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La irresistible leyenda de Higuero

Así fue la última vez que un atleta español luchó por una medalla olímpica en 1.500. Fue Juan Carlos Higuero hace ocho años en los JJOO de Pekín. 28 centésimas lo cambiaron todo. 

Volvió al vestuario y le pegó una patada a ese bote de refresco que no tenía culpa de nada. Fue la rabia de un hombre de 30 años que, en la final de 1.500, se había quedado a 28 centésimas de la medalla olímpica. Fue en Pekín en sus terceros Juegos, los últimos de la vida de Juan Carlos Higuero Maté (Aranda, 1978) que hoy recuerda sin miedo a recordar. “Lloraba desconsoladamente, porque estuve demasiado cerca. Tenía la sensación de que ese era el momento y de que no iba a tener más”, explica. “Había aprendido de mi entrenador, ‘las carreras no se ganan al final, sino desde el principio’ y el hecho de quedarme tan cerca…, no encontraba el motivo”.

Fueron, por lo tanto, las lágrimas de un hombre honrado, incapaz ni de tomarse un helado aquel verano. “Había conseguido ejercer un dominio sobre mí mismo extraordinario o bajar a 66 kilos respecto a los 70 con los que competí en Sidney 2000”, recuerda hoy, ocho años después, reconvertido en un hombre de 38, alejado del dramatismo del momento y olvidado ese sabor amargo. “Al contrario”, señala. “Ahora, lo que me parece increíble es que un chaval criado en Aranda, que jugaba a la orilla del río con botellas de lejía vacías, llegase a tres JJOO. No sé ni siquiera cómo explicarlo ni cómo nació todo”.

“Sí es cierto que a los 12 años recuerdo que llegué a hacer un 1.000 en 3’04”. Pero más allá de eso yo era un chaval enclenque, de los más bajitos de la clase. Hasta los 14 o 15 años, cuando pegué el estirón después de una gripe que duró semanas, era muy poca cosa”, insiste ahora Higuero, hijo de camionero, el menor de cuatro hermanos del barrio de Santa Catalina en Aranda, donde pasó tantas horas en la calle. “Mi casa daba a un callejón sin salida”.

“Antes de la final de Pekín El Guerrouj se acercó a mí y me dijo: ‘Juan Carlos, este es tu momento'”.

De ahí salió él, que siempre tuvo ese carácter absolutamente impulsivo. Todavía lo guarda hoy, a los 38 años, en todas partes y en ninguna a la vez, radiografía sincera del hombre que este invierno apuró, hasta que se lesionó, para llegar a Río de Janeiro y volver a una final como la de Pekín. “No hubiera sido como entonces, porque entonces fue mi momento. Tenía 30 años. Había encontrado mi madurez. Había fallado en los Juegos de Atenas 2004 y me había arrepentido de ese fallo. Me prometí que no podía seguir fallando así a mi gente, a mis propios hermanos que venían a verme por todo el mundo”.

El destino fue sabio, porque Higuero cambió a tiempo. No volvió a suicidarse con mensajes equívocos como en Sidney cuando prometió que el sucesor de El Guerrouj sería él. Hizo un nombre en la profesión “e, incluso, recuerdo que antes de la final de Pekín El Guerrouj se acercó a mí y me dijo: ‘Juan Carlos, este es tu momento'”. Y no le engañó porque estuvo a punto de lograrlo de no ser por aquellas 28 centésimas que le separaron del neozelandés Nicholas Willis (3’34″16). Antonio Serrano, el entrenador que había transitado con él por tantas carreteras secundarias hasta llegar ahí, aún recuerda con emoción. “Una vez terminado todo, no sé quién lloraba más, si Higuero o yo. Sí sé que las palabras no eran necesarias en ese momento. El amor, que sentíamos por todo esto, se reflejaba en su rabia invulnerable. No la podía curar nadie”.

Hoy, ocho años después, Higuero acepta que es verdad. “Pero la clave fue encontrar el modo de llegar a un momento así y entre Antonio y yo lo encontramos, porque no siempre pareció fácil”. Y no lo fue, porque Higuero, recién llegado a Madrid, recién matriculado en el instituto José Ortega y Gasset, parecía un muchacho indomable capaz de acabar el entrenamiento a las ocho de la tarde e irse a comprar un bocadillo de calamares o de tomarse a las dos horas de entrenar un litro de leche y un paquete de galletas y, sin embargo, hacer 52″ en un 400. “Tenía una serie roja (glóbulos rojos, hematíes y hemoglobina) estupenda”. De ahí que el único obstáculo para encontrar una tarde como la de los JJOO Pekín estuviese en su mentalidad “hasta el día en el que me convencí”, recuerda ahora.

“Tuve que convencerle de que no teníamos ningún contrato firmado con el miedo”.

“Y entonces comprobé que esto dependía de mí, que la gente que tenía que sacrificarse por mí ya lo había hecho, mi mismo hermano Javi, nada más sacarse el carnet de conducir, se compró un Renault 18 con el que me llevaba por todas las carreras de la provincia; mis padres se gastaron 12.000 de las antiguas pesetas en unas zapatillas de atletismo para mí…” Y, desde entonces, nació la leyenda de ‘El León’, Juan Carlos Higuero Maté, ese atleta que sólo se obcecaba cuando llegaba a la cámara de llamadas de los grandes campeonatos internacionales. “Miraba pero no veía”, explica Serrano. “Tuve que convencerle de que no teníamos ningún contrato firmado con el miedo”. Y el día, que realmente logró convencerle, cambió la historia, una historia que hoy sería perfecta de no ser por 28 centésimas, una pena que explica que, a veces, no todo es tan justo.

@AlfredoVaronaA


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