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Piqué: el maratón es distinto

Así es la distancia que a veces separa al fútbol del maratón. Aquí nunca se habla de valores. Se da por hecho que el asfalto es la mejor clase práctica

De Piqué uno sabe que es un formidable defensa. Un tipo inteligente capaz de defender la vida que siente. A su edad, puede que ya solo le falte vivir en Nueva York, presidir el Barça o correr un maratón. Entonces parece difícil que un hombre como él, acostumbrado a la victoria, fuese a ganar. Hasta se podría sospechar de sus posibilidades para bajar de las tres horas. Pero si terminase y hubiese una zona mixta, hambrienta de periodistas, entonces le podríamos prometer que aquí no existe el vicio: no le haría falta hablar de los valores ni ponerlos de ejemplo porque la propia prueba lo hace por él. Basta la soledad del atleta herido, el instinto de supervivencia y hasta esas botellas de agua maravillosamente alineadas en las mesas de avituallamiento. Orgullo fiel y sentimiento capaz de justificar la noche en vela como si no existiese el mañana.

En el maratón, como decían del fútbol de ayer, habita el romanticismo. La derrota no se comparte con nadie o, a lo sumo, con esos trenes de mercancías que durante horas golpean las calles y a los que uno no pone ni voz ni voto en el mes de abril. Su triunfo forma parte de libros que no abriremos nunca. Su soledad es incorregible y sus aires de grandeza se desconocen en el Congreso de los Diputados. Nunca llegarán a jugar en el Barcelona y hasta es improbable que el próximo domingo tengan un asiento reservado en el palco del Bernabéu. Entre toda esa gente los habrá mejores y peores. Pero el esfuerzo que están haciendo durante esas tres o cuatro horas forma parte de una sociedad anónima que no figura en ningún registro mercantil.

Quizás por eso representa una exposición clara de valores en los que no se trata de ganar a cualquier precio ni de celebrar penaltis que no son. Las gradas son las aceras en las que nunca existirán padres que puedan gritar a sus hijos ni periodistas en zona mixta como los que esperaban a Piqué en París. Entonces el futbolista dio contra pronóstico una gloriosa clase práctica de valores. Hasta dictó el itinerario para llegar a ellos como si fuese Jack Ryan en ‘Juego de patriotas‘. Pero quizás entonces faltó el periodista que le rebatiese como le rebaten a Jack en la película: “Dígame algo en la vida que es completamente seguro“.

Supongo que por todas esas cosas es por lo que uno ama el maratón. Al menos, el maratón anónimo en el que la rabia es como una taza de café hirviendo. El dolor es el partido que debe remontarse. La agonía forma parte de la propiedad privada hasta la pancarta de meta, donde la emoción forma parte de la inteligencia. Y entonces, en todos estos años, no he conocido a nadie que necesite poner de ejemplo a sus valores ni compararlos a los de los demás. Quizás porque el maratón es una espectacular exposición de la humildad y de gentes que tal vez en el mes de agosto no tengan para pagarse unas vacaciones en la Costa Azul. Pero eso también son los valores que a veces desaparecen de las declaraciones de los futbolistas, reconvertidos en empresas de publicidad ambulantes, capaces de convertir una zona mixta en una obra de teatro.

No sé si esta vez Piqué ha sido uno de ellos, pero me parece que no le vendría mal venir algún día a conocernos. Descubrirá otro mundo que, sin ser el más divertido, tiene su lado interesante. No pretendo engañarle. No será un mundo perfecto porque ni siquiera Humphrey Bogart e Ingrid Bergman fueron perfectos en ‘Casablanca‘. Pero sí le puedo prometer que entonces no le haría falta hablar de valores. Aquí esos, como en el fútbol de los ochenta, se presuponen. Por eso ya hicieron historia y nunca dejarán de ser una enseñanza fiel que, hasta donde yo he visto, no se reivindican en voz alta. Quizás porque el fin último de los valores es el de no compararse con nadie. Así que, si Piqué quiere contrastar esa tesis que inició en París, véngase por aquí. Siempre será bienvenido como en su momento lo fue Luis Enrique y conocerá un deporte en el que no hacen falta vencedores ni vencidos. Y, sin embargo, la emoción tiene miles de corazones.

@AlfredoVaronaA 


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