Inicio Entrenamientos Los mayores enemigos de un runner

Los mayores enemigos de un runner

Los innumerables beneficios de este deporte no gozan de gratuidad, y el miligramo de endorfinas no se vende barato. Por tanto, ¿cuales son los obstáculos que se interpondrán entre nosotros y esta gratificante actividad física? Los que expongo a continuación son algunos con los que me he topado a lo largo de mi vasto kilometraje.

La soledad.

Cierto es que entrenar en grupo es habitual y que si decides competir lo haces rodeado por multitud de personas, pero este es un deporte individual y llegado el momento tendrás que hacer un ejercicio de voluntad para salir a entrenar solo.Y en cierto punto de la competición dará igual cuan grande sea la multitud de corredores a tu alrededor, porque habrás de competir contigo mismo en soledad, contra tu sufrimiento y contra tus demonios. Y no digo que la soledad sea mala (más bien todo lo contrario en su justa medida) pero sí que es un hueso duro de roer, pudiendo ser causa de baja si no se abraza.

La compañía.

Lo que a priori debería ser una ventaja puede llegar a convertirse en un inconveniente, máxime a ciertos niveles de exigencia. Esto es como los amigos de la infancia, lo que nuestros recelosos padres llamaban las buenas y malas influencias; a un compañero de entrenamiento no le hace bueno el simple hecho de facilitarle a tu fuerza de voluntad el acto de salir a correr, sino la compatibilidad y la sinergia durante los entrenamientos.

Si preparas maratón probablemente no le convenga a tus intereses adaptar tu rutina a la de un tipo de 60m vallas pero, rebasando la obviedad, cale focalizar en las incongruencias de una aparente compatibilidad; cuando entrenaba en San Sebastián de los Reyes gozaba de la compañía de un excelente grupo, una intensa vinagreta (por lo de más fuertes que el vinagre) de amigos con gran sentido del humor. Y esta en apariencia sana mezcla fue lo que paradójicamente trajo los problemas porque, si sueltas a unos cuantos amigos muy guasones y muy en forma, tarde o temprano se les ocurrirá jugar a “reventar al más débil”. Este juego consistía en prestar atención a cualquier síntoma de debilidad en el grupo (casi siempre había alguno que por lo que fuera tenía un mal día) y tratar de descolgarlo durante el rodaje. Daba igual lo que viniera después, circuitos de fuerza, series, arrastres, fartlek… el caso era soltar a alguno de nosotros y descojonarnos según se iba descolgando.

Recuerdo un día en el que tocaban series de 1000 y durante el rodaje tratamos de humillar a alguno de nosotros que resultó no ir tan jodido como aparentaba; el último kilómetro de los 30′ nos salió a 3’05”. Nos dejamos la vida en el rodaje y nuestro entrenador (el Abuelo) hizo la siguiente valoración: “Pero, ¡¿estáis gilipollas o qué os pasa?! Pues ahora os jodéis y metéis las series en tiempo, me da igual”. Durante aquellos tiempos anduve flirteando con la fatiga crónica y no terminé de cuajar buenos resultados.

Alguien podría decir que el problema en este punto no debería haberse llamado “la compañía” sino “la estupidez”, pero éramos jóvenes y alocados, por lo que veo más plausible la posibilidad de no juntar zumbados que la de no estarlo en esas edades.

La transgresión.

Ubicarte fuera de los estándares a buen seguro te hará la vida un poco más incómoda, o entretenida… según se quiera ver. Ya expliqué lo que fue y sigue siendo mi experiencia como outsider en el artículo Exclusión social runner, y es que dependiendo del contexto y las circunstancias uno siempre puede encallar en las arenas de la incomprensión. Inclusive cuando pudiera parecer que seguimos una tendencia, todo puede cambiar al salir de nuestra zona de confort; prueba si no a ponerte tu fluorescente ropa técnica y tus gadgets de gala para salir a correr en el pueblo, ese recóndito lugar de la España profunda con gente de ideas claras e inamovibles. No a todo el mundo le da igual que se rían de él y, quizá por no escuchar a la gente, podrías permitirte unas vacaciones sabedor de que pronto podrás volver a tu rutina. Este es solo un ejemplo, pero la transgresión también puede venir desde dentro en forma de tendencias como el minimalismo, el maximalismo, el paleoentrenamiento, el ultrafondo, etc. que te harán estar dentro o fuera de unos u otros subgrupos y ser víctima de unas u otras críticas. A la postre lo que a mí siempre me ha funcionado para continuar ha sido hacer lo que me ha apetecido, tratando eso sí de identificar las necedades y los necios.

