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¿Merece la pena ser atleta de elite?

En una profesión, que ya difícilmente te soluciona la vida, les voy a dar mis argumentos para contestar siempre que sí a esta pregunta. 

Estos artículos sólo se pueden escribir después de haber visto películas como ‘Pearl Harbor’ y enamorarse de lo que le dice Rafe McCawley a Evelyn: “Quererte me mantuvo con vida”. Porque, en realidad, el atletismo también es eso. Una historia en la que el sentimiento está en el uniforme. El riesgo es el motivo por el que a uno le gusta tanto este trabajo. Las emociones reúnen  a toda la familia. Un oficio que no se recoge en ningún Convenio en el que a los 18 años uno puede viajar a competir a Nueva Zelanda. Todo eso es lo que nunca debería olvidarse. Ni siquiera en estos tiempos tan prosaicos en los que hay dudas que parecen hipotecas. Los padres no están convencidos de que sus hijos deban ser atletas. Los hijos ya no adoran a los atletas como antes. También existen quienes menosprecian el oficio. Recuerdan que hay atletas que no llegan al salario mínimo interprofesional que debe andar por unos 700 euros. Y no hay que reprocharles que lo hagan porque la información también es poder: el que se arriesga a desilusionarse debe saber por qué.

Pero entonces siempre existirán tipos como yo, que recuerdan haber escuchado que nada hay más fuerte que el corazón de un voluntario. Quizás haya sido esta tarde en ‘Pearl Harbor’ donde ese coronel, que no tiene madera de prisionero, también recuerda que “la victoria es para quienes más creen en ella”. Por eso somos tan fieles a ese coronel como a las redes sociales, donde comprobamos que esos jóvenes atletas, que lo tienen casi todo por hacer, tampoco firman el empate. Gracias a ellos ocurren cosas tan maravillosas como esta última, protagonizada por una chica de Soria, Marta Perez de Miguel, que acaba de lograr la mejor marca mundial del año en 1.500. No se sabe lo que durará:  si una semana, un mes o un trimestre. Pero el éxito es estar ahí, todo lo que ha costado llegar hasta ahí, la voluntad que un día se impuso en ella, ‘yo quiero ser atleta de elite’, y luchar. Sobre todo, luchar sin miedo a los días malos. No te pido que me creas. Sólo  que me abraces.

Hoy podría continuar con el ejemplo de Marta. Pero me parece que personalizar en un solo caso sería malgastar combustible. Por eso pretendo ir más allá: recordar que esto sólo es un contrato de alquiler y demostrar que no hace falta ser finalista en unos JJOO para ser un atleta glorioso. La gloria está en aceptar este precio, en el silencio de los días de invierno, en montar en el Metro y que no te reconozca nadie y hasta en reconocer que esta ya quizás no sea una ocupación a tiempo completo. Los tiempos cambiaron. Los atletas ya no corren con calcetines de algodón amarillos como Mariano Haro en la final de 10.000 de los Juegos de Montreal 76. Es más, los atletas ya no vienen de los pueblos, sino de las universidades. Una manera de recortar distancias con el futuro y de demostrar que todo es compatible: la victoria y la derrota, las sonrisas y las lágrimas porque, por encima de todo, volvemos a ‘Pearl Harbor’ y a escuchar a Rafe McCawley : “Quererte me mantuvo con vida”.

Pero nunca se sabe lo que durará esa vida al alto nivel. Ni esa motivación para combatirse a uno mismo. Ni esa rabia de quedar eliminado en primera ronda en los grandes campeonatos de verano. Ni ese negocio con el reloj que a veces parece una película siciliana. Por eso hay que aceptar a todos y respaldarlos a todos, a los que lo dejan a los 26 y a los que resisten hasta los 37 años. En cualquiera de los casos, yo nunca sería neutral con gente capaz de correr tan rápido. Su esfuerzo es una influencia para los que amamos esto. Por eso yo siempre sería atleta de elite. Siempre lo hubiese intentado y no le hubiera dejado a nadie que me aconsejase lo que debo hacer. El guerrero no se rinde frente a lo que le apasiona. No importa que cada vez sea más difícil. Siempre quedará un sitio para derrotas gloriosas como la de Esther Guerrero en los Juegos de Río 2016. Ganar siempre ganó uno solo. Pero no pasa nada. Todavía hay cosas por encima de los resultados: la vocación, esa sensación de que tus piernas nunca volverán a correr tan rápido. Y tiene que ser hoy. No hay otra salida. Mañana no podrás volver a intentarlo.

Así que el sueño de ser atleta de élite nunca puede pasar de moda. Sólo hay una minoría en posesión de rodear esas montañas. Por eso siempre seré extraordinariamente respetuoso con este sueño. Me acompaña una banda sonora que me da la razón. La música explica mejor que las palabras a esa gente  capaz de entregarse a un sentimiento que dificilmente le resolverá la vida. Porque esto de ser atleta de élite es algo que hoy va más allá de una oferta en metalico o de un fondo de inversión. Y, si no van a volver a ver ‘Pearl Harbor’, basta con que recuerden a James Dean para que entiendan que yo no soy ningún loco. “Sueña como si fueras eterno y vive como si fuese el último día”.

@AlfredoVaronaA 


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