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La caja fuerte de la San Silvestre

Hoy, Isaac Viciosa es padre de 8 hijos que son atletas. Ayer,  ganó cuatro veces en Vallecas (1996, 2000, 2001 y 2002), una historia infinita que no se quedará ahí. “Algún día, cuando ya sea un anciano, volveré”. 

Nada sigue igual excepto los recuerdos necesarios, obedientes. Entre sus ocho hijos los hay que ya han sido campeones de España y eso que él, Isaac Viciosa, sigue siendo un hombre joven. Acaba de cumplir 48 años y mantiene el peso de la competición, “aunque me falte el músculo”. Pero cada año, cada 31 de diciembre en Vallecas, se recuerda su nombre, ganador de tres ediciones seguidas de la San Silvestre (2000, 2001 y 2002) como si fuese la portada de un Premio Planeta lo que hoy incita a recordar, junto a él, “aquellas noches de sprays y serpentinas” en las que “las calles de Vallecas parecían una jungla. Hasta las motos tenían que pararse para que las adelantásemos los corredores porque no había vallas y la gente casi se metía entre nosotros. Pero eso era magia. La magia de poder contar hoy algo así, porque yo nunca viví nada igual. Ni siquiera en la milla de Nueva York, porque Vallecas siempre será algo único. Luego, hasta la gente a la que no le gustaba el atletismo, te recordaba que habías ganado, porque la carrera salía en televisión española. Te entrevistaban hasta en los telediarios”.


“Era muy difícil ganar, pero yo me di cuenta de que podía hacerlo a los 20 años cuando logré que me contratasen por primera vez y quedé cuarto”

Un recuerdo infinito que también aterriza en la madrugada, con el viaje de regreso a Valladolid, “que a veces no empezaba hasta las diez u once de la noche si se alargaba el control antidoping”. Pero a él no le importaba porque aquello formaba parte del guión. “Al final, casi nunca llegaba a tomar las uvas. A veces, me paraba en el peaje de la autopista y algún año hasta tuve que dar la vuelta de las nevadas que empezaban a caer”. Un escenario muy literario que dibuja al atleta “en aquel Citroën AX, en esas carreteras vacías en las que a esas horas no se escuchaba ni el ruido de un camión, porque era la noche de fin de año”. Sin embargo, ese era el precio de ganar en Vallecas, “donde competía con los mejores atletas de Europa y entonces los mejores eran los españoles: Cacho, Antón, Fiz, Juzdado… Si ahora lo piensas fríamente, era muy difícil ganar, pero yo me di cuenta de que podía hacerlo a los 20 años cuando logré que me contratasen por primera vez y quedé cuarto”. Su intuición hoy presenta una biografía primorosa. “Hasta los 35 años me parece que participé en todas las ediciones y llegué a ganar cuatro veces… La primera fue en 1996.Todavía hoy me emociona recordar e imagino que algún año, quizá cuando ya sea un anciano, volveré a correr en Vallecas”.


“De repente, empieza a pasar el tiempo y te ves como yo hoy, que acabo de cumplir 48 años, que soy padre de ocho hijos y que ya entendí que la vida va muy deprisa”

Al final, siempre merece la pena volver al lugar donde uno fue feliz. Lo dice la vida y lo dicen tantas canciones, “aunque, desde la edición de 2005, no haya vuelto a Vallecas. A veces, yo mismo siento que ha pasado demasiado tiempo. Pero esto es la vida en la que nada es para siempre. De repente, empieza a pasar el tiempo y te ves como yo hoy, que acabo de cumplir 48 años, que soy padre de ocho hijos y que ya entendí que la vida va muy deprisa”. Y entonces no se trata de lamentar nada, sino de explicar que la mayor de sus hijos “ya tiene 20 años” y que, a falta de lo que pase con los menores, “el pequeño tiene seis años”, el atletismo respira fuerte dentro de ellos. “La de 19 ha sido subcampeona de España de 5.000 metros, el de 15 campeón nacional de 1.000 con 2’56”, el de 13 ya ha sido podio en Venta de Baños…., en fin…”, recita el padre desde casa, esa casa de 130 metros cuadrados en la que viven, cuyas ventanas, incluso, aterrizan en la pista de atletismo de Río Esgueva en Valladolid, “donde siempre se puede aprender tanto…”, no existe marco mejor.

