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El entrenador milagro de la marcha: "He tenido que prohibir el móvil a atletas en las comidas"

José Antonio Carrillo arrancó como entrenador gracias a una película: ‘Carros de fuego’. Quería ser como el entrenador Sam Mussabini. Hoy, a los 65 años, su currículum es de los mejores del mundo. 

 

Sólo le falta la medalla olímpica como entrenador de marcha. Y eso que José Antonio Carrillo llegó por casualidad a esta disciplina. “Saqué un 5 raspado en la asignatura en los cursos de entrenador”. Pero a los 65 años Carrillo, el entrenador de Cieza (“el entrenador de pueblo”, como dice él) no renuncia a nada. Su abrazo con Miguel Ángel López en el último Europeo ha podido ser lo mejor del verano. “Envejecer es dejar de soñar”, explica él,  padre de dos hijas, una de las cuales vive en Cieza casada con el ex marchador Juan Manuel Molina. “La otra trabaja en Alemania de ingeniera”.

65 años.
Pero aún queda. Queda mucho. Mi máxima es que la persona que no sueña envejece pronto y a mí no me gusta envejecer. No estoy dispuesto a hacerlo. No lo voy a permitir.

¿Y cómo lo consigue? 
Es la ilusión, es la innovación, es la motivación. Qué más le diría. También le puedo decir que me gusta investigar, que trato de no dejar nada al azar y, sobre todo, que trato de ser yo mismo. Una vez que dejé de ser yo fui recuerdo que fue como si me pegase un tiro.

¿Y qué pasó?
Fue en los Mundiales de Doha que para mí fueron un auténtico fracaso. Me dejé llevar por el pánico al calor y a las temperaturas de Doha: entrenamos a deshoras y rodeados de calor y, en definitiva, hicimos lo que yo no había hecho nunca y nos la pegamos, vaya sí nos la pegamos, y fue una lección ahora que soy abuelo. En mi caso dije: “nunca más “.

Los fracasos duelen mucho.
Recordé cuando Juanma Molina me hizo quinto en los JJOO de Atenas 2004. Todo el mundo hablaba del calor atosigante de Atenas y nosotros seguimos entrenando en Font Romeu, en la altitud. Recuerdo que yo le decía a Juanma, ‘no te preocupes, 1 hora y 20 minutos avituallándose bien, pasando por debajo de las duchas se aguanta bien’. Pero, sobre todo, lo que hoy pretendo decirle es que quiero ser yo y que no quiero ser otro y a estas alturas de mi vida…

A estas alturas de su vida ¿qué? 
Prometí que no me iba a volver a pasar.

¿Y eso le hace mejor entrenador? 
No lo sé. No debería juzgarme. Soy hijo de un albañil que me enseñó que la humildad debe presidirlo todo. Si no eres humilde no eres nadie. ¿Qué es la vida al final sino es humildad? Yo siempre recuerdo el caso de mi padre. Toda la vida trabajando y al poco tiempo de jubilarse se lo llevó un cáncer de páncreas al hombre. Qué mala suerte. Unos días antes había venido a verme correr un maratón en Lorca.

La otra vida de José Antonio Carrillo. 
Todos tenemos otra vida, sí, porque no nacimos haciendo lo que hacemos ahora.

O sea que ha cambiado.
Pero en lo sustancial no creo que tanto. Mi padre me enseñó a decir buenos días y a ceder el paso o el asiento a las personas mayores. Nada del otro mundo, en realidad. Son cosas básicas que en mi tiempo eran de lo más común. Pero hoy ya no las ves y es lo primero que yo deseo ver.

Hoy en día al primero que le damos  los buenos días es al móvil.  
Sí, en muchos casos sí.

¿Y eso le dificulta como entrenador? 
A veces he tenido que tomar medidas drásticas, de chicos a los que he tenido que decirles: “Por favor no te bajes el móvil a la comida”. Y al que no lo entiende a veces se lo he tenido que dejar aún más claro: “el móvil lo dejas en la habitación o conmigo vas a durar muy poco”.

A veces, hay que ponerse duro. 
Creo que como decía Napoleón (y me extrañó que lo dijese él) para ver la educación de los chavales de hoy en día  habría que remontarse 20 o 25 años para ver cómo eran sus padres a su edad.

¿Y cómo era usted? 
Yo hacía lo que podía en Cieza en el pueblo. Vivía cerca de una huerta. Bajaba y me comía una mandarina. Y hasta los 13 o 14 años pasaba los veranos en Madrid. Mi tío me llevaba a su casa que estaba en pleno centro, entre Carretas y la Puerta del Sol. Y en Madrid, menos el mar, era como verlo todo. Un día podías estar en la Casa de Campo y al día siguiente pasando en autobús frente al Museo del Prado. No lo olvidado todavía. No lo olvidaré nunca.

¿Siempre quiso ser entrenador?
No. Cuando corría con 13 años veía los JJOO y me gustaba cualquier cosa del atletismo. Llegué hasta hacer maratón (2 horas, 42 minutos en Madrid). Pero cuando empezó todo para mí fue cuando vi ‘Carros de Fuego’. Me impactó  Sam Mussabini, el entrenador del sombrero, y me pregunté por qué yo no podía emularle a él y tener algún día un atleta al que llevar a los JJOO y, de repente, eso se convirtió en la ilusión de mi vida.

Y los ha tenido.
Ahora sólo nos falta ser medallistas, el sueño de romper el sombrero que solo romperé cuando consiga esa medalla. En los Juegos de Río 2016 nos la prometimos muy felices. Todo el mundo nos decía. Me llegaron a decir: “avísame cuando vayas a romper el sombrero”. Desde entonces, repito que al oso hay que cazarlo y después se le saca la piel. Pero nunca antes.

El atletismo le ha dado muchos palos. 
Siempre. Es lo que no se ve. Esta última vez Álvaro Martín fue campeón de Europa pero llevaba dos amonestaciones y si le llegan a sacar la tercera… De verdad que esa incertidumbre, que pasé yo, no se la deseo a nadie. Ni al peor de mis enemigos. A veces en las carreras me tengo que tomar algún tranquilizante porque estoy atacado. No lo sé ni describir.

Usted ha protagonizado el abrazo del verano con Miguel Ángel López.  
Fue el abrazo del regreso, sí. En mi carrera, y llevo casi 40 años entrenando, creo que nunca viví nada tan emotivo. Los amigos me dicen: escribe un libro y yo siempre les digo, darme tiempo. Aún queda para sentarse a escribir y mira este verano lo de Miguel Ángel López. Después de siete años ya nadie creía en él.  Creo que ni siquiera él mismo.

¿Y usted?
Yo sí. Si no no le hubiese entrenado. Pero desde la decepción de los JJOO de Río  cuando pasaba el kilómetro 15 el hombre se desconectaba. Y mira que técnicamente es el mejor del mundo. Pero ha costado tanto y, sin embargo, este año… Ya en el Mundial si nos llegan a decir que con 2h25m es décimo no nos lo hubiésemos creído. Y luego la exhibición de Múnich y no solo eso sino que estoy convencido de que va a dar más que hablar. Para mí nunca se fue.

 


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