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"Prefiero perder 1.000 € a perder valores"

El frutero Jesús Olmos (30’16” en 10 km y 1h06 en media) se niega a competir con un atleta investigado por dopaje en la Copa de Aragón. “Mi época en el ciclismo me enseñó que se hace así”.

Las cosas no sólo se dicen. También se hacen. El poder de las palabras es limitado. El de los hechos, infinito. Quizás por eso, antes de empezar, pediré un aplauso para él y para los que son como él: Jesús Olmos. Un frutero de Zaragoza con un talento importante para correr que en el último Cross de Zuera, en la Copa de Aragón, hizo caso a su conciencia. “Me negué a correr si corría Said Aitaddi, un atleta marroquí que vive en Calatayud y que está investigado por la supuesta posesión de productos de dopaje. Me niego a compartir el podio con gente en esa situación, sobre todo porque, si el día de mañana es sancionado, no va a devolver el dinero que gana en estas carreras”. La leyenda resulta ya muy molesta en Aragón. Hasta hay quienes aseguran que Rachid Nadij, el entrenador de Aitaddi, amenaza a los atletas que se niegan a subir al podio con Aitaddi. También duele recordar que ese mismo entrenador fue sancionado por la IAAF por dopaje. Así que me parece un adelanto encontrar a gente como Jesús Olmos, capaz de abandonar las palabras y de cortar por lo sano.

“Prefiero perder dinero a perder valores”, explica él, “y quién dice los 120 euros que te pagan en una carrera dice 1.000, 3.000…, los que sean. Pero es que los valores son importantísimos. El día que se pierden no sé si se recuperan. No quiero pasar por esa prueba”, añade Jesús Olmos al que no  traje hasta aquí para dar lecciones a nadie, porque, en realidad, a nadie le gusta que le den lecciones.  Pero a menudo sí es coherente insistir en el valor de los hechos, de un ‘no’ a su debido tiempo o de la conversación que compartes con un tipo que cada día se levanta “a las dos y media de la mañana” y, aun así, ya ha sido capaz de correr en 30’17” en 10.000 y en 1h06 en media. Lleva solo tres años corriendo, “desde que mi mujer me regaló unas zapatillas a ver si me animaba a hacer deporte. No había ninguno que me motivase desde que dejé el ciclismo”.

También había llegado a los 78 kilos. “Estaba inflado”. Nada que ver con los 62 de su época de ciclista, donde llegaba a hacer 24.000 kilómetros al año y a no negociar nunca más los  valores que aprendió de aquel equipo BH “en el que, si se abría una investigación por dopaje, el equipo automáticamente se retiraba tres meses de la competición“. Quizá por eso ahora habla tanto de la ética, “porque esto no es un anuncio de televisión: tú no puedes decir ‘no pasa nada’ cuando estás ganando un dinero por correr, sea el dinero que sea, porque ese dinero le puede corresponder a otro que se está sacrificando limpiamente, que está utilizando su fuerza de voluntad”. Jesús Olmos podría hablar de sí mismo. “Claro que sí, perfectamente. Pero no porque yo tenga un trabajo que pueda parecer más duro, porque, a fin de cuentas, si cogí la frutería de mi padre, tal vez es porque no valía para estudiar. Es más, todavía no sé si valdría para hacer lo que hace mi mujer, que es profesora de inglés y que aparentemente es un trabajo más cómodo”.

“La verdad es que prefiero lo mío y con esto lo que pretendo decir es que a todos, tengamos la profesión que tengamos, nos cuesta trabajo encontrar tiempo para entrenar”, añade Olmos, reflejo de una manera de ser. “Creo que eso merece un respeto cuando vas a la competición. No tengo miedo a nadie, pero me gusta competir en igualdad de condiciones. No me importa decir y hacer lo que pienso”. Por eso insiste en “la fuerza de voluntad” en la que está domiciliada su vida. “Creo que la tengo dominada. Nos conocemos perfectamente. A los 16 años ya entrenaba cinco o seis horas en bicicleta. Quería ser ciclista. Luego, llegué a competir en profesionales. Pero precisamente entonces entendí la ética del deporte: tu esfuerzo merece tanto respeto como el de los demás. Porque es muy difícil estar ahí. De hecho, yo no lo vi claro y lo dejé”.

