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"No soy un negro, soy un hombre"

El atletismo nos sirve en bandeja esta historia que ocurrió en los JJOO de Mexico 68, que destrozó tres vidas pero que terminó por convencernos para siempre de lo que decía Martin Luther King: “No soy un negro, soy un hombre”. 

De mayor, cuando Tommie Smith (1944) fue contratado como entrenador en el colegio universitario de Santa Mónica colocó esa fotografía a su lado.

¿Es usted, señor?-le preguntaban los jóvenes atletas cuando entraban y la veían en las paredes de su despacho.

Fue en lo más alto del podio en los Juegos Olímpicos de Mejico 68. Fue en un mundo difícil con las protestas frente a la guerra del Vietnam, con aquellas imparables revueltas estudiantiles o con el asesinato de Martin Luther King en el mes de abril.

– No soy negro, soy hombre.

Tommie Smith era entonces el mejor velocista del equipo olímpico norteamericano.

Y, como Luther King, era negro.

Un negro nacido en la Norteamericana racista de los años cuarenta que recordaba que “para mantener a sus doce hijos”, sus padres se “deslomaban llenando sacos de algodón bajo la vigilancia de los capataces blancos”.

Pero Tommie Smith era un fenómeno. Quizás el velocista perfecto: el hombre que se había dado cuenta de que ni siquiera así era suficiente.

– Seguía siendo un negro al que volvían a despreciar en cuanto la medalla estaba en el bolsillo.

Y después de ganar el oro olímpico en los 200 metros. Y después de bajar de 20 segundos (19’83), desde lo más alto del podio, en vez de expresar su alegría, ejerció su derecho a la reivindicación con la cabeza agachada, con un pañuelo negro y con un guante negro y con unos calcetines negros que no le representaban a él, sino a las miserias de la América negra.

–  Somos negros y estamos orgullosos de serlo.

Lo dijo él y lo dijo John Carlos, que también era negro y que fue tercero en esa final.

Y lo defendió Peter Norman, el australiano que fue plata y que, siendo un hombre blanco, se unió a Tommie Smith y a John Carlos con una valiente pegatina en el pecho que contestaba la discriminación racial.

– Debía hacerlo -recordó Peter Norman hasta el último día de su muerte a los 64 años de un ataque cardíaco.

– Eran dos hombres que sacrificaban sus vidas por una causa pacífica.

El día que Norman murió John Carlos y Tommie Smith viajaron a Australia y cargaron el ataúd en el funeral, incapaces de olvidar lo que Norman hizo por ellos aquel 16 de octubre de 1968 en los JJOO de Méjico.

Porque no fue fácil.

En esa fotografía, que todos soñamos en el podio, ellos temblaban de miedo como explicó, años después, Tommie Smith con el puño en alto, “porque un puño es un puño. Resuena en todo el mundo. Significa poder, orgullo y fe”.

– Pensaba que me podían disparar con un rifle desde la grada.

Pero el miedo no pudo más.

Luther King decía que “si ayudo a una sola persona a tener esperanza, no habré vivido en vano”, y también decía:

– Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos.

Y miren que el precio fue muy alto, pero.

Comenzó desde la misma grada en los JJOO de Méjico: “Negros, volved a vuestra casa a África”. Y nada más llegar a la villa olímpica fueron expulsados.

La portada de la revista ‘Time’, que mostró el logo olímpico de los cinco anillos con las palabras ‘angrier, nastier, uglier’(más furioso, más sucio, más feo), fue el resumen de un acto que el mundo consideró inaceptable.

A los tres, incluido a Peter Norman en Australia, se les destrozó la vida.

Recibieron hasta amenazas de muerte y ya nunca volvieron a ser los mismos.

Y claro que fue muy duro.

Nos contaron que la esposa de Carlos se suicidó y que un oro olímpico como Tommie Smith se vio obligado “a lavar coches a tres dólares el día” para sobrevivir.

Pero, como él les decía años después a sus alumnos en Santa Mónica, mereció la pena.

– Ese gesto destruyó mi vida pero ayudó a construir mi patria. 

Porque hubo un día en el que la sociedad aceptó su error. Y tuvo el valor de pedirles perdón. Y, aunque no pudo devolverles el tiempo perdido, reconoció su legado.

Tommie Smith aún vive y, a los 76 años, nos lo puede explicar a cualquiera de nosotros en primera persona.

 


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