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Pónganse en la piel de este atleta marroquí

Perdió a su madre en el parto, trató de cruzar sin éxito 34 veces el Estrecho o durmió ocho días en un contenedor hasta que llegó a Galicia. Hoy, siendo musulmán, Aziz Fatihi trabaja en una jamonería y no para de ganar carreras. 

Es difícil encajar la derrota y la victoria en una misma historia. Pero son las cosas de la vida que en este caso te recuerda Aziz Fatihi, un atleta marroquí de 26 años que peleó hasta encontrar su destino con una valentía que a mí me parece de película. Y así se lo hago saber, pero entonces me rebate que tal vez en su lugar yo hubiera hecho lo mismo. Que no hay que mitificar nada. Que el hecho de haber dormido ocho días en el contenedor de mercancías de un barco no te glorifica para hoy ni te imposibilita para mañana. Pero sí ofrece una historia rotunda que contar, una historia que demuestra, como le explicaba Guido a su hijo Josué en la película ‘La vida es bella’, que “la oscuridad, cuanto más grande, menos se ve”. A veces, hasta saca lo mejor de uno mismo con una profundidad que, efectivamente, invita a preguntarse: qué hubieras hecho tú en su lugar?

Aziz, a los 26 años, es un personaje de una literatura asombrosa que va más allá de lo que su fotografía explica detrás de la barra. Siendo musulmán, trabaja de camarero en una reputada jamonería de La Coruña. Pero eso no significa que sus principios entren en conflicto. “Las religiones son como los libros”, replica. “No puedes juzgarlos por la tapa. Por eso yo pienso que todas las religiones son válidas y, al igual que yo respeto la mía, otros respetarán la suya”. Así que esto que hace Aziz no es defender un trabajo, sino defender una vida “en la que cada día se aprende de los demás, de los que te dan las gracias y de los que se enfadan contigo”. Pero quizás esa es la magia de que hoy él esté aquí y de que mañana pueda entrar una alta personalidad por la puerta y la atienda él, Aziz Fatihi.

“El hecho de trabajar cara al público te marca, sí, claro”, admite. “Pero una de las cosas que me ha demostrado es que prefiero aprender de la gente en vez de hacerlo en Google. Porque, al final, es la gente la que marca las diferencias”, añade con esa mirada suya, directa a los ojos, convencida de que la vida es bella. De hecho, así lo pensaba las 34 veces que trató de cruzar sin éxito el Estrecho desde Marruecos. El grito desesperado de un niño que vio tanta crueldad en ese escenario que hoy no puede olvidarse de ella. Sería un error. “Me llevé cada paliza…”, recuerda. “Vi tantas lágrimas de mujeres y hasta de niños que claro que eso me ha preparado para el resto de la vida. Me ha demostrado que la adversidad no tiene por qué ser para siempre. Me ha demostrado que no puedes quedarte de brazos cruzados viendo como el barco se va. Tienes que ir a buscarlo. Debes ir a buscarlo porque todos tenemos derecho a una vida mejor, a buscarla en Europa. Luego, ya se verá si uno la merece o no, pero nadie puede darse por vencido antes de intentarlo”.

La victoria es la de escucharle. Quizás la de ponerse en su piel. “Nunca se sabe donde está tu destino perfecto pero yo creo que lo encontrado”, dice mientras le escucha Bernardo García, el dueño de la jamonería, que es su jefe y que hace cuatro años decidió darle esta oportunidad. “Se iba a ir a la Legión Francesa, porque no conseguía la nacionalidad española. Sentí entonces que tenía la posibilidad de ayudarle y de darle un trabajo. No tuve más mérito que ése”. Desde entonces, Aziz es casi una de las señas de identidad de la jamonería, donde a menudo se dejan caer periodistas que quieren contar su historia. La de un joven que también se dedica a correr desde que empezó a hacerlo por casualidad en Valencia. “Entonces me dijeron si quería apuntarme a una carrera y dije que sí”. Pero hoy no solo corre, sino que ya ha logrado 28 podios en campeonatos gallegos lo que viniendo de un trabajo de camarero como el suyo, “en el que se pasan tantas horas de pie”, tiene doble mérito llegar a esos 4’00” en 1.500; 15’15” en 5.000 o 31’00” en 10.000 que ahora marcan su currículum. “El margen de mejora es amplio, porque yo entreno un 30% que los demás. Pero hago caso a Bernardo que también es mi entrenador y que siempre mira a largo plazo. Gracias a él, he aprendido a correr con inteligencia. Las carreras, que antes perdía en los últimos 60 metros, son las que ahora gano”.

