que sus dueños sabrán lo que se cuece en la cabeza de cada atleta. No son huéspedes al uso. No vienen a descansar sino a trabajar. La experiencia se hizo sabia. Los dueños vieron pasar a muchos atletas ya. La diferencia es que los atletas de antes no venían acompañados de ese teléfono móvil que hoy te impide estar solo. A lo sumo, traían una novela o un libro de texto. Bajaban a la cafetería a leer los periódicos y no podían elegir entre demasiados canales de televisión. Pero más allá de eso no cambió nada en Navacerrada. Los atletas siguen mirando hacia arriba y sólo ven montañas y árboles que pueblan las montañas. Y entre ellas casi siempre asoma algún pico nevado que recuerda el invierno, que se resigna a desaparecer como los sueños que se niegan a darse por vencidos. Al fin y al cabo, a todos los atletas les iguala la sensación de sentirse importantes. La historia es un lugar en el que todos piensan que tienen algo que hacer. 

La diferencia es que el Puerto de Navacerrada, a 1.880 metros de altitud, siempre está ahí. Con su vida. Con sus silencios. Con sus virtudes y sus defectos que nos recuerdan que este sitio está especializado en recibir atletas y en fortalecerlos para la guerra. Porque la montaña es un maestro mudo que  te regala sus virtudes. Un  libro que nunca pasa de moda y del que, sin embargo nunca se habla lo suficiente. Valiente contradicción como la que se encierra en el arcén de esta  carretera que separa a Cotos de Navacerrada: esos siete kilómetros seguidos que a esa altitud parece imposible de imaginar tan planos. Pero ese es otros de los reclamos que nunca dejará de traer atletas hasta aquí, hasta esta pequeña parte del mundo ubicada a 60 kilómetros de Madrid y a 30 de Segovia. Hoy, me parece que sólo me estoy poniendo de pie para homenajearla, para recordar todas las cosas que pasaron por aquí y terminaron en el podio. Esa es la montaña de Navacerrada y sus 1.880 metros. No me atrevería por nada a olvidarlo: la montaña es un lugar muy serio.  

Los años pasarán y cambiarán miles de cosas en el mundo. Pero aquí no cambiará nada que no sea el pavimento de la carretera, el clima o la fecha de nacimiento de la nieve. En realidad, Navacerrada representa un alegato al atleta de toda la vida: al atleta que se presentaba aquí solo o, a lo sumo, acompañado de otros atletas. Gente que salía de su zona de confort y que, como los que vienen ahora, tampoco traían ni a su entrenador ni a su fisioterapeuta. Gente que sabía que la pista más próxima queda en Segovia y el gimnasio más cercano en Alpedrete. Desde ese lado Navacerrada perdió su batalla frente al tiempo porque, hoy en día, hay estaciones invernales que lo ofrecen todo. Pero aquí está uno escribiendo de Navacerrada porque todavía hay entrenadores que me dicen que sus atletas se marchan una larga temporada a entrenar a Navacerrada. De ahí que posiblemente este artículo sólo sea una cuenta pendiente con la montaña. Y, además, no siempre se puede escribir de la gente. También hay que hacerlo de los sitios aunque los sitios nunca vayan a protestar. Pero el hecho de que no protesten no significa que no se lo merezcan. 

En realidad, Navacerrada es como la casa de la pradera. Un mundo que te recuerda que en cada montaña hay un  milagro. Un mundo en el que es radicalmente imposible pensar que vas a venir a entrenar aquí y no vas a mejorar con su deuda de oxígeno. Porque la historia lo demuestra. Así que nunca es suficiente todo lo que se escriba de la historia. Sin ir más lejos, yo mismo hoy, que llegué aquí a pasar la mañana, a respirar el aire que no se respira en la ciudad y ahora me veo escribiendo de Navacerrada. Un territorio sagrado para el atletismo español como explican los antepasados de los atletas de ahora: esos tres tipos Martín, Diego y Alberto, que se pusieron de acuerdo para preparar el maratón del Europeo de Helsinki 94 en Navacerrada. Compartieron ambición y no engañaron a nadie. Quizá por eso la montaña tampoco les engañó a ellos. Unas semanas antes de marchar, terminaron un rodaje de 32 kilómetros a casi 3’00″/km que era un presagio de grandes cosas. 

Por eso hoy no sólo regreso a ellos, sino a todos esos atletas, a las generaciones que pasaron y a las que vendrán que convirtieron el puerto de Navacerrada en esa idea en la que todo se resume en dormir, comer y entrenar. Por eso en este pequeño hotel empezaron tantas historias. Por eso esas habitaciones representan el paraíso. Nos trasladan a un atletismo en el que a la ciencia no se la concedía tanta influencia. Nos trasladan a un mundo en el que se creía más en las intuiciones y lugares como este hotel, digno de ‘Cuéntame’ no tenían problemas para triunfar. Se imponía el sabor de las cosas bien hechas, la comida de cuchara y la sensación de que entre las cuatro paredes de aquellas habitaciones podían fortalecerse las ambiciones más potentes. El podio del maratón del Europeo de Helsinki 94 fue su expresión más pura. Y, sí, fue hace 25 años. Y, sí, es verdad que desde entonces la vida ha cambiado mucho. Y que lo que ayer era una conferencia de teléfono, que valía un riñón, hoy se soluciona con un mensaje de Whattsap que llega al momento.  Pero también es verdad que Navacerrada no ha cambiado nada. El extraño encanto del silencio nos sigue ayudando a encontrar lo mejor de nosotros mismos. 

@AlfredoVaronaA 


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