Los perros.

Tengo una perra hermosa, fuerte y supuestamente peligrosa pero en definitiva un cacho de pan (además es color pan). Con esto quiero dejar claro que me encantan los perros, pero no sé qué les pasa a algunos cánidos con los humanos en movimiento cuando sienten la irresistible necesidad de perseguirlos y mordisquearles las pantorrillas. No son pocos los perros que han tratado de degustarme cuando corría por caminos y fincas alejadas de los centros urbanos. Este fenómeno suele estar asociado a animales para defensa de territorios (guardianes de parcelas por ejemplo) aunque cualquier perro que no esté acostumbrado a ver gente entrenando interpretará tus zancadas como un acto de hostilidad o huída.

En cierta ocasión ya tuve que renunciar durante una temporada a entrenar por estos motivos, y la gota que colmó el vaso fue cuando a unos cincuenta metros por delante vi un gigantesco mastín, inmóvil, impertérrito, oscuro y, sobre todo, suelto y mirándome fijamente; desaceleré lentamente y fingiendo que todo me daba igual, empecé a silbar. Recordé que alguien me había dicho en una ocasión que eso le transmitía al animal tu pasotismo y por tanto se relajaba. Después de entonar algunas notas inconexas me agaché y agarré un enorme pedrusco para luchar por mi vida en la que pensaba sería la batalla final: Corredor vs. Perro enorme. Cuando quise encontrar una piedra adecuada a la fuerza de mi brazo e incorporarme para encarar mi destino, la silueta del mastín había desaparecido del horizonte y por ello me embargó la felicidad y el júbilo. Ya no necesitaba la piedra para hundirla en la cabeza del animal, pero sí la necesitaba para limpiarme el culo porque me había cagado de miedo.

El exceso de información.

Hoy en día existe una cantidad ingente de medios digitales, revistas, entrenadores personales, corrientes de pensamiento deportiva (si tal cosa existe) etc., brindando infinidad de consejos, técnicas de entrenamiento, trucos, metodologías y otra información que hace casi imposible identificar a simple vista qué puede ser lo más adecuado para uno. A menudo brindan valiosos consejos pero aún así hay que ser prudente porque podríamos sumirnos en la inabarcabilidad de tantos recursos, que más allá de una ayuda se tornarían distracción y confusión. Debemos desconfiar de las verdades absolutas y, sobre todo, de las nuevas verdades absolutas. Además hay que entender como nocivo para nuestro físico un cambio brusco de cualquier tipo; se me ocurre citar como tal una variación drástica en el drop de nuestras zapatillas de un día para otro. Otro ejemplo puede estar en aquellos ejercicios que apelan al extremo de nuestras capacidades (aquello de llegar al límite) porque en este caso parece hasta evidente que acabaremos haciéndonos daño. Por lo tanto frente a todas estas distracciones y bombas de humo lo mejor es andar con pies de plomo e ir catando las cosas con una buena dosis de precaución, recordando que convencimiento no es sinónimo de razón, y alguien bienintencionado puede estar equivocado: el camino al el infierno está pavimentado de buenas intenciones.

El control excesivo.

En mi evolución como corredor he atravesado varias fases bastante definidas en las que mis prioridades atléticas han ido cambiando. La etapa más estresante fue tal por culpa del control excesivo, apuntaba y contaba cada ritmo, cada distancia, cada detalle de mis entrenamientos. No descarto que haya gente con un perfil totalmente compatible con esta forma de hacer las cosas, pero lo que yo sentí es que me estaba olvidando de correr y de lo que realmente me hacía disfrutar. En lugar de calzarme las zapatillas y sentir cómo se evaporaban mis problemas, lo que sucedía es que otros problemas venían a sumarse alegremente; ahora tenía que preocuparme de meter las series en el tiempo exacto, de no fundirme en la carrera del sábado para poder hacer el entrenamiento del domingo de cara a la preparación de un campeonato… oiga y aquí ¿cuando mierda se disfruta? Creo que no hacer el bestia y tratar de regular nuestros esfuerzos es positivo, y si no eres capaz de escuchar a tu cuerpo cuando te dice que te estás pasando de listo puede que te sirvan de ayuda algunos gadgets pero, cuidado, no caigas en la espiral de sobrecontrol porque perderás la esencia de todo esto entre los números.


Suscríbete a nuestro newsletter

Recibe en tu correo lo mejor y más destacado de LBDC

1 COMENTARIO

  1. Por propia experiencia puedo decir que cuando menos controlé mis ritmos (no sabía ni a que ritmo iba), es casi cuando mas corrí…y siempre solo

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí