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La no tan dramática jubilación de los atletas de élite

Aunque a los 35 años se haya acabado todo, compensa. Claro que compensa ser atleta de élite. Como le dice Carlos Oriach a su hijo Pol, que es una de nuestras grandes promesas: “Puedes vivir la época más bonita de tu vida”.  

A lo largo de estos años, he pasado mucho tiempo hablando con atletas de élite que ya se jubilaron, que ya casi nadie los conoce, que ya no son esclavos de su peso corporal.

Que ya no tienen la cara afilada ni la cintura de avispa ni les les regalan las zapatillas ni les pagan por correr ni deben rendir cuentas a nadie. Fermín Cacho: “No volveré a hacer una serie en mi vida”.

Yo: pero ¿por qué?

Fermin Cacho: “Porque ya hice todas las series que tenía que hacer”.

Debe ser duro, pensé.

Pero a lo largo de estos años también he comprobado que el día después existe,  que el amor propio corriendo tiene los días contados y que la nostalgia no ha de ser un partido perdido.

Ahora, la gente ya tiene mucha información.

Ahora, la gente ya sabe que el atletismo no resuelve vidas, quizás ni te deje la casa pagada, pero como le dice Carlos Oriach a su hijo Pol que, con 18 años, ya ha hecho 3’42” en 1.500:

-Esto será una etapa muy bonita de tu vida.

Mañana, ¿quién sabe lo que pasará mañana?

Pero prepárate. No te descuides.

Quizás te dediques a vender coches en un concesionario, quizas oposites a bombero, maestro o policía o quizás te tires toda tu vida pagando la cuota de autónomos, entrenando a gente como usted o como yo.

Pero ¿y si eres feliz?

Es verdad que quizás ya nunca más vuelva a ser como antes. Pero hay muchas formas de hacer frente al día después. Juan Carlos Higuero, a los 42 años: “Nunca he vuelto a encontrar nada que me llene tanto como el sonido de los clavos, como el olor del tartán, como la incertidumbre de una cámara de llamadas”.

Yo: ¿Y?

Higuero: Trato de formarme en lo que más me gusta, que es retransmitir atletismo.

¿Y quién sabe si el año que viene retransmitirá para televisión los JJOO de Tokio?

Ya no será como cuando se quedó a 28 centésimas de la medalla en Pekín pero tampoco puede aspirar a nada mejor.

Y nadie podrá quitarle nunca lo que fue, lo que nos emocionó.

Mientras yo cogía el Metro para ir a la Universidad, él preparó unos JJOO. Y le exprimieron, sí. Pero todo fue con su consentimiento y viajó por tantos sitios y con 22 años le dijo a la cara a El Guerrouj:

-Yo voy a ser tu sucesor.

Compensa. Claro que compensa ser atleta de élite.

El día que ya las piernas no te responden te tienes que ir.

Y te vas como cuando a uno le despiden de un trabajo.

Y será lo duro que tú permitas que sea.

Andrés Díaz:  “Me costaba entender que a los 35 años ya no pudiese ejercer la gran pasión de mi vida. Pero por eso mismo pedí ayuda”.

Y uno encuentra su lugar.

Pero debes poner de tu parte.

Cuando se fue de su pueblo su padre se lo dejó claro a Javier Moracho.

-No quiero un hijo que sólo sepa correr.

Y por eso puso tanta ilusión en terminar los estudios como en clasificarse para unos JJOO. De ahí se derivó un tipo que, aparte de ser un relaciones públicas, ya tenía sus oposiciones aprobadas como profesor de educación física.

Y eso es la vida.

Y el paso del tiempo: cuánta credibilidad la suya, cómo recorta las distancias el tiempo.

A lo largo de todos estos años he conocido magníficos atletas, récords europeos, incluso, que a los cuarenta y tantos años ya no son capaces de bajar de 40 minutos en 10 km, porque, si entrenan, más de 2 días a la semana sus tendones se resienten, sus rodillas protestan y su motivación les pregunta:

¿Qué estás haciendo?

Mientras tanto, nosotros continuamos haciendo series, deseando que lleguen los martes y los jueves.

Y quien nos lo iba a decir a nosotros, que nunca fuimos atletas de élite o que nunca hicimos un 1.000 a 2’40” que iba a llegar ese día en el que íbamos a coincidir con ellos en una carrera popular.

Y les íbamos a ganar  o, como mínimo, a llegar antes que ellos a la meta.

Nada menos que a ellos, que llegaron a jugar la Champions League, que parecieron invencibles en tantos campeonatos de España, que peleaban la mínima para unos JJOO.

Qué jóvenes eran.

Qué trabajo más bonito pero qué poco iba a durar.

Cómo pasa la juventud. Cómo llegan las arrugas. Qué pronto y qué fácil es perder pelo y que salgan las primeras canas.

Es la mejor metáfora que se me ocurre del día después en el que para encontrar un atleta, que conserve la motivación de Martín Fiz, tienes que enfrentarte en un cuerpo a cuerpo con la agenda de teléfonos.

Y no los encuentras.

Como decía el doctor Ricardo Ortega, que en 1984 fue récord de España de maratón, a los cuarenta y tantos años: “Ya no puedo bajar de tres horas en maratón por más que lo intente. Mis músculos están tan gastados que no me lo permiten”.

Pero así es el paso del tiempo, acostumbrado a pasar más rapido para los atletas de élite que para nosotros.

Hacerle frente es lo más interesante.

 


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