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El Síndrome del Dorsal

Hay un amigo, corredor, habitual, que a menudo me dice: “No entiendo porque siempre mejoro mis marcas el día de la carrera. Por mucho que quiera, en los entrenamientos me resulta imposible, pero llega el día de la prueba, me pongo el dorsal y como que me transformo”. “Creo que no eres el único al que le pasa un fenómeno parecido”, le respondo. Y eso me hace pensar. Me hace pensar en cómo el ‘runner’ entrena, entrena y entrena durante la semana, durante meses, para llegar al máximo de sus condiciones a la carrera del fin de semana.

Lo llamaremos ‘Síndrome del Dorsal’ porque creo que es algo bastante gráfico del fenómeno que se produce entre los corredores cuando dan ese paso, cuando reciben su bolsa del corredor en la feria correspondiente, sacan los imperdibles y se colocan cuidadosamente el dorsal con su nombre correspondiente en el abdomen. Es el sitio más típico, pero sí es cierto que cada vez son más los ‘osados’ que lo ubican en la espalda o incluso en los muslos. El caso es que una vez serigrafían el dorsal en sus cuerpos, algo cambia internamente, se produce eso que hemos llamado al principio del artículo ‘transformación’. Sería un término del agrado de los ‘freaks’ de ‘Dragon Ball’. Para los amantes de los videojuegos quizás preferirán aquello de ‘evolución’ o ‘digievolución’.

El ‘Síndrome del Dorsal’: Unos rituales imprescindibles

A lo que íbamos. Nos ponemos nuestro dorsal con ese número que ya no olvidaremos (o sí, dependiendo de si nos sale una carrera catastrófica o no), nos subimos los calcetines, nos aseguramos de que las zapatillas estén atadas y en perfecta armonía con nuestros pies, nos santiguamos (o procedemos a nuestros rituales particulares politeístas, monoteístas o maniteístas -de manía-) y nos acercamos unos minutos antes a nuestro cajón o, en su defecto, a coger posición para la salida. A todos los corredores les suele gustar merodear los aledaños de la línea de salida ni muy tarde ni muy pronto. Media hora es demasiado, pero cinco minutos demasiado poco.

Es por eso que alrededor de 15 minutos antes del pistoletazo de salida nos plantamos en una buena zona desde donde tener una perspectiva adecuada para vislumbrar a nuestro alrededor. Posibles rivales, ‘looks’, corredores a los que previsiblemente nos podremos pegar, otros que parecen inalcanzables. Es así, nos gusta hacer cábalas sin ni siquiera tener ‘pajolera’ idea de cómo estará realmente de forma ese corredor. Sí que la ‘carcasa’ suele ser una buena indicadora de lo que acabará siendo, pero ni mucho menos se puede generalizar con ello.

El ‘Síndrome del Dorsal’: ¿Por qué cuando entrenamos no sentimos ese ‘subidón’?

Durante todo este proceso previo al comienzo de la carrera, inflando pecho con nuestro dorsal bien colocado, tenemos un aura a nuestro alrededor que para nada se parece a la que nos acompaña durante nuestros entrenamientos. Entrenando el objetivo suele ser cumplir con lo que nos hemos propuesto dentro de un plan rutinario para llegar a tope al gran día. Quizás es una sensación mía, pero los problemas que surgen entrenando, ya sean en forma de cansancio, de flato, de pesadez, de dolores musculares, de hiperventilación, lo que sea, el día de la carrera suelen (y digo ‘suelen’) desaparecer.

Sí, porque ese día por lo que sea no nos cuesta nada despertarnos (si realmente hemos conseguido pegar ojo por los nervios), por lo que el cuerpo llega totalmente activo para dar su mejor versión. Ese día tenemos clarísimo y bien estructurado qué comer y, a pesar de los nervios, lo hacemos y cumplimos a rajatabla. Ese día llegamos con tiempo de sobras a los aledaños de la línea de salida y, por consiguiente, podemos rodar un rato, estirar bien y preparar la musculatura para la ‘tralla’ que se le viene encima. En definitiva, ese día lo hacemos todo bien porque nos sentimos corredores de élite y, como tal, corremos como atletas de primer nivel.

El ‘Síndrome del Dorsal’: Las piernas responden como nunca y la cabeza está de nuestro lado

Cuando notamos ese ‘subidón’ que representa la cuenta atrás antes del arranque, ahí solemos imprimir un ritmo inicial más alto de lo normal. Ya sea porque estamos rodeados de corredores con un ritmo más alto que el nuestro y no queremos desentonar o porque, por lo que sea, nos invaden sensaciones positivas y nos vemos bien para arrancar con fuerza a pesar de que somos conscientes de que nos puede costar caro. O no, porque en ese contexto no somos conscientes de muchas cosas. Igual que quizás entrenando nos infravaloramos entrenando o no tenemos esa fuerza de voluntad que nos invade en las carreras, en el gran día nos vemos capaces de todo.

Pues bien, tiramos desde el arranque, volamos, nos sentimos a gusto y a medida que van pasando los kilómetros nos damos cuenta de que somos capaces de mantener ese ritmo, que nuestras piernas están respondiendo como nunca. Nos nos entra el miedo, nos lo creemos, e incluso nos da para subir el traqueteo y hacer un pequeño ‘sprint’ a unos 500 metros de la meta. Lo hemos hecho. Hemos logrado nuestra Mejor Marca Personal y lo hemos hecho, en buena parte, porque nos ha entrado esto que llamamos ‘Síndrome del Dorsal’ (y por el buen trabajo, previo, sí, evidentemente).


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