Inicio Multimedia Eterno como Bikila, inmortal como Biratu

Eterno como Bikila, inmortal como Biratu

Abebe Bikila en los JJOO de Roma 1960- Foto: Mondadori – Getty Images.

Correr un maratón descalzo, un maratón olímpico, ganarlo, batir el récord del mundo y repetir la hazaña, cuatro años después, con zapatillas de deporte, es hablar de Abebe Bikila. Murió tetrapléjico, probablemente de una hemorragia cerebral. Quizás, desde el 11 de septiembre de 1960, estas seis primeras líneas sean lo más cercano a la realidad que se ha escrito sobre él. A partir de aquí, me quedo con el beneficio de la duda, ya que no doy crédito a muchas fuentes consultadas, no solo por dudosas, si no por no cumplir la máxima periodística de las tres fuentes veraces que, contrastadas, confirman un hecho. Lejos de convertirme en un fustigador, trataré de no alimentar más la leyenda, de por sí bastante manida.

El doble campeón olímpico de maratón, nunca llora en público. Cuando el avión procedente de Londres aterriza en el Aeropuerto Internacional Haile Selassie I, los honores de Estado, como Héroe Nacional, le endurecen el rostro. La barba de varios meses, bien perfilada, reposa sobre su pecho. Su cuerpo trajeado, sobre una silla de ruedas, contrasta con la del atleta de pantalón corto rojo y camiseta verde botella, de tirantes casi invisibles, que cruza la meta descalzo bajo las antorchas de la noche romana. Quizás su imaginación, tras su mirada perdida, sigue buscando al corredor favorito que se cambio de dorsal para despistar al resto de rivales.

Los juegos de Tokio´64 confirman que el oro de Roma’60 no es fruto de la casualidad. Tras cruzar la meta del estadio olímpico nipón en 2:12.11, ejecuta unos breves ejercicios de estiramiento, mientras el segundo llega cuatro minutos después. El etíope, calzado con unas Puma blancas, bate de nuevo la marca mundial. Pero el himno de Etiopía no suena tampoco esta vez porque la banda japonesa no tiene, ni conoce, la partitura. Y después, en su última participación en unos juegos, en Mexico`68, la organización, con la lección aprendida, no puede subsanar porque Bikila se retira de la prueba.

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Abebe Bikila en el Maratón de Zarautz 1966 . 150.000 personas en la calle desde Azkoitia hasta Euromar . Foto: Vida Atlética de Galicia (https://vidaatleticadegalicia.org/)

Entre Tokio y México, fue en declive, pero aun logró vencer el maratón internacional de Zarautz, ya ascendido a teniente de la guardia imperial etíope. Tal recuerdo dejó allí, que una campaña de su organizador, Emilio Olazábal, reunió 4000 cartas de ánimo. Cuando llegaron a la clínica londinense donde intentaban rehabilitarle de un fatídico accidente de tráfico, probablemente, le vieron llorar por primera vez. En 1969 lo encontraron al borde de una carretera etíope, tras salir despedido de su Volkswagen, un escarabajo regalo del emperador Haile Selassie I. Bikila formaba parte de su guardia personal.

Método Niskanen

Onni Niskanen, entrenador de la guardia del emperador, se encargó de adaptar a la disciplina militar una rutina deportiva, que diera resistencia a sus deportistas más aventajados, de manera que pudieran representar al imperio en competiciones internacionales. Sus consejos, a mediados del siglo XX, reforzaban otras ventajas que científicamente entonces no se podían detectar: La altura de la capital etíope sobre el nivel del mar, la genética o la especial fisiología de las piernas de los etíopes, y sus vecinos kenianos, jugaron a favor del método de Niskanen, que a día de hoy, aunque muy básicamente, sigue vigente.

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Caminar y correr sobre una distancia de 3 km, tres veces por semana, a lo largo de dos meses. Una base que debía de llevar a probar a los iniciados, en carrera continua y a ritmo constante, sobre tres distancias de 2, 4 y 6 km, de manera que había que progresar a 4, 6 y 8 km, hasta alcanzar los 20 km de un tirón, en un periodo razonable de tiempo, que permitiera al atleta dominar la distancia con facilidad, sin fatiga, y recuperado para repetir en el menor plazo posible. Al menos una vez cada 4 semanas. Onni daba especial importancia al factor psicológico y motivaba a sus chicos con la idea de irían más rápido que sus rivales si lograban correr hacia arriba, aumentando el ritmo medio del llano. Y para las últimas semanas, antes de la competición, y aumentada gradualmente la distancia mensual, entrenaba la velocidad con intervalos de sprint de 50 m.

La gloria arrebatada a Wami Biratu

Entre Abebe Bikila y Wami Biratu, la gloria olímpica

El entrenamiento era igual para todos, pero con el talento llegaron los éxitos. Bikila ganó 12 de los 15 maratones que corrió. Derrotó en las maratones selectivas a Wami Biratu, el mejor etíope hasta la llegada de Abebe, lo que le impidió ocupar las plazas olímpicas en juego. Biratu, pupilo de Niskanen, siempre lo dijo, “cambiaría mi vida por la gloria olímpica”. Pero Bikila fue el elegido para competir. Cruzó primero la meta el 10 de septiembre de 1960, dos días antes del año nuevo etíope. Una línea final a la que llegó con su zancada atípica, más corta que la de un maratoniano al uso. No se detuvo y continuo corriendo. Un médico de la carrera trató de alcanzarle, pero cuando se detuvo, bajo el arco de Constantino, sonreía porque los flases y la televisión le marcaban. Supo entonces que había vencido y su rostro, de afilado bigote, apenas mostraba la brutal carga que sus pies habían sufrido.

Ni Bikila, ni Biratu sabían leer hasta que llegaron al ejército. Biratu, de niño, supo del atletismo por fotografías de los periódicos. Creía que esos hombres que corrían y ganaban carreras cobraban mucho dinero. Bikila intentó, desde su silla de ruedas, llegar como arquero a los juegos paralímpicos de Heldeberg’72, pero el imperio ya no tenía el poder de antaño y Etiopía no llegó a participar. Abebe Bikila dio su última vuelta de honor, en un estadio olímpico, durante los juegos de Munich’72, un año antes de morir, a los 41. Biratu malvivió toda su larga vida, pero feliz de haber corrido hasta más allá de los 90.


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