 “Pero entonces yo, más que de atletas, hablaría de que mis hijos están haciendo las cosas con coherencia. Es decir, que les gusta esto pero a la vez saben lo que implica esto de correr. Sin ir más lejos, Micaela, la mayor, se ha dado cuenta de que a lo mejor no tiene las condiciones suficientes o no quiere invertir el esfuerzo necesario y se limita, más que nada, a pruebas de Castilla León”, explica Isaac Viciosa, que rara vez regresa al pasado con sus hijos. “No hace falta porque ellos tampoco me preguntan. Y si tienen que enterarse, ya se irán enterando, no hay ninguna prisa”. La realidad es que él fue un gran atleta “que empecé a los 17 años. Entonces vi que esto era algo más que una afición. Hubo alguien que entendió que yo tenía unas cualidades especiales. Acerté con el entorno. Pero no se trata de que entonces fuese más fácil que ahora ser atleta ni de que entonces se ganase más dinero. Las dificultades, incluso, podían ser las mismas. Es más, necesitabas una gran competición, algo, lo que fuese que diese la razón a tu esfuerzo. Y entonces sí es cierto que en categoría junior yo hice 1’49” en 800 y fui internacional en un Mundial. Y eso fue importante”. 


“Recuerdo la primera vez que hice de liebre en Barcelona para Said Aouita, Steve Cram o Steve Ovett. No me atrevía ni a dirigirles la palabra, ni a saludarles siquiera“.

Viciosa se acuerda de aquellos años ochenta. “Uno veía a González y a Abascal casi en otro planeta. Al lado de ellos, los chavales no éramos nadie. Pero quizás esa fue mi ventaja. Sabía que no era nadie y lo que tenía que hacer para ser alguien. Todavía recuerdo la primera vez que hice de liebre en Barcelona para Said Aouita, Steve Cram o Steve Ovett. No me atrevía ni a dirigirles la palabra, ni a saludarles siquiera”. Sin embargo, hoy comparte recuerdo con ellos en la memoria del atletismo, campeón de Europa de 5.000 en Budapest 98 o una marca, esa marca en 1.500, de 3’30″94 que aún brilla como la luz del sol.  “Yo empecé a estudiar ingeniería de telecomunicaciones, pero me di cuenta de que era incompatible con el atletismo. Al menos, con el atletismo que yo buscaba. No se podía estar en los dos sitios a la vez. Tenía que elegir y no tuve dudas, porque el atletismo me presentó una beca ADO, un contrato con Larios…, unas cosas, en definitiva, que, si las prolongaba en el tiempo, iban a encaminar mi vida. Pero sabía que durante todos esos años debía ser medallista o, como mínimo, estar ahí en campeonatos importantes”. 

Foto: Diario de Valladolid (http://www.diariodevalladolid.es/)

 “Y la cosa era estar”, vuelve a remarcar Viciosa. “Y como no era fácil estar le debías dedicar tu vida. Y sí es verdad que me fue bien porque ahorré para comprar mi piso y para abrir un centro de fisioterapia en Valladolid del que hoy soy el gerente y que, junto a la escuela de atletismo, es mi medio de vida. Pero con esto, sobre todo, pretendo recordar que en mi época tampoco fue fácil. La única forma de que esto fuese rentable era estar entre los mejores. Por eso ahora imagino que sucederá lo mismo y que Mechaal, que lo está, ganará bastante dinero  y que, si tuviésemos un campeón del mundo de maratón, como lo tuvimos en los noventa, no quiero ni pensar lo que podría ganar. Pero la diferencia es que ya no lo tenemos”. De ahí que en el lenguaje de Viciosa todo sea digno de relativizarse, “porque es así. La vida es así. No me digas que esto que haces tú mismo es fácil porque no me lo creo. En la vida no hay nada fácil. Siempre tienes que luchar. Yo mismo tuve que luchar mucho para que me contratarán en las mejores carreras. Pero contaba con ello. Sabía que mi caché dependía de los resultados. Era la única forma de abrir puertas y de que las puertas, que habías abierto, no se cerrasen”.

 Hoy, el orgullo está presente. “Acepté ese estilo de vida y la vida me dio la razón, sí. Pero, sin ir más lejos, las Navidades en las que corría la San Silvestre, ese era un tiempo lleno de tensión en los que uno no se pasaba de nada ni en la cena de Nochebuena. Y como doblaba entrenamiento tenía que estar tan pendiente como en otra época del año de las horas de descanso. Y no era tan fácil porque los niños eran pequeños. Pero nadie dijo que ser atleta fuese fácil”, insiste hoy, a los 48 años, desde su casa en Valladolid llena de recuerdos como su memoria, procedentes de todo el mundo, de Nueva York, de Oslo y hasta de Vallecas, donde su nombre siempre regresa cada 31 de diciembre. Y, aunque físicamente esté en Valladolid, él también acepta que “fue maravilloso” y hay una cosa que tiene en casa (“ese jarrón con dos asas muy grandes, bañado en plata, que daba la casa Real”) que le recuerda que, al final, solo gana uno. Y durante años, en la San Silvestre vallecana Internacional, ése fue él, Isaac Viciosa Plaza.

@AlfredoVaronaA 


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