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Dos Rombos

La vergüenza es caprichosa, y solo aparece cuando considera oportuno. Quizá durante el día permanecemos estables, recatados y con el máximo respeto hacia el estilo y el decoro. Pero llega la tarde, hora de entrenar. Y ese decoro del que hacíamos gala queda atrapado en la taquilla de las pistas o en el baño de nuestra casa o vaya usted a saber. El decoro grita y solloza, pide auxilio mientras vamos calzándonos nuestras mallas, más o menos fluorescentes pero siempre ajustadas; con más o menos transparencia pero siempre cerca de nuestra piel. Bultos y hachazos cobran protagonismo con transgresora cinética en cada zancada, casi convirtiéndose en un baile genital hipnótico. Ni bueno ni malo: hipnótico.


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