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Pablo Higuero: el tiempo que no volverá

Cuando un atleta se retira no solo cambia su vida sino tambien las de sus familiares: las emociones ya nunca vuelven a ser las mismas. Pablo, que hoy es un hombre de 31 años, nos lo relata. Él vio luchar a su primo por una medalla olímpica de 1.500 a los 9 años en los JJOO de Sidney. “Te crees que va a durar siempre y….”

Pablo tenía 9 años en los JJOO de Sidney del año 2000.

21 años después, aún es capaz de relatar de memoria la narración de Gregorio Parra en la final olímpica de 1.500 en la que corría su primo: Juan Carlos Higuero, cuya rebeldía fue como un regalo de cumpleaños.

Pablo tenía 9 años y lo recuerda todo, hasta la dentadura del ganador Noah Ngeny con récord olímpico (3’32”)

Hoy, Pablo es un joven de 31 años, que ha recorrido medio mundo, que terminó sus estudios, que es un emprendedor que ha creado su propio negocio y que todavía presenta batalla con los clavos en la pista: 4’18” en 1.500 esta última temporada.

– No es gran cosa pero, bueno, vale.

Pablo es de Aranda de Duero: un pueblo hecho a la medida de sus habitantes que jamás olvidará todos esos veranos que Juan Carlos Higuero les permitió soñar.

Pablo, en realidad, podía haber sido un personaje de Delibes: el primo pequeño de Juan Carlos Higuero que era como  si fuese su hermano menor (11 años de diferencia).

Y, claro, Pablo lo memoriza todo como si fuese un álbum de cromos y, de hecho, lo acepta:

– Qué suerte tuve.

– Tuviste suerte, sí – le digo -. Fuiste un privilegiado.

Y él responde con los recuerdos que son la banda sonora de esta historia. Y entonces se acuerda que desde los JJOO de Sidney 2000 hasta el Mundial de Berlin 2009, “cuando cayó en semifinales”, cada verano, “excepto en el Mundial de Edmonton 2001”, su primo siempre estaba ahí en la cámara de llamadas.

Y, aunque hoy sea de noche en Aranda, uno puede ver como a Pablo se le iluminan los ojos porque son los mismos ojos que marcaron su infancia, su adolescencia, su primera juventud.

Fue, en realidad, una década prodigiosa: Munich, Atenas, Goteborg, Osaka, Pekín…

Pablo iba con sus tíos a todas partes y no sólo era eso sino la preparación de los viajes, la sensación de que no podían existir vacaciones mejores ni emociones más altas que contar luego en el colegio (“mira mi primo”) ni incertidumbre más sabia.

Y es lo que me cuenta ahora de repente y lo que le hace pensar a uno en el tiempo que no volverá.

– Yo lo he pensado muchas veces – admite él.

Pablo ama el atletismo.

Hay tanta complicidad que hasta lo necesita.

Pero ya nunca será como fue cuando corría su primo, como cuando Juan Carlos Higuero desafiaba a El Guerrouj, a Baala, a Hresko, a Reyes Estévez y entre toda la familia se convencía de que “la medalla no era imposible”.

Las decepciones, que las hubo, nunca prescindieron del derecho de volver a empezar.

– Tenemos que soñar. Queremos soñar – coincidían todos.

Y no fue un sueño irresponsable porque, al final, se quedaron cerca, a 28 centésimas en los JJOO de Pekín.

Juan Carlos Higuero corría en nombre de todos ellos: era como si corriese la familia.

Y es a lo que vamos.

– Te creías que iba a ser así toda la vida, un verano tras otro, hasta que te das cuenta de que esto se acaba y llegó el día en el que se acabó – explica Pablo.

Él no tiene cara ni pinta de ser un nostálgico pero lo admite:

– Es imposible que vuelva a vivir algo así.

Y eso es lo que pretendo relatar a través de esta historia: cuando un atleta se retira no solo cambia su vida sino también la de sus familiares.

Sus emociones ya no vuelven a ser las mismas (es imposible).

Yo lo he retratado hoy a través de un hombre de 31 años que ha retrocedido a su infancia, al niño de 9 años.

Pero los protagonistas de esta historia podrían ser miles, incalculables, y quizás todos te dirían lo que te dice Pablo.

Por eso es tan importante valorar el momento por parte de los que tienen esa fortuna, reconocer que esa es una suerte, porque todo lo que tiene fecha de nacimiento en la vida también la tiene de caducidad y, en definitiva, lo que daría Pablo por volver a uno de esos veranos, a la grada del estadio olímpico de Helsinki, por ejemplo.

Y podrá volver.

Pero su primo ya no estará en la pista.


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