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"La ambición es una droga peligrosa"

Foto: Quim Farrero
Historia del gran favorito para la Behobia-San Sebastián: Jaume Leiva. Un hombre que hace diez años supo vencer a lo que hoy denomina: la alopecia universal. “Se me cayó el pelo de todo el cuerpo, hasta los pelos de la nariz”

De repente, le pasó a él, Jaume Leiva, que, en su Declaración de Hacienda de aquel año 2008, lo declaró como “alopecia universal”.  “Se me empezaron a caer todos los pelos del cuerpo, hasta los pelos de la nariz”. Incapaz de vivir en su cuerpo, el estrés presentó su dimisión. Su cuerpo se rebeló así y le envió un mensaje que durará para toda la vida. De hecho, diez años después, él aún lo tiene registrado en su buzón de voz. Todavía recuerda que vivir así puede ser imperdonable. “Llegué a trabajar doce horas diarias. Tenía problemas económicos y no quise decir nada a nadie. Ni siquiera a mi familia. Traté de solucionarlo yo sólo hasta que mi cuerpo explotó y empezó a perder el pelo por todas partes. No sabía ni cómo explicarlo. Pero de aquello aprendí que no merecía la pena vivir así. Es verdad que los problemas son problemas. Pero hay que saber convivir con ellos. Hay que darles tiempo, porque las cosas necesitan tiempo para solucionarse”. De ahí que hoy Jaume Leiva, a los 35 años, quizás en el mejor momento de su vida, sea inseparable de aquella época. Su mujer, que es enfermera, y su hijo, que tiene tres años, han reforzado esa idea que este verano adquirió su punto culminante en su viaje a Noruega.

“Nos fuimos 40 días de vacaciones en furgoneta. Recorrimos más de 10.000 kilómetros en los que llegamos hasta Tromso y me dio rabia descubrir, en un país que no está tan lejos del nuestro, que aquí podríamos estar mejor”, relata hoy con una naturalidad mayúscula. “Recuerdo un domingo en el que llegamos a subir una montaña y al bajar había un colegio abierto para todo el mundo para que la gente pudiese ducharse con jabón, con crema hidratante, qué sé yo… Había de todo. El caso es que me dejó marcado y me hizo entender lo bonito que es compartir y lo bonito que es que la gente pueda vivir así. No sé si Noruega será un país perfecto, pero nosotros estamos a años luz de anécdotas como ésta que acabo de contar. Trato de describir el mundo en el que me gustaría vivir”. En realidad, Jaume Leiva es ese tipo que hoy ya ha descubierto que “la ambición es una droga”. Una droga que a veces impide abrir las ventanas, porque no todas las capacidades de la ambición son buenas. Quizás un reflejo de tantas cosas que pasaron por la vida de Leiva, “en las que no siempre me dejé asesorar bien, precisamente, por culpa de la ambición de querer hacer las cosas un poco más rápido. Si volvía de una lesión y mi entrenador, Domingo López me decía, ‘vamos a empezar a 4’00″/km’, trataba de ir más rápido porque me parecía poco. Y mire que yo siempre he respetado lo que me ha dicho Domingo. Pero los atletas somos muy peligrosos. Siempre queremos un poco más y hay veces en las que no puede ser, porque la ambición se equivoca fácilmente. Tenemos que saberlo”.


“Entre 2013 y 2015 estuve más de 500 días sin poder correr”

En realidad, la ambición también tiene sus momentos de debilidad. “Me lo va a contar a mí”, interrumpe Jaume Leiva. “Entre 2013 y 2015 estuve más de 500 días sin poder correr, porque todo fueron complicaciones. Tuve una fractura de estrés en el sacro. Venía de una operación de cadera en la que me tocaron un nervio y la recuperación fue muy complicada. Es más, aún me queda déficit muscular en esa zona. Pero, al menos, de aquello aprendí a no olvidarme nunca más de la paciencia: comprendí que es preferible ser perseverante y que, si haces las cosas bien, el atletismo te lo va a agradecer. Por eso ahora que entreno a corredores una de las primeras cosas que les digo es, ‘tener cuidado, en este deporte es muy fácil equivocarse’. No quiero que les pase a ellos lo que me ha pasado a mí. Por eso voy a todas partes, incluso, en vacaciones acompañado por mi ordenador pensando en los atletas que entreno a distancia. En cualquier momento pueden necesitar algo”. 

