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El Somalí se jubila

Sus últimos 24 años han transcurrido repartiendo publicidad  (su trabajo) y corriendo (su afición). Pero ahora, a los 47 años, una artrosis de rodilla pone fin a la carrera atlética de José Félix Ortiz,  uno de los atletas populares más carismáticos de la Comunidad de Madrid. 

Ha corrido mucho.

Y podía haber corrido más.

– He hecho lo que he podido pero, sobre todo, he hecho lo que me ha gustado – explica José Félix Ortiz, a los 47 años, que se despide sin reprochar nada a la mala suerte. 

Una incipiente artrosis en las rodillas ha provocado que ayer nos abordase a todos nosotros, sus amigos y conocidos.

– Os anuncio la peor de mis noticias: mi retirada definitiva del atletismo – escribió.

Y después explicó que, si sigue insistiendo, el doctor le ha dicho que  tarde o temprano sus rodillas serán acorraladas por una prótesis, que no vale la pena, que la vida es muy larga y que no te arriesgues.

– Y, sí,  claro, la salud es lo primero.

De repente, cada  pieza, que faltaba, ha encajado en su lugar y  uno ha entendido porque hacía tanto tiempo que no le veía y cuando preguntaba por él me decían:

– Está terminando de recuperarse.

– Me alegro.

– Además,  dice que cuando vuelva quiere batir el récord de maratón por encima de 50 años corriendo por debajo de 2 horas y 25 minutos. 

Y así me lo constata esta tarde él,  El Somalí, con el que he quedado en el parque de Arcentales porque no existe ningún escenario mejor: una colección infinita de recuerdos que empiezan y terminan corriendo.

El Somalí empezó a correr aquí y aquí un día le apodaron como El Somalí: quizás por esas piernas tan finas y tan largas, por esa manera de correr tan desenfadada.

Corría y parecía  que no se cansaba.

– He hecho muchas locuras – admite ahora un tipo como él,  acostumbrado a vivir a su manera con su música,  con sus horarios, con sus cosas.

No conozco en exceso a El Somali pero sé que, si le conoces, te expones a quererlo mucho.

El Somalí todavía es un niño de 47 años, incapaz de hacer daño a nadie: no quiero pensar que pueda existir en el mundo nadie capaz de hacerle daño a él.

Nos identifica la pena de no volverle a ver machacar por el parque ni por subir al podio en tantas carreras populares de Madrid.

– ¿Pero qué le voy a hacer?

Y se hace duro.

– Pero ya no puedo  – responde.

– Las rodillas no me dejan.

Al fondo queda la nostalgia de un hombre que entregó todo su entusiasmo a esta afición y a esta  vida en la que tantas tardes aparecía El Somalí por detrás de los árboles.

– Nada, que he venido a acompañaros.

Y se ponía a correr.

– Porque corriendo me he sentido libre.

Y ése ha sido su único libro de instrucciones: la libertad. 

– Sólo  he  tenido un solo entrenador, Guillermo Ferrero, cuando estuve en la Agrupación Deportiva Maratón. Pero es verdad que no le hacía demasiado caso.

Y mira que Ferrero le decía:

– Mira, José Felix, que tienes un talento especial para correr.

Pero nadie supo cómo poner orden al desorden.

Y todo lo que El Somalí llegó a hacer fue 31’00” en 10.000, 1h09m en media o 2h27m en maratón.

–  Pero de lo que más orgulloso me siento es del día que hice un 1.000 en 2’33” sin clavos en la pista.

Y al día siguiente tal vez se fue a correr una media maratón.

– Llegué a correr cuatro en un mes, sí.

Lo recuerda él ahora y también recuerda que las cosas no deben hacerse como las hacía él, sin casi ningún plan.

Pero entonces no hubiese sido El Somali.

Hubiese sido José Félix Ortiz pero no El Somali. 

Y entre los dos hay una enorme diferencia.

José Félix Ortiz es un hombre absolutamente responsable en su trabajo. Lleva 24 años repartiendo publicidad por toda la Comunidad de Madrid. Y a menudo se cuelga unos sacos a la espalda que te hace preguntarte cómo es posible y pensar en silencio, ‘mira, amigo, que te vas a derribar la espalda’.

Pero entonces él te responde.

– No pasa nada: ya estoy acostumbrado.

Y esa es la vida de José Félix todas las mañanas, hasta las cinco de la tarde, pateando la calle, poniéndole alegría a la calle, justificando que se vive como se es.

Y a mediodía hace una parada para comer.

Y, en vez de tirar de menú,  se puede sentar en un banco y abrir una bolsa de patatas fritas o una caja de donuts que ha comprado en el supermercado y así le vale, ‘te lo prometo, que yo no necesito más’.

Y esta es su vida: la vida que le gusta.

Como dice él,  se ha profesionalizado en el reparto y, dentro de lo que cabe,  tiene su propia  libertad, y es su propio jefe en la calle, y es su zona de confort,es feliz, y no le pide a la vida lo que no tiene.

Y esa es otra de las razones por las que José Félix Ortiz se tiene que separar ya de El Somali y por las que la convivencia ya no aguanta más.

– Trabajo andando y no puedo exponerme a una prótesis en las rodillas – razona.

– No sé hacer otra cosa – añade.

Hay que tener mucha riqueza de vocabulario para hacer una descripción a la medida de este hombre: yo no sé si se hacer esa descripción.

Quizás tenga sus lagunas, pero te complace que en un mundo como éste exista gente como él con esta inocencia, con este corazón tan grande.

Ahora, que no puede correr, dice que se ha refugiado en el tenis de mesa (ping pong) y te lo vuelve a contar tan feliz.

Su último tango en París, casi sin avisar y con una escasa preparación,  fue en el maratón de Málaga de 2019 donde hizo 2 horas y 30 minutos. 

Y cómo nos emocionó a todos al enterarnos aquella misma mañana de domingo, como retumbó el grupo de WhatsApp.

Qué grande El Somalí.

Qué buena gente José Félix Ortiz, qué despedida más merecida (pensé) nada más que le leí :

– Chicos, que lo dejo, que tengo que dejarlo.

Y esta es la forma de compartir su despedida pero sólo porque a él le pareció bien.

Le pregunté y me dijo que sí (encantado).

Y esta es la forma de recordaros que tal vez no volveréis a ver a El Somalí en el podio. Ni siquiera en la media maratón de Fuencarral que era su atracción fatal.

A otro le costaría más contarlo: él lo cuenta con una sonrisa fiel.

Con la misma fidelidad con la que se arrodilla ahora y con el mismo cariño con el que besa el piso de este parque de Arcentales en el que empezó todo y uno fotografía la escena,  esa escena, a sabiendas de que se convertirá en la fotografía de portada de esta despedida.

Su despedida.

La despedida que llega demasiado pronto, a los 47 años, pero quién sabe, quién sabe lo que pasará mañana, como amanecerá mañana.


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