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El gobierno del agua helada

El día que escuchas hablar del agua fría para recuperar las piernas no lo olvidas nunca, seas o no atleta de élite. 
 Hoy no puedo hablar con él. Murió este último invierno. Tenía 93 años. Pero nunca olvidaré aquella conversación que tuve con José Luis Rubio, que entonces ya era un hombre mayor que se conservaba como un roble. Había sido masajista del Sporting y de la selección española de fútbol. Un histórico de los pies a la cabeza. Un hombre infinito que en sus tiempos batió el récord de España de 400 metros vallas en el estadio de Montjuic de Barcelona: 56 segundos. Un tipo sorprendente, que me dejó helado cuando le escuché decir que todas las mañanas se duchaba con agua fría independientemente de la temperatura que hiciese en la calle. Defendía que era el mejor antiinflamatorio que existe. El mejor modo para prevenir los resfriados, incluso, en invierno. Al menos, eso decía él si uno se secaba bien, hasta los dedos de los pies, matizaba siempre.

Quizá por eso aquel hombre, que a los setenta y tantos años conservaba el mismo peso que cuando era atleta, me dejó marcado en tan poco tiempo. Desde entonces, no hay casi ninguna mañana que me levante y no me duche con agua fría. Su influencia llegó hasta ese punto. Luego, ya sólo ha sido costumbre nacida en esa época, a finales de los años noventa, en la que no había tanta información como ahora. Más allá de ver a los futbolistas en el banquillo ponerse la bolsa de hielo, cuando salían del campo con un golpe, uno no sabía que el agua fría fuese una herramienta. No hasta que escuché a ese hombre, a ese masajista del Sporting, al que solo le faltó morir dando masajes. Aguantó hasta los 91 años en el Grupo Covagonda, donde tanto defendía la terapia manual, “siempre fue un manitas en la recuperación de la triada”, recuerda hoy David Méndez, uno de sus atletas que en el año 73 fue tercero de España en 800 con 1’49″08. “Venía hasta gente de fuera a recuperarse con él”. Pero ésa era  la manera de Rubio de hacer mejores a los que hacen deporte o de aportar lo más valioso que le enseñó la vida: la experiencia. La misma, en definitiva, que se refleja cada día en la pista de Las Mestas de Gijón que lleva su nombre, José Luis Rubio, testigo de lo inolvidable.

Habrá miles de recuerdos entorno a este hombre, que también me confesaba que siempre había un día a la semana en el que no comía nada. “Es bueno para el organismo”. Pero quizás organizar hoy tantos recuerdos sería arriesgado. Por eso me he quedado en el mío, en el impacto inimitable de aquella conversación para el periódico. Tuve esa fortuna y, veinte años después, no me arrepiento de hacerle caso ni de vencer a la indecisión que provoca el agua fría nada más despertar en invierno.  Quizás porque intuí su importancia en una conversación de la que no esperaba eso. No necesité leer ningún texto ni ver ninguna fotografía de esas que hoy abundan de atletas de élite recuperando en bañeras de agua helada. No necesité ver cómo vemos ahora a atletas anónimos en la costa que, aunque sea el mes de enero, terminan sus entrenamientos metiendo las piernas hasta la cintura en el agua del mar. Tampoco necesité escuchar a Javi Guerra, que ha sido capaz de comprarse un contenedor de basura en su casa de Segovia para meter las piernas en los inviernos. “Entonces es materialmente imposible ir a las pozas de Valsain o a las presas naturales de Navafria como hago en verano. Y lo que hice, efectivamente, fue comprarme un cubo grande, que lleno de agua con bolsas de hielo y botellas congeladas en la nevera para facilitar la recuperación de las piernas”.

Y, como me contaba José Luis Rubio en el Gijón de los años noventa, no le importa la temperatura que haga en Segovia. “Cuando terminas y te secas, te sientes realmente bien”, admite Javi Guerra, a los 35 años, absolutamente convencido de que el agua fría no sólo es parte de su carrera deportiva. También de su calidad de vida, “porque, al final, es una manera de recuperarse más rápido de algo que hace daño a tu cuerpo: los impactos de la carrera”. Él lo aprendió en el spa de la residencia Blume. Después, cuando volvió a Segovia, supo buscarse la vida. Quizás porque hoy el agua fría es una de las leyes del atletismo y a veces de la vida como me explicó aquel día José Luis Rubio, el mismo hombre al que una lesión le impidió ir a los Juegos Olímpicos de Londres en 1948  cuando estaba entre los seleccionados. Hoy, tendría 93 años y el mismo sentido del humor con el que cada mañana se metía debajo de la ducha de agua helada. Y no pasaba nada. Sólo que el resto del día era otro, con una energía que, efectivamente, daba gusto escuchar. Y, al final, la vida también es eso. La fortuna de escuchar a esas gentes de la que tanto se puede aprender…


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