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El militar jubilado que guía a Jesús Gómez: un rebelde de 68 años

Benjamín Álvarez es un antisistema que está “hasta las narices de ver caer a gente buena en las semifinales de los grandes campeonatos.  Por eso le dije a Jesús en el Europeo de Glasgow que esas semifinales eran su verdadera final y que luego la final sería más fácil”. 

No había escuchado hablar de él y encuentro un tipo “un poco rebelde”, que acaba de dar un paseo por el río Arlanzón “para cargar baterías”. Un comandante jubilado de las Fuerzas Armadas Benjamín Álvarez, de 68 años, que ha dirigido a a un novato como Jesús Gómez hasta la medalla de bronce en el 1.500 del Europeo de Glasgow. “Estoy hasta las narices de ver quedarse a gente buena en las semifinales. Esta es tu verdadera final”, le dijo antes de las semifinales, en las que se atrevió a engañar al atleta. “Estás bien, mucho mejor de lo que tú te crees”, le insistió desde Burgos, al otro lado del teléfono. “Pero él y yo sabemos que no ha trabajado como debía haber trabajado”, añade ahora Benjamín, un tipo que no consiente la indiferencia. Al menos, la mía, que en una hora hablaré de lo humano y lo divino con él. Cuando quise darme cuenta no sólo me había dicho que siete días antes del Europeo, Jesús Gómez hizo un 1.000 en “2”17′”. También me contó que tiene un Opel Vectra de seis años, con 350.000 kilómetros, cansado de recorrer España para seguir a sus atletas. “Si me dicen mañana que hay que ir a Barcelona…, yo me voy a Barcelona. En las últimas tres semanas me he hecho 9.000 kilómetros”. 

 Sin embargo, no fue a Glasgow a ver a Jesús Gómez como tampoco fue el pasado verano a Berlín a ver a Dani Arce, otro de sus atletas, “porque si la selección manda a unos entrenadores, y no me manda a mí, pienso que lo único que puedo hacer ahí es molestar. Ese es su momento. No es el mío y en esta vida hay que saber respetar el trabajo de los demás”. Así que no les quepa la menor duda de que llevo razón: este señor, que se declara “un antisistema”, no deja indiferente a nadie.  “No se confunda conmigo. No soy un entrenador profesional. Soy un instructor de Educación Física de las Fuerzas Armadas“. Aún recuerda el día exacto en el que empezó a correr, ya era militar. “Fue el 9 de julio de 1972. Nos mandaron correr ocho o diez kilómetros. No lo había hecho nunca y me pareció durísimo. Pero como fui el segundo o tercero me seleccionaron. Y luego en 1975, cuando ascendí a sargento, hice el curso de instructor de Educación Física, donde había una asignatura de atletismo, ‘Sistemas de entrenamiento’. Y, a partir de ahí, empecé a trabajar en el ejército con jóvenes de todas las clases sociales, a tratar, incluso, con gente que no había hecho deporte en su vida. Y eso te da una riqueza que me parece que no se aprende en ninguna universidad”. 

Hoy, cuarenta años después, este hombre es inseparable del atletismo. Una auténtica mina al que no es tan fácil imaginar en la intimidad del pasado domingo a las nueve de la noche, final de 1.500 en el Europeo de Glasgow. 68 años le ha costado llegar hasta ahí. Pero él, sin embargo, estaba en Burgos, en la calle Victoria, “en la cafetería Arizona”, donde se reunió con “un grupo de diez o doce atletas suyos”  para compartir emociones. La diferencia es que Benjamín no se emocionó, “porque lo daba por hecho. Llámeme loco, pero interiormente lo sentía así”. El caso es que cuando llamó a Jesús a las seis de la tarde no se lo dijo. “Llevábamos quince días sin hablar de la carrera. Nada, absolutamente nada. No quería que le molestará ni un momento”. Sin embargo, en ese momento, al otro lado del teléfono, fue directo a la ambición:  

 -Jesús, tenemos que estar ahí porque uno de los dos, Ingebristen o Lewandoski, va a fallar, los dos imposible’ -le dijo-.  Por eso hay que pegarse a Jakob y estar atento.   

