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La planta de caballeros de El Corte Inglés

Cambiándose en el coche, entrenando después de 12 horas de pie de lunes a sábado, cara al público, José Ramón Torres Peanilla se ganó el derecho a correr por todo el mundo.

Hay héroes raros con una humildad que le saca a uno de quicio. Vidas que no se explican como las demás, divididas en dos como un libro de geografía e historia. Así que lo único que se nos ocurre a quienes no le ponemos cara es pedirle perdón o recordarle que la vida no es un abrigo de visón. Hoy le llenan de atenciones a uno en el maratón de Jerusalen y mañana estás vendiendo una camisa de Emidio Tucci en la planta de caballeros de ‘El Corte Inglés’. No se sabe donde está la lógica. Tampoco se sabe ya qué es más importante, si la emoción o la comisión. Pero a estas alturas de la vida quizás lo mejor sea ni pensarlo siquiera. Él, José Ramón Torres Peanilla, tiene 52 años y ya aceptó que la vida es así, hasta su soltería que define con una inteligencia de literatura: “Qué dura es la soledad pero qué grande es la libertad”.

Hay héroes así que pueden ser tu propio vecino con el que uno comparte los gastos de la comunidad pero del que le separan kilometros de vida o de distancia. Quizas por eso hoy sentí la tentación por poner de ejemplo a este hombre, José Ramón Torres, que en una vida distinta podría ser uno de nuestros mitos. No por haber corrido en los cinco continentes. Tampoco por sus marcas en las que llegó a bajar de 29 minutos en 10 kilometros, de 1 hora y 5 minutos en media y hasta paró el reloj en 2 horas y 15 minutos a los 34 años en el maraton de Rotterdam de 1999. Siendo buenas, tampoco son para imaginarlo en jet privado o tomando las uvas la noche de fin de año con Bruce Springsteen. Pero quizas el valor real es que esas marcas están en las antípodas de todo eso y hasta desafían las leyes de la lógica y de los años. No se sabe siquiera donde está la razón.

Al menos, para los que amamos esto de correr y reconocemos lo que significa salir a entrenar cada noche después de 10 o 12 horas trabanjado de pie: la presunción de inocencia entonces de una vida más cómoda, alejarse y no volver más a la orilla del río Arlanzón, donde José Ramón siempre llega después de trabajar. A las diez de la noche, cuando ya no queda ni un alma en esos inviernos de Burgos que no piden disculpas a nadie. Pero él ya cogió esa rutina de cambiarse en el coche y no congelarse, perdió el sentimiento de culpa o demostró que la fuerza de voluntad hace época. Una crónica de vida insustituible desde el año 78, desde aquel cross de El Crucero en el que se ahogó en los primeros 100 metros y que, sin embargo, hoy se comporta como el prólogo de esta afición en la que hizo nivel para correr por todo el mundo: le llamaron de Australia, de Japón, de México, de Argentina, hasta de Jerusalen…

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Hoy, tiene un atlas en la memoria. Y, aunque ya no sea como antes, a los 52 años todavía es un atleta competitivo. Quizá porque, como le dice él a los niños de Burgos, “correr no es tan duro como parece”. Ni siquiera en esos inviernos de Castilla con el maldito viento que viene del Norte y que descubre que ninguno de nosotros es invulnerable frente al frío, “porque le deja a uno la cara helada”. Pero así son los héroes a los que no ponemos cara como José Ramón que quizá pudo haber dejado de trabajar para dedicarse al atletismo. “Toda la valentía que tuve para correr me faltó para tomar esa decisión”. Y no fue tan fácil, porque el nivel le acompañaba e invitaba a pensar qué hubiera sido de él o qué marcas hubiera hecho sin estar todo el día de pie, de lunes a sábado, en la planta de caballero de El Corte Inglés, jornada partida, la incapacidad material de recuperar las piernas, la necesidad de cuadrar sus vacaciones para viajar por el mundo.

Hoy, sin embargo, ya no se sabe qué hubiera pasado. La ecuación ya es inmortal. Pero la vida es como la de ayer y cada noche, antes de volver al barrio de Gamonal, donde vive con su madre, José Ramón desafía lo que no está escrito en ningún lugar. Son 38 años de vida laboral los que lleva y en los que, sin embargo, en la ciudad del Cid Campeador no se ha escuchado ni una sola queja de José Ramón Torres Peanilla… Quizá porque no todos los héroes concursan en la Bolsa. Los hay hasta encerrados en un traje y una corbata, vendedores desconocidos hasta por sus propios compañeros y con una humildad que le saca de quicio a uno.

@AlfredoVaronaA

Editado: 11:00 7/12/2016

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6 COMENTARIOS

  1. Las cuestas del Crucero forjan el caracter. El mejor pago lo vivido. Si hubiera sido de otra manera probablemente hubiera tenido una gloria -una vanagloria-efímera, una historia menos trasladable; hubiera sido uno más de otros tantos con alguna medalla de chapa.
    Mejor así. Es como le conocemos, es como le sentimos.

  2. En sus palabras está su verdad. Ha elegido la libertad de no ser de nadie y con ello la soledad de ser uno de los grandes en todo el mundo. Todos los populares le reconocemos como uno de los nuestros y nunca le faltará nuestra admiración y respeto. salud.

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