Leiva parece un tipo interesante. “Al final, el atletismo es un reflejo de las cosas que te pasan en la vida”. La fuerza está en reconocerlo, en no ponerle cara de malo a los problemas. Quizás la principal enseñanza que nos deja hoy este hombre, casado con la humildad con la que creció en Terrassa. “Mi padre ha trabajado desde los 13 años reponiendo máquinas de vending y mi madre era costurera en una empresa textil. Igual no teníamos mucho, pero valorábamos lo que teníamos. Cada cosa que lográbamos como me pasa a mí ahora en el atletismo. De repente, a los 35 años, acabo de hacer la mejor marca de mi vida en media maratón en Valencia: 1h,02’29”. Incluso, todavía creo que este no es el final. Aún puedo mejorar. Pero ésa es la consecuencia de entrenar bien y sin ninguna prisa como me ha convencido Domingo López, mi entrenador. Llevo 20 años con él en los que me ha enseñado que esto es picar piedra y, efectivamente, he picado mucha piedra. No se trata de decir, ‘corro a estos ritmos porque tengo calidad’, sino de reconocer que corro así porque no hago más de la cuenta. Es más, el otro día un muy buen atleta me dijo, tras la media de Valencia, que le parecía un muy buen tiempo lo que yo había hecho para lo poco que entrenaba. Y es posible que lleve razón. Pero la realidad es que aquí estoy, a los 35 años, en una situación que no imaginaba. Todavía tengo la posibilidad de soñar con los JJOO de Tokio y quién sabe lo que pasará entonces… Yo no voy a decir que no, no tengo motivos para pensar que eso es imposible”. 

Hoy, no hay que pedirle consenso. Es más enriquecedor escuchar la seguridad que muestra en lo que hace. “No estoy entrenando más de 170 km semanales y no hago demasiadas series. El entreno más fuerte que he podido hacer ahora son 3×5.000 en el bosque en un circuito difícil. El más lento a una media de 3’02” y el más rápido, que fue el último, a 3’00” recuperando un 500 a 1’45″”, explica un atleta como él, que rara vez hace “series por debajo del umbral. El otro entreno fuerte que se me ocurre contarle ahora ha sido un 4.000×3.000×2.000×1.000 recuperando un kilómetro a 3’25” y terminando el último 1.000 en 2’45”. Pero, ya le digo, si comparo esto a lo que leo que hacen otros entrenadores…. Es más, a veces cuando les leo, me digo a mí mismo, ‘yo no podría hacer eso, me rompería'”. De ahí la importancia de encontrar su sitio como lo ha encontrado él, patrocinado siempre por información de calidad. “Mi entrenador no te machaca, te cuida”. Así que sería una imprudencia poner fecha de caducidad a esta historia que arrancó a los 16 años cuando conoció “por casualidad a Domingo López”. Desde entonces, hay tanto que contar que podríamos tirarnos todo el fin de semana, porque 35 años ya son años. Por eso el secreto está en poner límite y, como siempre, en recordar que vivir es aprender. De otra forma sería imposible tener razón, almacenar recuerdos como el disgusto de aquel adolescente que entonces era Jaume Leiva y que tampoco quisiera dejar de contar. 

Sólo una persona mayor podía explicarle que el futuro no es lo que pasa hoy, sino lo que pasará mañana. “Es posible que todos estos chavales que te han ganado entrenen el doble o el triplo que tú”, le dijo entonces un hombre que ya plantaba cara a la sabiduría y que sólo era un poco más joven que hoy: Domingo López. El único entrenador que ha conocido hasta ahora a los 35. El mismo que entonces le insistió a  Leiva, “no pasa nada porque hayas quedado octavo”, en aquel campeonato de España junior. El mismo que dejó marcado a aquel muchacho que venía de ser campeón de Catalunya de 5.000 metros y que no sabía como entender ese octavo puesto. La diferencia es que hoy, a los 35 años, lo entiende todo, “porque es verdad. Domingo llevaba razón. De esos chavales que quedaron delante de mí el único que sigue, a día de hoy, es Javi Guerra”. Porque el secreto siempre estará en eso, en escuchar o en algo más importante: saber escuchar. 

@AlfredoVaronaA 


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