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"Prefiero invertir en un sueño a cambiar mi Opel Corsa de 14 años"

Historia de un policía de 34 años, Álex Jiménez, que en tres años ha hecho 29’15” en 10k y 1h05’40” en media maratón, cuyo currículum se reducía hasta entonces al 2’17” en 800 que hizo en las oposiciones para policía. “No hay ninguna ciencia que con 38 años me prohíba hacer mi mejor marca”.

Tiene 34 años y una historia que acaba de empezar. Hasta 2015 pesaba diez kilos más que ahora. Tenía una idea modesta (ganar una carrera en Guadalajara) que hoy es una idea felina: ser atleta de élite. Esta es la historia de un hombre enamorado de su propio sueño que antes en las reuniones familiares era el que se presentaba con la caja de pasteles y ahora ni los prueba. “He descubierto hasta qué extremo puede llegar la fuerza de voluntad”, explica en esta mañana en el Paseo de la Castellana, un escenario donde la lluvia nos amenaza y él es un policía vestido de paisano que se pregunta en voz alta: “¿Hasta dónde podré llegar?”

Hoy, esa pregunta es el motor de esta historia que Emilio, su hermano mayor, un enamorado de la escalada que hoy trabaja de bioquímico en el Estado de Virginia, en EEUU, vio antes que nadie: “Tú puedes ser campeón de España”, le dijo  una vez como quien no quiere decir nada. 

Emilio participaba en carreras populares. Sin embargo, Alex pensaba ‘qué pérdida de tiempo’ hasta ese día en el que obsesionó con ganar aquella carrera en Guadalajara. Y la ganó. “De la noche a la mañana se me metió el veneno en el cuerpo”. De aquello hace tres años en los que Álex “no sabía ni quién era Toni Abadía”. Pero desde entonces no sólo ha bajado diez kilos. También ha pasado de hacer 42’00” en 10.000 a 29’15” la última vez en Laredo y a no sentir ningún complejo de inferioridad: “Hay quienes me dicen, ‘¡qué pena que hayas empezado tan mayor!’, pero esto es lo que hay. No se puede luchar contra el tiempo que no va a volver. Pero nadie sabe hasta donde puedo llegar. El movimiento se demuestra andando.  No hay ninguna ciencia que con 38 años me prohíba hacer mi mejor marca”.

Esta, en realidad, es la historia de un niño, que descubrió lo que valen las cosas en un humilde barrio del casco antiguo de Alcobendas. El menor de cuatro hermanos de una familia que se iba de vacaciones al pueblo de la madre en aquel Seat 131 Supermirafiori.  “Mi padre trabajaba de jardinero, de camarero, de lo que hubiese en ese momento, y mi madre empezó a trabajar en la limpieza”. De ahí nació una fábrica de valores que también explica esta historia en la que él prefiere invertir en un sueño (“ser atleta cuesta dinero”) que cambiar de coche. Conduce “un Opel Corsa de 14 años al que no voy a jubilar hasta que no se estropee”. Quizá por eso escucharle hoy en el Paseo de la Castellana también es una forma de acertar. De la felicidad siempre se aprenden cosas importantes. 

También entiendo que esta historia vive de la alegría de poder ser. Arranca en un hombre que acaba de hacer 29’15” en 10k y que jamás se ha puesto unos clavos para correr en pista. Arranca en un hombre que cambia de zapatillas cada dos meses y al que nada más venir de Laredo su entrenador le dijo que, en 14 días, iba a correr el campeonato de España de media maratón en Sant Cugat por primera vez en su vida. Sólo le dijo, ‘lo vas a hacer bien’, y, como para él todo lo que diga su entrenador va a misa lo hizo bien: 1h05’40. Y no importó que su única preparación para la media fuera “aumentar un par de días las series de 8 a 12 kilómetros, porque hay éxitos que están en la cabeza. Si tú crees en ello, nadie te puede decir que no lo voy a lograr”.   

