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El tiempo que Mateo Cañellas no va a recuperar

El político se comió al magnífico atleta que fue Mateo Cañellas en los noventa. Acusado de corrupción, asegura que probó su inocencia con terminología de atleta. 

En su biografía habita un atleta muy competitivo. Un hombre del 1.500 que fue una mina en los grandes campeonatos en la década de los noventa. Sin embargo, los últimos seis años el político se comió al atleta. Acusado de corrupción, en su época de Conseller de Deportes en Mallorca, Mateo Cañellas (Inca, 1972) ha vivido seis años prisionero de la justicia. Al final, demostró su inocencia. Pero al fondo queda una época, la peor de su vida, que lo ha envejecido prematuramente. “Sobre todo a nivel de pelo”, admite, “aunque mi mujer advierte que soy poco fotogénico”, se defiende. “Al natural, insiste en que parezco otra cosa”.

Hoy, Cañellas ha regresado a la vida. Ha montado una escuela de niños y de runners. Ha vuelto a correr a 3’30/km pero duda que repita en un maratón como aquel que corrió en Madrid en el año 2000 en 2 horas y 21 minutos. “Se me hizo muy largo”, dice.

Pregunta. Fue usted un grande del atletismo en los noventa, pero hoy ya no sé como empezar esta conversación. 

Respuesta. Bueno, es que tampoco fui un grande. Ni siquiera me aproximé a ser el líder de mi generación. Yo estaba en el segundo montón, imposible de comparar con Fermín Cacho.  Pero sí es verdad que pertenecí a una época en la que se ganaban medallas internacionales: yo mismo fui campeón de Europa y subcampeón del mundo ante El Guerrouj, porque aquello era otro mundo. Ahí había de todo y antes de empezar los campeonatos teníamos grabada la fecha de la final del 1.500. Sabíamos que íbamos a estar.

P. Había de todo. ¿También había dopaje?

R. Sí, se ha descubierto que sí. Hasta que no entró la Ley antidopaje hubo un periodo de pequeños escándalos. No se puede decir que no había, pero tampoco se puede dar nombres.

P. ¿Y usted estaba entre esos nombres?

R. Con 3’37” que llegué hacer en 1.500 no hacía falta. Sería un contrasentido haberme dopado y quedarme con esa marca. Pero lo que yo sí tenía era un gran sentido táctico, un gran final. De ahí las cosas que conseguí en grandes campeonatos. Pero le aseguraría que si me hubiese dopado no me hubiera quedado con esa marca de 3’37”. Sería tan ridículo como los que se dopan para mejorar su marca en una carrera popular.

P. Hoy es usted entrenador de runners. ¿A qué aspira con eso?

R.  Bueno, eso hay que matizarlo. Yo estudié Educación Física y siempre supe que mi vida no estaba en la docencia. Pero este año he empezado a entrenar a los niños de mi antiguo club y, a partir de ahí, se han unido los hermanos mayores y los padres de esos niños y, de pronto, he descubierto que estoy a gusto y que puedo seguir en contacto con este mundo.

P. ¿Volvió a vivir?

R. Creo que sí. He pasado seis años demasiado malos. Pero encontré una ventaja. Mientras esperaba que saliesen los juicios, encontré en el deporte una evasión, una manera de convencerme de que yo podía seguir siendo el mismo y de que la gente seguía creyendo en mí. Mire, yo entrenaba en el polideportivo ‘Príncipes de España’ en la misma localidad en la que fui conseller de Deportes y me tranquilizaba. Podía ir y saludar a los funcionarios que habían estado a mi cargo o hablar con esa gente sin miedo.

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P. ¿El miedo alguna vez lleva razón?

R. No lo sé, pero fueron seis años tan duros… Yo podía llorar, protestar, patalear en casa, gritar que era inocente… Pero por mucho que hiciese no iba a conseguir que el tiempo pasase antes ni que la justicia fuese más rápida. Fue mi travesía en el desierto y en ella descubrí que yo, gracias, al atletismo, tal vez fuese una persona más dura de lo normal.

P. ¿Y en qué se parece defender su inocencia a desafiar a El Guerrouj? 

R. Nada. El mero hecho de desafiar a El Guerrouj significaba ganar. Estabas ahí. Sin embargo, tener que defender tu inocencia es perder. Yo he salido victorioso y a la vez derrotado. A nivel social, laboral, personal, nadie me devolverá lo que perdí. Caí mucho, perdí patrimonio y no sé exactamente por qué no llegué a la ruina. Estuve a punto de decir a mi abogado, ‘dejemos de pelear’, pero no lo hice y no fue fácil, porque yo llegué a ver a compañeros míos por la calle borrachos, gente que se entregó a la bebida, a unas medicaciones tremendas, al psiquiatra…, y sí, claro que temí que pudiese pasarme.

