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El tío más paciente que he conocido

AFP

Siete años de sinsabores desde que fue campeón del mundo en 2015 no fueron suficientes para que Miguel Ángel López (el nuevo rey europeo de la marcha) perdiese la paciencia consigo mismo.

Ayer por la mañana salí a entrenar bien prontito. Cuando volví a casa mis chavales tenían encendido TDP, con la retransmisión de los 35 km marcha, y uno de ellos no esperó a que yo cerrase la puerta:

-Va un español el primero.

-¿Quién?

-Miguel Ángel López -contestó.

Y entonces me duché con una celeridad descomunal para plantarme yo también frente a la televisión y vivir lo que ya no me creía siete años después.

Considero a Miguel Ángel López un atleta muy, muy especial.
Y eso que hace seis años que no escribo de él.

La última vez fue en este mismo medio en agosto de 2016 antes de que él iniciase su desafío en los JJOO de Río de Janeiro, donde Miguel Ángel se atrevió a doblar (20 y 50 km marcha), como si fuese Robert Korzwenioski.

Tenía entonces 28 años y estaba en su derecho. Acababa de ser campeón de Europa en Zurich 2014 y del mundo en Pekín 2015.
Parecía tan superior que todos estábamos preparados para contar su oro olímpico.

Pero no iba a ser así.

Miguel Ángel se estrelló en ambas pruebas de modo clamoroso.
Y, desde entonces, vivimos marcados por la añoranza de lo que pudo haber sido y no era.

En la que debía haber sido por edad la mejor época de su carrera deportiva, Miguel Ángel López se convirtió en un actor secundario en los campeonatos internacionales de verano.

Reconozco que pensar en él me daba su cosa. Quizá pena.
Siempre estaba en la selección, pero eran otros, los más jóvenes, los que se fotografiaban en el podio y eran ellos quienes alimentaban las portadas de los periódicos y los pronósticos.

Ayer, 16 de agosto, se cumplieron siete años desde la última vez que Miguel Ángel López subió a un podio internacional, desde aquella madrugada en el Mundial de Pekín 2015 en el que lo dominó todo con una autoridad estupenda.

Ha sido mucho tiempo. Podía haberlo dejado.

Su entrenador José Antonio Carrillo, un hombre de 65 años de los que no se tira piedras a la cabeza, le podía haber dicho:

-Déjalo, tú ya no tienes que demostrar nada.

Porque no parecía fácil vivir así, la resignación no es plato de buen gusto para nadie.

Pero resulta que no era resignación lo que andaba metido dentro de Miguel Ángel López, sino algo infinitamente más poderoso: la paciencia.

Lo pensé ayer nada más que le vi liderar la carrera con tanto margen y les expliqué a mis hijos esta misma historia que estoy contando ahora.

-¿Veis lo importante que es tener paciencia?

De chaval yo era muy impaciente: lo quería todo para ya. Y pasó tiempo hasta que me convencí de que era una lata vivir así y, desde hace muchos años, la cualidad que más valoro en la vida es la paciencia.

Para entenderlo reconozco que he leído bastante. Por ejemplo, a Gandhi: “Perder la paciencia es perder la batalla”.

Pero resulta que a quien tenía más cerca de mí (a lo sumo, a una llamada de teléfono de distancia), que era Miguel Ángel López, nunca me decidí a llamarle, quizá para no insistir en la herida de la resignación (nunca des nada por hecho).

El caso es que esa es la principal enseñanza que nos deja este oro europeo de ayer de Miguel Ángel López, de 34 años.

No te atrevas a perder la paciencia contigo mismo.

No le concedas esa ventaja a nadie.

Te ahorrarás perder fuerzas, evitarás enfados innecesarios y no impedirás que el futuro pueda premiarte con cosas tan maravillosas como esta que le sucedió ayer a Miguel Ángel López en la mañana del 16 de agosto.

 


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