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El 'Tour de Francia' de los corredores

Imagen de la edición 2018 de la Behobia-San Sebastián
Imagen de la edición 2018 de la Behobia-San Sebastián

Vaya por delante que no tengo un bagaje amplísimo en carreras por el mundo. Pero creo haber corrido suficientes como para afirmar que la Behobia-San Sebastián no solo es la más especial, la más mágica, que he completado, sino que es como vivir una etapa del Tour de Francia sintiéndote Chris Froome, Tom Dumolin o Alejandro Valverde. Y ojo, que no es necesario llamarte Carles Castillejo, Jaume Leiva o Chema Martínez. CUALQUIER corredor o corredora que se aventure a trazar los 20 kilómetros de la Behobia-San Sebastián tendrá una oportunidad única, casi diría que inigualable, para convertirse en actor principal y experimentar lo que es de verdad sentir como el público te lleva en volandas y te da ese plus que ningún otro factor te puede aportar.

Hay que tener en cuenta que el primer impacto no tiene porque ser especialmente positivo. Ver a una auténtica horda de ‘runners’, a una marea humana moverse como robots hacia la línea de meta y avanzar lento con el tapón del primer kilómetro puede generar algo de frustración. Es por eso que hay que tomarse con tranquilidad y disfrutar de cada sorbito en ese tramo inicial. El recorrido desde Behobia hasta San Sebastián tiene de todo, tramos de pendiente por autopista, urbanos por las calles más transitadas de los pueblos adyacentes a la capital guipuzcoana…y mucha emoción. Porque si algo genera esta carrera es emoción.

Es imposible no cruzar la meta con el bello de punta después de haber escuchado más de 20 veces “Aúpa Jose”, “Vamos Jose”. Porque sí, porque la gente te anima, te alienta, sabe que estás haciendo un esfuerzo muy grande y te lo recompensa desde el alma. Y eso, para el corredor popular, acostumbrado a sacar tiempo de debajo de las piedras para entrenar, a mejorar marcas y acabar carreras sin esperar felicitaciones ni buenas palabras de nadie, sino meramente para satisfacción personal, eso es brutal. Y muy muy difícil de sentir y experimentar, de verdad.

Las caras al cruzar la meta a pocos metros de la bella bahía de La Concha lo dicen todo. Reflejan sufrimiento y emoción. Felicidad y alivio. Pero sobre todo el ‘shock’ propio de acabar de vivir algo mágico. Porque la comunión que se forma es tan especial, tan íntima, que es comparable con muy pocas cosas. Y créanme que no exagero…


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