P. ¿Por qué hoy parece un mártir?

R. No haga caso. No soy un mártir.

P. ¿Qué es entonces?

R. Un hombre que era inocente y ha tenido que pasar por un verdadero calvario para demostrar su inocencia.

P. ¿Qué justicia tiene eso?

R. Para mí, ninguna. Me ha dejado muy cascado. Si hubiesen sido seis meses, todavía; pero han sido seis años… Yo tenía que seguir viviendo. Tenía que pagar abogados, facturas…, y, sin embargo, siendo licenciado en Educación Física, teniendo una preparación, ¿como iba a ir a un colegio a ofrecerme a dar clase? ¿Quién iba a coger en esas circunstancias a un hombre acusado de corrupción? O siendo gestor ¿quién iba a querer que le llevase las cuentas?

P. Yo mismo le hubiese dicho que no. 

R. Sí, claro…, y por eso tuve que vivir estos años en los que mi única imagen era yo. No tenía ni enchufes ni un padre rico…, y el tiempo pasaba muy lento…

P. Llegó usted a abandonarse físicamente.

R. Ahora me he deshinchado, pero sí, engordé una barbaridad. Intentaba correr, pero la musculatura estaba tan tensa que no podía… Así que en cuanto intentaba coger un ritmo de 3’30” o 3’35” me partía, no había manera de lograr continuidad.

P. ¿Puede ser un mal político un buen atleta?

R. ¿Qué es un buen político? ¿Qué es un buen empresario?  ¿Acaso es suficiente triunfar económicamente para ser bueno? ¿Qué pasa con los que han estafado a la ética para enriquecerse a través de países donde los niños están explotados para trabajar? Así que, sinceramente, no sé como contestar a esa pregunta. No sé donde está la frontera.

P. Sería mejor que esta conversación se hubiese limitado a atletismo.

R. Eso le dije cuando terminó todo esto a mi abogado Toni Martínez, que había sido compañero mío en el atletismo. Luego, él dejó de hacer deporte y se fue con una beca Erasmus a Alemania y yo me fui a Madrid, a la Blume. Pero jamás nos olvidamos de esa época de atletas. De hecho, cuando preparábamos mi defensa lo hacíamos en términos de atletas. Y cuando me liberé partí la medalla de plata del campeonato del mundo, que perdí frente a El Guerrouj, en dos; una parte le correspondía a él.

P. Fue un maratón que duró seis años.

R. Fue como la carrera de un atleta en la que aprendes que sufriendo vas a ganar.

P. ¿Y eso merecía romper en dos una medalla?

R. Sí, e ir al joyero a que la partiese (risas)…. Pero sí, claro que sí, porque ese hombre, que sacrificó su carrera de atleta para ser un gran abogado, es el que ha permitido que yo hoy vaya por la calle con la cabeza alta y el día de mañana le pueda contar a mi hijo, si finalmente lo tengo, la razón por la que esa medalla está partida…

“Esto es muy duro: yo vi vomitar a El Guerrouj”

P. ¿Qué necesidad hay de volver al pasado?

R. Para mí, mucha, porque esto me pillo con 37 años. Ahora tengo 44 y hasta mayo de 2016, cuando terminó el último juicio, no pude vivir tranquilo. Ha sido tanto estrés… No sé ni cómo explicarlo. De hecho, tengo un par de ofertas de empresas para volver a la gestión y les he pedido esperar. Aún necesito más tiempo para despejarme aun a sabiendas de que todo el tiempo, que tenía ganado yo en el mercado laboral, lo he perdido. Ahora, sea de director de producto, de gerente o de lo que sea, tendré que volver a empezar desde abajo.

P. ¿Su terapia es entrenar a niños?

R. Sí, e ir a buscarlos, y darles confianza, y si ves a uno, que sea bueno, cuidarlo como si fuese un diamante… Pero no es fácil, no. No es como ir a la Blume donde llegan los mejores y sólo les tienes que pedir que se dediquen a correr. Aquí hay que hacer tantas cosas…

P. ¿Y qué les cuenta usted a los niños de su época de atleta?

R. Sobre todo, trato de emocionarles. Y por eso les recuerdo lo que sentí la primera vez que fui internacional o el día que fui a Soria y me presentaron a Fermín Cacho y me dijeron: ‘atento a éste, que va a ser muy bueno’. Pero a la vez les recuerdo que, si quieren ser atletas, sepan que esto no es fácil. No es fácil llegar a una carrera y tragarse los nervios. Yo mismo he visto vomitar a El Guerrouj de la tensión en una cámara de llamadas, porque el deporte de competición no es fácil. Se pasa mal.

P.  ¿Volverá a la política para pasarlo mejor?

R. No creo. Me sabe mal decirlo, pero no.

P. Pero no cerró la puerta.

R. A mí me gusta la política. Es más, creo que todos deberíamos hacer política. Pero han sido tantas cosas. He visto tanto… He sufrido tanto y tampoco ganaba tanto. Cobraba 3.000 euros, que sé que no está mal para mucha gente, pero no te da para solucionar la vida. De hecho, en mi época de atleta ganaba más. Pero yo creo que lo que te engancha a la política no es el dinero sino el poder, la distinción social… Yo mismo he visto cambios brutales, gente que se subía a una nube artificial y no había manera de bajarla… Viví tantas guerras internas… No quiero volver a pasar por ellas.


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