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Nos vemos en Jamaica

No ver ayer a ningún jamaicano en la final de 200 recordó que los tiempos han cambiado y que queda un día menos para despedir a Usain Bolt. Yo he querido hacerlo hoy.

Si no pasa nada, dentro de 20 años ya estaré jubilado, libre de cargas y, en vez de contar historias, serán otros los que las cuenten por mí. Quiero pensar que me quedará dinero ahorrado y tiempo para hacer alguno de esos viajes que merecemos para ser como los escritores y completar sueños. Y entre ellos estará Jamaica, siempre Jamaica, donde comprobaré si su himno es verdadero, ‘Land we love’ (la tierra que amamos) o si los picos de sus montañas son realmente azules como dicen en los documentales. Será dentro de 20 años y nada más aterrizar en el aeropuerto de Kingston me acordaré de Usain Bolt porque ese aeropuerto se llamará Usain Bolt. Él ya tendrá 50 años y no habrá triunfado ni en la política ni en el cine ni en la publicidad porque no quiso hacerlo. Eliane Thompson, que entonces será la primera ministra, le habrá  ofrecido toda clase de cargos con horarios a medida. Hasta el buzón de su casa, porque los buzones todavía existirán, se invadirá a diario de cartas de chavales nativos, emocionados con la idea de ser velocistas, que le preguntan si estaría dispuesto a ser su entrenador. Su motivación será el producto de lo que escuchan en casa a sus padres, que les cuentan orgullosos que ellos vieron correr a Usain Bolt y que nunca en la vida vieron nada igual. Habrán pasado veinte años pero será como si todavía fuese hoy, como si cada día volviésemos a tener la oportunidad de despedirnos de él.

Yo he querido hacerlo hoy, antes de los relevos del 4×100  de este fin de semana. Porque, si es verdad que esta será su última vez, no habrá forma de no emocionarnos, de no decir ‘lo siento’ o de no agradecerle que nos hiciese mejores personas. Por eso ya no le pediremos que no se retire nunca. Sólo respetaremos su decisión que es la forma más humana de decirle a alguien que le quieres. La  diferencia es que dentro de veinte años ya habremos tenido más tiempo para madurar esa decisión y aceptar que ese último día en el Mundial de Londres se bloqueó una de nuestras pasiones, dentro y fuera de Jamaica, donde en 2037 Bolt no deja de contestar cada una de esas cartas que recibe de los chavales en las que explica que es mejor ser honesto con uno mismo y que él no se imagina aconsejando nada a nadie porque aconsejar es un trabajo que él no sabe hacer. Así que no puede ser su entrenador. Él no es Glenn Mills, aquel maravilloso entrenador suyo, aquel hombre con pinta de predicador que tenía una paciencia o una sabiduría capaz de rellenar un libro de geografía.

Será dentro de veinte años y no seremos más viejos. Sólo tendremos más años como dirá Usain Bolt cada mañana después de levantarse junto a la bahía de Montego Bay, donde acepta que fue un afortunado y que lo mejor que puede realizar ahora es hacer uso de esa fortuna. Por eso será un personaje sin esa vanidad que se declara en las calles de Kingston, en las que la población impone su influencia. Allí, Usain Bolt tendrá su propia Avenida y decir su nombre será decir ‘te quiero’, incluido en su propio Museo, que en el ranking de visitas ya habrá desplazado claramente al de Bob Marley. Y será imposible entrar en ese museo y no volver a emocionarse. Y no volver a recordar los Juegos de Pekín, la magia aquella del estadio de El Nido, la de la primera vez que, efectivamente, fue como la del primer amor.

En realidad, en este viaje en el tiempo, que nos concede el deseo de anticiparnos al futuro, Bolt será un hombre sin capacidad para entrar en un despacho o para hacer daño a nadie. Su trabajo será el de vivir la vida, el de amanecer con un zumo natural, cerca de la arena blanca y del mar azul, el de no perdonar un día sin reggae, el de jugar partidos de fútbol en la playa, el de alejarse de los aeropuertos, el de cuidar su espalda  o  el de infringir admiración con esa sonrisa suya de la que un día se enamoró el mundo entero. Hasta los americanos, que enviaron a Justin Gatlin al Mundial de Londres con la misión, pasase lo que pasase, de arrodillarse frente a él y besarle los pies. Pero la diferencia es que esa noche de hace 20 años no sólo se arrodilló Gatlin frente a Usain Bolt: nos arrodillamos todos ante un atleta que durante mucho tiempo nos demostró que se puede gobernar sin generar antipatías. Por eso veinte años después todos siguen siendo Usain Bolt en Jamaica, ricos y pobres, cerca o lejos de las cataratas del río Dunn, donde hasta el periodismo entendió que la mejor forma de hacer feliz a Bolt es dejarle vivir a su manera. O la de acompañar a un personaje distinto, sin ninguna necesidad de explicar que él fue un héroe o de pegar puñaladas por la espalda en los negocios.

@AlfredoVaronaA 


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