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Running: una experiencia religiosa

No sé si por el influjo de la Semana Santa o por la cercanía del día de la maratón de Madrid, pero llevo algunos días dándole vueltas al hecho de que correr es una experiencia religiosa. Está claro que correr no es lo primero en lo que piensas cuando te hablan de algo espiritual. Tampoco es que una serie de diez intervalos de 400 metros a toda leche te vaya a situar más cerca del Creador o de aquello en lo que creas, más bien te sitúa más cerca del Infierno. Pero creo haber encontrado un término medio y eso está en la carrera de larga distancia.

Correr es duro, duele, es extenuante. Todo lo contrario a lo que debería ser una experiencia espiritual que relacionamos más con observar una puesta de sol, un paisaje o un bebé riendo. Pero los runners obtenemos placer a través del dolor, nos va el sadomaso. Yo por ejemplo, a veces mientras sufro en los entrenos pienso en una sesión de sadomaso con Adele. Por alguna extraña razón cuando pienso en una dominatrix la imagino así, pequeña, anglosajona y con algo de sobrepeso.

Durante la Historia, la flagelación ha sido casi siempre un castigo. Pero hay una flagelación voluntaria que todavía se admite en algunas órdenes religiosas como los cistercienses. Ahí uno se castiga para ser mejor al día siguiente, justo como los runners. Cuanto más pienso en la flagelación voluntaria más la relaciono con el Running. ¿O acaso los entrenamientos de Zatopek no eran flagelación voluntaria?.

Castigarse y machacarse no es agradable, pero a los runners nos gusta y nos engancha. ¿Por qué? ¿Por qué hay personas a las que nos gusta castigarnos en los entrenamientos y otros que prefieren no estresar su cuerpo y corretear alegremente por el parque a ritmos suaves?

¿Por qué hay gente que cree y otros que no?

Hay gente que dice que uno puede obtener una experiencia religiosa en cualquier parte y yo estoy de acuerdo. Yo no necesito estar en paraje de ensueño mientras los últimos rayos del sol del día van cayendo ante mis zancadas, he tenido experiencias religiosas o como quieras llamarlo haciendo 20 kilómetros a las nueve de la noche en soledad sobre el duro asfalto. Unos lo llaman “flow”, “sensación de fluidez” o “experiencia religiosa”, da lo mismo.

Poner un pie delante del otro no es divertido, pero la repetición, el ritmo, la cadencia, te llevan a un estado de evasión que hacen que en un caso extremo sea casi una experiencia religiosa. Y si no estás de acuerdo, siempre puedes irte de monje al Monte Hiei en Japón. En este monte existen unos monjes que conciben la espiritualidad mediante la carrera de larga distancia. Se acercan a los límites de la resistencia humana para adquirir un nivel superior de espiritualidad. Este es su ritual:

  • Primer año: 100 maratones durante 100 días consecutivos, comenzando a la 1:30 AM después de una hora de rezos.

  • Segundo año: 100 maratones en días consecutivos

  • Tercer año: 100 maratones en días consecutivos

  • Cuarto año: Dos tandas de 100 maratones en días consecutivos

  • Quinto año: Dos tandas de 100 maratones en días consecutivos

  • Sexto año: 100 ultras de 60 kilómetros en días consecutivos

  • Séptimo año: 100 ultras de 83 kilómetros en días consecutivos y 100 maratones consecutivas.

Supongo que después del séptimo año ya eres Dios o por lo menos estás muy cerca desde el punto de vista runner. Como para pensarse lo de meterse a monje, mientras tanto vamos a conformarnos con disfrutar de correr, y si podemos divertirnos de vez en cuando con alguna sesión de sadomaso, mejor que mejor.

Fotos. P. Bernús

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