Todo eso es parte de la vida y de la felicidad de hoy, que rebasa a lo vivido. En realidad, él, el mayor de seis hermanos, nunca fue un niño al uso. “Los otros cinco son hermanastros porque mi madre natural murió el mismo día que me dio a luz a mí en la aldea en la que vivíamos”. Quizás por eso creció con tanta prisa. Hoy, también vale todo lo que sufrió. “Siempre fijé en mi cabeza esa idea de venir a Europa porque escuchaba que significaba una vida mejor”. Por eso es incapaz de olvidar el pasado. Al fondo queda esa madre que se fue tan prematuramente y a la que no pudo dar ni un beso; esas 34 veces que las autoridades lo devolvieron a Casablanca y la cantidad de vueltas que luego dio  por el mundo (Italia, Holanda, Francia…) hasta que llegó a La Coruña. Allí apareció un personaje que a mí me parece clave en toda esta historia: Bernardo García. Su jefe. Su entrenador. Su vida. Podría ser hasta su padre. “Compré un piso enfrente de la jamonería para que Aziz se quedase aquí y no perdiese tiempo en el transporte”, recuerda.

Hoy, esta historia te mira a los ojos y te demuestra que hay historias así en la vida real. Aziz hasta celebra las Navidades “con Bernardo y con su mujer, en su casa. Allí tengo mis regalos y llevo yo sus regalos. Quién me lo iba a decir. Hasta que le conocí, yo estaba repartiendo publicidad en el puerto y veía que me tenía que ir. Que no había solución para mí. Que no conseguía la nacionalidad española y que la paciencia se me estaba agotando”. Sin embargo, no dejaba de correr y Bernardo es un hombre de 58 años que, después de 40 corriendo, tampoco ha dejado de correr. En su memoria figuran más de 200 medias y de 40 maratones que nunca se parecerán a los ocho días que Aziz durmió en un contenedor de mercancías. Pero, a su manera, correr también es un sacrificio que hoy nos vale para unir una historia como ésta. Para no dejar de recordar ‘La vida es bella’. Ni a Guido ni a su hijo Josué, ni a ese padre que decía ni a ese niño que escuchaba decir a su padre que “para ser feliz no hace falta tanto”. Y esa es la fotografía que uno ve ahora en Aziz. La del joven que nunca se resignó a perder aquel partido. Quizás por eso hoy, detrás de la barra, es un tipo feliz. “Supe no quedarme atrás y supe arriesgar. No tenía nada. No tenía ni papeles para trabajar. Pero entonces pensaba en el día en el que los tuviese. Pensaba en cómo sería ese día y ese día es cada uno de los que vengo a trabajar o me pongo el dorsal para empezar una carrera”.

Su madre lo verá desde el cielo y Bernardo le pone paz en la tierra, donde le explica que “no hay nada más importante que ser feliz”. A veces, hasta le recuerda una de esas promesas que no ha cumplido desde que él empezó a trabajar en esta misma jamoneria. Tenía 15 años. “El día que conocí a mi mujer le prometí que me jubilaría con 40 años y la realidad es que podía haberlo hecho”. Sin embargo, a los 52 años, sigue al pie del cañón, incapaz de renunciar, “y a veces no sé por qué”. Ni siquiera esas veces que vuelve a León y su madre le dice: “Hijo, para qué quieres más”. Pero quizá hay cosas de la vida que no se pueden explicar, historias como ésta suya o cómo la de Aziz que, por más que uno las escuche, no se las termina de imaginar.. Quizás por eso hoy también me he preguntado qué hubiera hecho yo en la piel de aquel niño, cómo hubiera reaccionado o cómo hubiera gritado. Y no lo sé, de verdad.


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