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Mayte Martínez: esto fue un milagro

Mayte Martínez, esto fue un milagro
Tras una semana sin dormir, con una crisis de ansiedad que daba miedo, fue bronce mundial en Osaka 2007. Hoy, a los 40 años, recuerda ella y su ex marido y entrenador

Juan Carlos Granado pone la letra a esta vieja canción desde Santander, donde hoy tiene su trabajo. Mayte acaba de bañar a su pequeña de tres años y medio en Valladolid. Hace tiempo que ya no les une nada más que el recuerdo, la magia del recuerdo. Un partido en diferido que regresa a 2009 cuando se divorciaban como marido y mujer o a 2012, cuando Mayte Martínez se retiraba de la élite y se acababa todo: ya no se podía hacer más. “Tenía la cabeza peor que la rodilla”, dice hoy ella, que entonces tenía 35 años y hoy es una de las doce concejales del PP en la oposición en el Ayuntamiento de Valladolid donde recuerda que “nadie nace aprendida”.

Granado, sin embargo, volvió a la empresa privada. Volvió a pedir una excedencia en su  vida de funcionario y ya no ha vuelto a encontrar una atleta de élite de la categoría de Mayte Martínez.  “Sabía que este trabajo tenía fecha de caducidad”. Así que hoy queda el recuerdo que a veces es una maravilla y otras  una tortura, “las noches toledanas ésas” que recuerda Juan Carlos, “en las que no había manera de pacificar a Mayte”. Ninguno de los dos huye de aquellos días en los que, sin embargo, ella llegó a correr los 800 metros en 1’57” o a ser medallista en el Mundial de Osaka 2007 desde la anomalía pura y dura. “Llegó a tirarse una semana entera sin dormir y tras superar la primera serie se quería volver a España como fuese“. Mayte podría ir más lejos: “Cuando vi el dorsal me entró una crisis de ansiedad que creía que me moría”. Y no fue una excepción porque Mayte era una mujer difícil “acostumbrada a verlo todo negro” como si fuese un automatismo.

Valladolid, casi diez años después de Osaka. Mayte ya es madre, que era uno de sus sueños innegociables. Lleva el pelo, incluso, más corto que antes, y parece una mujer feliz que no tiene miedo a recordar. Entonces fue una atleta que Juan Carlos Granado clasifica “como un milagro. A su lado, siempre aparecían problemas metabolicos: el tiroides, la anemia, las lesiones, hasta aquella vez que subimos a hacer una sesión de fotos, antes de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, en Navacerrada donde cogió una otitis que le provocó vértigo en un oído y que casi le obligó a volver a aprender a andar. En los días siguientes tenía que ir con ella de la mano caminando porque no se sostenía en pie. Pero luego fue al campeonato de España y se clasificó para esos Juegos. Tenía esa clase. Tenía esa capacidad para hacer lo que sólo podía hacer ella. No había mayor explicación. No importaba que pudiese salir casi coja a la pista. No había ley del entrenamiento que pudiese explicar eso”.

En realidad, Mayte no sólo era su atleta. También su mujer con la que lo compartía todo, hasta la habitación y las facturas de la luz, lo que ella siempre recordará con cariño.  “Juan Carlos tenía una paciencia conmigo que hoy ya no sé ni cómo explicar y me apena que no pueda seguir poniéndola en práctica y que no haya atletas para él. Si contase lo que aguantó conmigo…, porque yo me podía poner a llorar, podía decidir que había arrojado la toalla sin consultarle y hasta decirle,  ‘yo esto lo dejo, el atletismo me está matando’. Pero entonces aparecía él que me hacía ver que no se había acabado nada y que  teníamos  algo más importante: la posibilidad de seguir intentándolo”. Fue así desde 1995 cuando se conocieron por primera vez y nadie les prometió que fuese a ser fácil. Quizás sea lo que hoy inspira el  recuerdo y pone a cada uno en sus puestos: la incertidumbre de aquellos días que no volverán y en los que todo pudo ser maravilloso.

“Era mi otra vida. La que me permitió ser lo que fui y la que provoca que todavía me recuerden. Pero, en realidad, yo no sé lo que sentía (…)”.

Mayte Martínez

“Fue una gran época para el atletismo”, recuerda Granado. “Había dinero y claro que ganamos dinero, reconocimiento, interés. No era como ahora que uno dice, ‘yo corro y me dedico a esto, porque me gusta’. Entonces corrías porque esta era tú profesión y el dinero, que es importante, te daba la razón“. Y en una sociedad como esa también apareció Mayte en Valladolid, en plena Meseta, con una vocación infinita por ser la mejor. Todavía hoy se declara “incapaz de ver un 800 en unos Juegos o en unos Mundiales. Todavía no lo he superado. Me entristece mucho no poder estar ahí. Me apena que mi época ya haya pasado. He superado el primer berrinche de cumplir los cuarenta pero esto es más difícil”. Y tal vez por eso en su casa no hay trofeos. “Todos están en casa de mis padres”.

Juan Carlos Granado, sin embargo, no habla con esa nostalgia. “Siempre tuve claro que no me iba a hacer viejo entrenando no porque no quisiera sino porque no se podía. Al menos, en España  donde, a no ser que seas uno de los tres o cuatro entrenadores contratados a tiempo completo por la Federación, esto no puede ser ni una profesión siquiera”. Por eso vivió tanto esos momentos locos “como la primera vez que llegamos a unos Juegos en Sidney y en la primera eliminatoria, a primera hora de la mañana, Mayte bajó de los 2’00” en 800. Aquello fue mágico. Aquello te convencía de que ella era una atleta metida en un cuerpo fuera de serie”. El problema fue luchar en la intimidad donde la imaginación de Juan Carlos fue más importante que la lógica. “Mayte siempre iba contrarreloj. No hacíamos volumen. No podíamos ni doblar. No podíamos acercarnos ni de lejos a lo que las otras hacían”. De ahí esa pregunta que aún está  latente en boca de Mayte: “¿Qué hubiera pasado si…?” Todo en condicional siempre.  “¿Por qué yo nunca podía entrenar más con lo que a los atletas nos gusta entrenar?”

