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El hombre que no se rinde ni a tiros

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Esta es la historia de Miguel Ángel Sancho, un saltador de altura que en 2009 apuntaba a estrella mundial con aquel salto de 2,27 metros. Diez años después, no ha vuelto a hacerlo. Su historia no es la de un triunfador, sino la de un peleador que aun no se sabe cómo sigue aquí.

Hoy no voy a contar la historia de un triunfador, sino la de un peleador. La de un hombre, de 29 años, que no se rinde ni debajo del agua. Teníamos la sensación de que cada año que pasaba sus posibilidades de subir al podio se reducían. Pero la diferencia es que él no lo veía así. Esta, en realidad, es la historia de Miguel Ángel Sancho, un tipo que en 2009, a los 18 años, hizo el mejor salto de su vida: 2,27 metros. Desde entonces, se han cumplido diez años. Nunca pensamos que fuésemos a esperar tanto tiempo

Aquel chaval de Quart de Poblet se convirtió en el número 1 del mundo junior. Soportaba hasta la comparación con un mito como Javier Sotomayor que, a esa misma edad, sólo le superaba en seis centímetros: 2,33.

Los periódicos de papel, que entonces eran de papel, se referían a él como una futura esperanza de medalla olímpica. Él, con el pelo rizado y revuelto, contestaba con el mejor argumento posible: una sonrisa que volaba hasta el cielo y que nos recordaba que nosotros también tenemos derecho a disfrutar de los grandes talentos.

Él tampoco te hablaba de la técnica para saltar, sino de la intuición para comerse el mundo y para demostrar que hay algo más importante que la lógica en el mundo: la imaginación. “Antes le ponía límites y me los ha tirado todos”, explicaba José Peiró, que entonces era su entrenador y que te hablaba de un atleta que tenía “unos tobillos reactivos, únicos”. Nos provocaba a soñar con el futuro y a ponerle el nombre de Miguel Ángel Sancho, que mostraba un meritorio sentido del humor al clasificarse como “un enano” en un mundo de gigantes.

Medía apenas 1,80, pero rápidamente recordábamos que Stefan Holm fue seis campeón del mundo de salto de altura y oro en los JJOO de Atenas con esa misma estatura.

Pero el mundo ha ido en otra dirección. 

La diferencia es que han pasado diez años y Miguel Ángel Sancho nunca se clasificó para unos Juegos ni tampoco ha vuelto a saltar 2,27 metros. La vida ha sido difícil pero no imposible para él, porque esta es la historia de la gente que nunca se rinde. Por eso es una inspiración que nos invita a explicar que quizá nunca es demasiado tarde.

A estas alturas de mi vida, después de diez años esperando, yo ya no me veía escribiendo de él. Pero en la Copa de Europa de selecciones de este fin de semana en Polonia Miguel Ángel Sancho ha vuelto con esa autoridad que anunciaba a los 18 años. Ha saltado 2,26 metros, a solo un centímetro de 2009, pero quizá ha existido algo más importante que la victoria: la sensación que ha dado de tenerlo todo controlado. Nos ha mostrado en una sola imagen lo difícil y lo importante que es eso.

Un día de esa categoría se ha hecho esperar diez años en su vida. Pero ha sabido esperarlos porque a veces la vida consiste en esperar y no desconfiar nunca de que lo mejor puede ocurrir cuando la gente menos se lo espera: yo mismo ya no esperaba esto de Miguel Ángel Sancho.

A veces, al pensar en él, hasta regresaba a aquella vieja idea del atletismo (“de los medallistas junior llega a triunfar un 30 o un 35% en la elite”) que no sé si viene al caso. Pero me parece que es lo que uno sentía en la lejanía.

Quizá por eso he sentido el deber moral de escribir de él y de resumir, a través suya, lo difícil que es vivir en dirección prohibida. A veces es más fácil que le corten a uno la luz a luchar frente a mil y una lesiones y frente a esa sensación en la que, por la razón que sea, uno no encuentra su sitio. Hay miles de vidas así (entiendo), pero la diferencia radica en la gente que no se da por vencida ni a tiros. Nadie dijo que fuese fácil cumplir un sueño.

Han pasado diez años, efectivamente. Ahora, Miguel Ángel Sancho ya no tiene cara de adolescente ni tanto pelo como aquel chaval que desafiaba el mito de Javier Sotomayor. Ahora, se puede tirar un día entero hablando de la técnica. Pero la diferencia es que ahí sigue en una prueba que puede cobrarse cadáveres a cámara rápida como el salto de altura. Él, pese a todo, se ha convertido en un atleta de una longevidad admirable.

Así que nada más. Gracias a la vida por mostrarnos a gente que sabe esperar y a los que te ayudan a esperar como ese entrenador, Gustavo Adolfo Becquer, que por fin ha encontrado Miguel Ángel Sancho. Y ha llegado a tiempo para resolver el enigma y para decirle:  “Tienes que saltar así”. De ahí que hoy volvamos a atacar al futuro como si tuviésemos 18 años, a desafiar la barrera de los 2,30 metros y, por supuesto, a llegar a esos JJOO que en 2009 Miguel Ángel parecía tenerlos en la palma de la mano. Pero la vida no siempre es lo que parece.


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