 El resultado fue el bronce que provoca que, al día siguiente, uno quiera saber quien es este hombre, Benjamín Álvarez. Y encuentro a un hombre que me parece bastante radical. Un hombre que podría ser mi padre y que me hace recordar esa vieja frase de Clint Eastwood: “No hay betún suficiente para oscurecer mi pelo ni lija tan potente para suavizar todas mis arrugas”. Pero ese es el precio de  vivir lo que ha vivido este señor que, antes de que uno naciese, ya estaba en el ejército. “Puedo recordar uno de los últimos entrenos de Jesús Gómez antes de ir a Glasgow”, dice hoy. “Hacía muy mal tiempo. Tocaba un entreno fraccionado con una recuperación cortísima que a mí siempre me dio resultados. Pero lo que trataba de hacerles ver a los atletas es que la nieve no es motivo para parar. Nosotros en el ejército los días de nieve entrenábamos debajo del puente de la autovía. Si entonces lo hacíamos, ¿por qué no lo vamos a hacer ahora? Quizá es que yo soy un poco raro, pero esta es mí forma de ver el atletismo. No entiendo el atletismo diciéndole a un atleta, ‘tienes que hacer esto o lo otro’ y no estar ahí. Yo tengo que estar, yo quiero estar. Incluso, cuando trabajaba, sacaba tiempo porque esto me gustaba tanto y no es el dinero, no lo fue nunca… Aún menos ahora que ya tengo mi pensión del Estado”

 Benjamín se declara “un entrenador de campo”. “Sólo con tocar a los chavales, sólo con ponerles la mano en el pecho ya sé como están. Si hay que hacer ocho miles a 3’05” al 80 u 85% con 1’00” de recuperación sólo con ver su frecuencia cardiaca sé si pueden bajar a 3’00” o hay que subir a 3’10”. Mi método se basa más en la recuperación que en la intensidad, y eso sólo te lo dice la frecuencia cardíaca y para saberla tienes que estar ahí”, añade él, que recuerda que hace 35 o 40 años ya era así. “Podíamos hacer una recuperación activa de 7 u 8 segundos cada 150 metros”, explica Benjamín Álvarez, que admite que “Jesús Gómez es un gran talento”, pero también recuerda que él ha tenido “talentos posiblemente mejores que Jesús. Pero lo que es difícil es encontrar gente con la cabeza de Jesús, cabezas capaces de asimilarlo todo, cabezas totalmente amuebladas. La pena fue no coger a Jesús dos años antes. Pero ahora, lo importante es no hacer tonterías y entonces podemos pensar sin problemas no sólo en estos próximos Juegos, sino también en los de París 2024. Tenemos por delante cinco o seis años que deberían ser muy buenos”. 

 “La genética es importante, pero es lo que digo: si vamos a la genética, yo he tenido atletas más dotados que Jesús como Diego Escolar, que lo ganaba todo. Es más, Higuero siempre me preguntaba antes de una carrera, ‘¿va a correr Diego?’, porque sabía que, si corría Diego, no había nada que hacer. Pero el tiempo luego demostró que si la cabeza falla, si el sistema emocional no está a punto, no se puede avanzar en el atletismo. Y para que el sistema emocional funcione, excepto en determinadas especialidades, no puedes sacar al atleta de su hábitat. Por eso a veces me cuesta creer en los Centros de Alto Rendimiento. Quizá porque no los conozco o quizá porque en esta vida, no sólo en el atletismo, la cabeza lo es todo. Si uno quiere triunfar no puede permitirse el lujo de que le falle la cabeza… He tenido tantas experiencias… He tenido esos talentos que le decía antes y…” 

 De ahí la importancia de la cabeza, que es casi el principal legado que le deja a uno esta conversación. A partir de ahí no sé si la he sabido resumir del todo. Hay veces que no es fácil, que este trabajo no es tan fácil ni tan rápido como a veces uno quisiera. Pero si la idea es probar que el atletismo también es ojo clínico voy a terminar con la primera vez que Jesús se dirigió a Benjamín tras una competición en Salamanca. Entonces Benjamín  le felicitó, “muy bien”, y Jesús le preguntó como le había visto y entonces el viejo entrenador le puso el ejemplo de un atleta que él no podía conocer. No había nacido cuando corría: José Manuel Abascal. “Era un diesel como tú: el que pueda que siga. Y tú eres un diesel al que veo muy bien para mitines pero para carreras tácticas has de mejorar”.  A los pocos días, Jesús Gómez le pidió entrenar con él y el domingo en Glasgow, en el primero de los días cumbre, fue el primero al que le dedicó la medalla, “a mi entrenador por estar siempre ahí”, dijo.   ç

@AlfredoVaronaA 


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