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No nacimos para ser tan humildes

Cuesta una barbaridad leer el nombre de un entrenador de atletismo en los periódicos. Una valiosa profesión que a veces parece a extinguir, que nos recuerda que el altruismo está pasado de moda y que en Jamaica no pasa esto. 

En su vida apenas se fusiona prestigio y popularidad. A su lado, hay poco show y apostar por ellos es tan difícil como apostar por lo desconocido. Cuesta una barbaridad leer su nombre en los periódicos y, al menos, ahora los entrenadores de atletismo tienen la fortuna de que a Gerardo Cebrián, en sus comentarios de TVE, no se le pasa el nombre ni los  apellidos de ninguno de ellos. Si no fuese por él, podríamos pasar años sin escuchar sus nombres. Justo o injusto, es lo que hay y si no se acepta eso es como no entender que sólo el 8% de los actores de cine viva de su profesión. Así que hay que ser frío para escribir de los entrenadores, no caer en la literatura salvaje ni reclamar con violencia que haya dinero público para pagarles los viajes. Hasta ahí no, porque sería olvidar que hay gente en peor estado que ellos.

Sólo hay que comprender que existen profesiones que, por encima de ser las más útiles, nunca dejarán de ser amadas. Yo lo comprendí rápido, la primera vez que me dirigí a Santiago Pérez que era el entrenador del añorado Diego García, entonces todo un medallista europeo en el maratón. Y en ese viaje aquel hombre me sorprendió al explicarme que, en realidad, él se ganaba la vida de fontanero y que, excepto en vacaciones, no podía acompañar a Diego García cuando se concentraba en el Teide. Luego, descubrí que no era un impostor y que encontrar a un entrenador, contratado a tiempo completo por la Federación, es casi tan difícil como que Sandra Bullock gritase tu nombre con desesperación.


¿Quién se imagina a un  equipo de fútbol sin un entrenador en el banquillo?

Hoy, ya casi no se sabe si la de entrenador de atletas de elite es una profesión o una heroicidad. Al menos, en un elevado tanto por ciento de esas gentes, que llegan a la pista por las tardes después de colosales madrugones para trabajar como José Luis Mareca, entrenador de Carlos Mayo y Toni Abadia, en Zaragoza, o de José Garay Cebrián en Valencia después de dar horas de clases en un colegio de Valencia. Pero así son estas gentes, antiguos románticos, capaces de pagarse los viajes o de ver sin resentimiento las competiciones de sus atletas por televisión, algo que si se trasladase a otros deportes no tendría sentido alguno. ¿Quién se imagina a un  equipo de fútbol sin un entrenador en el banquillo?  Pero este tipo de humildad del atletismo, por antigua que sea, a veces también es equivocada: no todas las locuras tienen razón.

Maria Carbó,entrenadora del grupo de entrenamiento Xef’sTeam en Vilafranca del Penedés (foto de archivo).

Así que es fácil entender que, entre las profesiones del día de mañana, la de entrenador de atletas ni cotice en Bolsa, y miren que debe ser agradecido ir a trabajar en chándal, no pisar una oficina y llegar con las energías intacta a la pista. Pero eso tendrá que ser en otros países, tal vez en Jamaica, donde que se sepa Glen Mills, a los 67 años, nunca tuvo otro empleo, ni siquiera antes de que apareciese Usain Bolt. Pero eso son otras vidas en la que la figura del entrenador no se describe con esta rabia, su mensaje está en el bolígrafo y el presidente del Estado no se imaginaría a Glen Mills completar sus ingresos entrenando a atletas populares a mansalva.

Así que sólo queda esperar que aquí vuelva a pasar así; que la nostalgia tenga razón y que volvamos a tener atletas como Abascal, capaces de pelear una medalla olímpica en 1.500 entrenando en los Picos de Europa. Si fuese así a la fuerza tendría que haber más entrenadores y los entrenadores tampoco se quejarían del intrusismo que, por lo visto, existe en su profesión y que, sinceramente, yo no creo que sea el problema. El problema no es que un tipo que sabe de esto y que no tiene carnet se atreva a prepararme un plan de entrenamiento para bajar de tres o cuatro horas. La virtud está en mejorar, no en protestar. Y si sólo se protesta siempre se puede recordar que el entrenador de Julio Rey, el único maratoniano español que ha bajado de 2 horas y 7 minutos, era su padre, que era carnicero y que yo sepa no tenía título de la escuela de entrenadores. Así que tal vez hay que entender que exista gente que sin ser entrenadores también vale para comunicar todo esto a pequeña escala. Y que lo importante no es eso, sino que las vocaciones sean optimistas, que los altruistas pasen de moda y que un tipo como Juan Carlos Granado, el sublime creador de Mayte Martínez, nunca se hubiera quedado sin trabajo en esto.

@AlfredoVaronaA


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