Así lo explica ahora, reconvertido casi en atleta de élite en unas circunstancias anómalas. A las dos y media de la mañana, cuando se levanta, desayuna  “tres tostadas de aceite con jamón serrano y queso, un café y dos piezas de fruta”. El principio de jornadas de 12 o 14 horas de trabajo hasta que llega la siesta. Su actividad le implica comer nueve veces al día. “Bueno, en mi caso, estas son las cosas de ser un pequeño autónomo… Pero no pasa nada. Cada uno se acostumbra a la vida que tiene. No te hace ni más ni menos que los demás. Solo es tu manera de ganarte la vida que, para mí, es verdad que empieza yendo a comprar de madrugada con la furgoneta el género al Mercazaragoza. Luego, también es cierto que estás mucho tiempo de pie, los repartos con la furgoneta a los restaurantes, las cajas …, en fin la vida, no tiene otra historia”.

Sin embargo, el cansancio no es excusa para entrenar. “Siempre se puede encontrar una hora al día”, dice, incluso, en semanas como ésta en la que ha trabajado los siete días con motivo de la Nochebuena. “No insista en sobrevalorar lo que hago”, replica a los 32 años. “Aún soy joven y puedo hacerlo. Es más, sé que puedo mejorar y claro que he imaginado en ser internacional y hasta he pensado en dedicarme solo a esto…. Sé que perdería dinero, pero serían solo unos años y si entrenando como entreno, sin pasar de los 100 km a la semana, he llegado a hacer 1h06… El otro día, antes de la media de Valencia, hice un entrenamiento de 26 km en la carretera de Castejón a 3’24” con Toni Abadía y Camilo Santiago y solo se me fueron en el 24 yendo yo a ritmo de 3’30”.

Aun así, nunca ha llegado a doblar. “Mi entrenador no me deja hacerlo con el trabajo que tengo”. Su entrenador, en realidad, es una leyenda como José Luis Mareca. “El primer 10.000 que hice me salió en 36 minutos. Fui a verle y le pregunté si me podía entrenar”. Desde entonces, nadie se atreve a averiguar donde está el final. “Sólo sé lo que le he dicho antes: no tengo miedo a nadie. No me asusta lo que pueda sufrir, porque ya sufrí mucho en el ciclismo y perdone que insista pero es que es así: yo lo siento así. Tengo la ilusión de un niño. Hago sin problema 10×400 en 1’05” o 1’06”. Quiero superarme a mí mismo”, insiste  él, que ha perdido “siete centímetros de cuadriceps” respecto a su época de ciclista “y aún debo perder más, esto tiene que ir a más”.

Los días son largos, pues Jesús Olmos se acuesta “a las diez y media o las once de la noche, no antes”. Pero parece que el esfuerzo tiene tamaño XXL en su vida. “Mi padre montó esta misma frutería hace 35 años y, una vez que se jubiló, me dio pena dejarla desaparecer. Habían sido tantos años y entonces yo no tenía un buen trabajo”. Pero hoy no sólo es la pena de ayer, sino algo tan importante como la pena. Los valores que Jesús Olmos nos ha dejado en  este rato de conversación que probablemente a Aitaddi, el atleta marroquí, no le habrá gustado. “Pero que no se preocupe”, replica Olmos. “Si resulta inocente tras el proceso judicial seré el primero en ir y pedirle perdón. Mientras tanto, me niego a competir con él. Me niego con la sombra de esa duda. No me parece ético porque en el ciclismo  en el que me eduqué me lo enseñaron así con una frase textual: ‘es mejor perder dinero que perder valores. A la larga, tu conciencia te lo agradecerá’. Y, como yo me crié así, no puedo cambiar. Mi conciencia me importa mucho”. De ahí el poder de los hechos, infinito, como les decía al principio. Muy por encima de esta cosa llamada palabras y que no siempre llegan a todas partes.


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