El milagro pone entonces rumbo a la tierra. Los recuerdos regresan a esa pista de Valladolid o a ese arcaico gimnasio que parecía una herencia de la vieja Unión Soviética. Y la letra de esta canción queda en manos ahora de Mayte. “Entrenaba tan poco… Creo que rara vez pasé de los 40 kilometros a la semana. Las semanas antes de la competición no pasaba ni de 25.  Ojalá hubiese podido entrenar tres veces más,  pero era lo que había. Entonces venían las lesiones y la pena de decir: ¿por qué? ¿por qué me tiene que pasar a mí? ‘ Pero mentir a los demás era como mentirte a ti misma, una cosa absurda”. En realidad, Mayte jugó siempre con esas cartas tan difíciles. Un juego de contrastes, retrato de su carácter que nadie como Granado, su marido de entonces, sabía definir: “Claro que no era fácil vivir con ella. Los problemas del trabajo en la pista también venían a casa. Nos despertábamos con ellos; dormíamos con ellos y hasta comíamos con ellos. Pero esto pasa con las parejas que trabajan juntas. Teníamos que aprender a vivir así.  Teníamos que aprender a desconectar. Al final, Mayte era una fuera de serie. Tenía esa rareza. Salía a la cámara de llamadas, escuchaba el pistoletazo de salida y siempre rendía bien y hasta demasiado bien. Yo lo sabía y tenía que tener la cabeza fría. Y por eso nos quedan momentos tan grandes como Osaka, como Munich, como Sidney…”.

Hoy, a los 40 años, Mayte no lo sabe ni explicar. “Era mi otra vida. La que me permitió ser lo que fui y la que provoca que todavía me recuerden. Pero, en realidad, yo no sé lo que sentía. Quizás fuese el único momento de mi vida en el que me creía lo buena que era. Y me olvidaba del miedo. Y si era la tercera no me saciaba porque entonces pensaba que podía haber sido segunda. Y si hacía 1’57” creía que aún podía arañar un poco más. Y deseaba que llegase el siguiente gran campeonato. Pero el siguiente campeonato tardaba tanto en llegar y me ocurrían tantas cosas…” Hoy, que ya pasó todo, se da cuenta de que “no era justo vivir así y valoro más lo que logré y me parece que hasta fue importante.  Pero ya no tengo 25 o 30 años”.

Hasta que llegó esa necrosis en el rotuliano, el veredicto final en 2012, el final fue duro. “Sobre todo, porque en 2009, una vez que nos divorciamos, ya nada podía ser como antes”, explica Granado. “Seguimos intentándolo, pero no lo logramos. Quizás porque ya habíamos cruzado la frontera de lo imposible. No sé si ha podido haber un caso como el suyo en la historia del atletismo, pero podría dudarlo. El día anterior podía estar con la moral por los suelos y llegar al estadio, saltar a la pista y hacer una gran competición. La contradicción era enorme. Entonces podía estar más nervioso yo que ella”. Mayte tenía 35 años cuando lo dejó. “A partir de 2007, que fue mi año más mediático, ya nunca pude volver a llegar a mi tope. Descubrí que no hay peor cosa que querer y no poder”. Los estudios, en los que se licenció en dos carreras, actuaron de su parte. “Me ayudaron, sí, claro. Quizás por eso ahora valoro tanto tener un trabajo que me gusta y me motiva. Quizás porque creo que en el atletismo lo conocí todo. Conocí su éxito, su dureza, su agobio… No sé en que se parece eso a mi vida actual en la política en la que se imponen palabras como moción de censura, presupuestos, qué sé yo, el caso es que correr me endureció para toda la vida. No quedaba otro remedio. Mi cabeza siempre fue tan exigente conmigo… No me dejaba la paz que necesitaba una atleta”.

“Ahora, nos llevamos bien y nuestra relación es buena. Quizás porque agradecemos lo que pasó y, en vez de lo malo, recordamos lo bueno que también es inteligente”, explica Juan Carlos Granado, que fue quien me puso en contacto con ella y ella, que se está “sacando el carnet de madre”, aprueba de veras esta nueva vida. Ganó peso tras el embarazo y, aunque su cuerpo no le permita rodar 10 kilómetros seguidos, sigue haciendo “series de 200 y 400” que le sirven de desahogo en el día a día. “El problema es que cuando entreno tres días seguidos vuelvo a lesionarme”. Un reflejo del día de ayer y de la magnífica atleta de élite que fue. Granado lo explica como nadie en la noche de Santander. “Mayte daba rienda suelta a la imaginación”. Y Mayte tampoco condena a la imaginación en Valladolid donde resulta que su pequeña va corriendo a todas partes. “Mi madre me dice que es un calco de como yo era a su edad. Y ella, con lo pequeñita que es, le decía el otro día a una niña de quinto de primaria en el colegio: ‘yo quiero correr mucho como mi mamá”. Y aunque de eso ya hace mucho no se sabe si en el futuro el recuerdo de Mayte Martínez se reproducirá  en 3 o 4D. Y volveremos a recordar lo que nos hizo soñar y hasta la letra pequeña de una canción que Juan Carlos Granado aguantó como nadie, esclavitud y sabiduría.

@AlfredoVaronaA


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