Sus ojos, que son soberanos en esta historia, brillan como los del niño que pasaba las vacaciones en una aldea de Salamanca de 11 habitantes o como los del policía que, recién aprobadas las oposiciones a los 24 años, regaló un viaje al Algarve a sus padres. Sus ojos no se tropiezan con las piedras, porque no puede ser egoísta. “Estoy en buena situación. Mi historia con el atletismo no es un todo o nada. Tengo la policía, donde estará el resto de mi vida. Pero ahora esta historia es tan bonita… El hecho de ver como mi novia, que tiene un hermano que es dietista, se desvive para que no falle ni una coma en mi alimentación…El hecho de compartir un entreno con Ouassim o con Javi Guerra...El hecho de que venga un chico en bicicleta en los entrenos a tirar de nosotros….  A esas cosas hay que darles valor en la vida, porque tienen valor y porque pueden no ocurrir nunca. Jamás había pensado que pudiese estar aquí y aquí estoy”.  

Por eso no importa de su madre, que está en las puertas de la preciada jubilación, le pida, “deja de correr, que estás muy delgado”. Esta es la historia de un policía patrullero de Alcobendas al que le encantaría poder coger una excedencia para entrenar, “aunque perdiese dinero”. Trabaja por las tardes “y hay días que no me queda tiempo ni para doblar”. Cada mañana sale de casa a las ocho con destino al Centro de Alto Rendimiento de Madrid, donde la primera vez que entró no tuvo más remedio que emocionarse. Se cruzó con Carolina Marín y la pidió una fotografía y, lo que es más importante, entendió que estaba “en un lugar sólo para elegidos” que se inició con aquella sugerencia de Javier, el hermano de Chema Martínez,  cuando le pasó el teléfono de Antonio Serrano. “Llámale, te conviene un entrenador como él”, le dijo visto los tiempos que Álex empezaba a hacer, todo tiene un inicio. 

 “Cuando le llamé a Antonio tenía la sensación de que estaba hablando con Dios”, recuerda hoy, incapaz de olvidar esa voz de Antonio Serrano, culpable o inocente, carne de cañón casi siempre que se puede encender el fuego. “Creo que contigo se puede hacer algo más bonito que ser el mejor popular”. Desde entonces, es posible que Álex no haya vuelto a probar ni un bombón. “Me he dado cuenta de lo mal que comía”. Los resultados se lo han recordado. Sólo en seis meses en el CAR ha bajado más de 1 minuto su marca en 10.000 lo que fortalece su declaración, sin miedo a hacerse daño. “Estoy viviendo una segunda vida”, agrega un hombre de 34 años esclavizado al alto rendimiento que, si la memoria no le falla, ha llegado a hacer 4×2.000, el último en 5’36”. “Tengo los detalles de cada entrenamiento apuntados en una libreta. No quiero que se me pase nada. El día de mañana quiero recordarlo todo”. 

 En realidad, debería estar prohibido que no existan historias como ésta.  Una historia que prolonga la esperanza de vida de los atletas. Una historia que se olvidó de la tabla de surf en la playa o de la de snowboard en la nieve con su hermano Emilio porque “los dos somos muy inquietos”. Una historia, en definitiva, que nunca se avergonzó de no saber nada de esto de correr.  “Todo mi currículum atlético se reducía a los 2’17” que hice  en la prueba de 800 para aprobar las oposiciones a policía”. El resto del tanto por ciento estaba por descubrir para un hombre al que la Blume le queda a 50 kilómetros desde casa. En Valdetorres del Jarama. Un hombre que come a golpe de los tupper que le prepara su novia antes de empezar a trabajar, a las dos y diez de la tarde, en la policía, en la calle, donde ya se ha acostumbrado a un mundo imperfecto. “Siempre decimos que los peores momentos de las personas son los que nos encontramos los policías”. 

Esta es, por lo tanto, una historia que debe leer su padre, de 70 años, y hasta su madre, que saben el hijo que tiene, pero quizá no lo que significa esta afición reservada para valientes. El poder del esfuerzo más valioso del mundo. El esfuerzo que nunca se arrepentirá de nada. El que se inicia cada mañana al volante de ese Opel Corsa que tiene 14 años y que es testigo de todo esto que tal vez puede llamarse locura. “No lo veo para la vida entera”. Pero hasta que se quede sin fuerzas no pierdan de vista a Álex Jiménez, triunfe o fracase, vaya o no vaya a unos JJOO. A su lado, encontré lo más importante que uno puede encontrar en las personas: unos ojos brillantes y un hombre dispuesto a entregarlo todo por un sueño, como cuando un hombre ama a una mujer.

@AlfredoVaronaA 


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