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De diseñador gráfico durante 25 años a entrenador de María Vicente

Fernando Martínez (@salitreilustra), el entrenador de esa joya, es un hombre de 52 años con 25 de experiencia en el diseño gráfico, que era lo que le daba de comer. Hace 4 años le llamaron para trabajar en el CAR de Sant Cugat. “Los ingresos no son lo mas importante si haces lo que te gusta”, explica. 

 Se llama Fernando Martínez, tiene 52 años y no piensa que le haya tocado la lotería por ser el entrenador de María Vicente. “Pero en todo caso la lotería es trabajar con un grupo de gente de talento a los que les pides cosas difíciles y las hacen con facilidad”.

En ese grupo de ocho atletas, María Vicente solo es una más.

“No se me ocurre contarle con ella nada diferente al resto. Al menos en el horario de entrenamiento”, replica Fernando Martínez, que llega cada día a las nueve de la mañana al CAR de Sant Cugat, donde vive y entrena esa chica que, sinceramente, nos apasiona: María Vicente.

Y es natural que nos apasione.

“Es más, sobre María opina todo el mundo”, confiesa Fernando. “A veces, vienen compañeros, que son entrenadores y me dicen ‘he pensado que podrías…’ Y no me parece mal, mientras me lo digan tomando un café o una Coca Cola, porque significa que todo el mundo quiere aportar su granito de arena”.

Pero el que decide es el: Fernando Martínez. Un hombre que desde 1991 hasta 2015 trabajaba en su estudio, de diseñador gráfico o de ilustrador a jornada completa, y que por las tardes iba a la Unión Atlética Barbarà, donde era responsable de combinadas y donde vivió cosas extraordinarias como en el Mundial de Berlín 2009 al que fue un atleta entrenado por él: Agustín Felix.

Fernando también era ese hombre que, según él, fue un “mal atleta”. Repartió su esfuerzo entre “las combinadas, el triple y la pértiga”, pero no hubo manera. No sabe si no fue bueno, porque no tenía el talento suficiente, si porque a su alrededor no había el conocimiento suficiente o si porque en aquellos años “todo era muy de andar por casa”.  

Pero el caso es que Fernando era, sobre todo, el diseñador gráfico. El hombre que igual diseñaba un cartel que maquetaba una revista o que realizaba la imagen corporativa de una empresa. El hombre que comía de eso hasta 2015 cuando le llamaron por tercera vez desde el CAR de Sant Cugat: “Hemos pensado en ti como responsable de combinadas para Catalunya”. La diferencia es que esta vez dijo que sí. De lo contrario, María Vicente nunca hubiese aparecido en su vida. “Nos conocíamos de vista, pero nada más”.

Hasta que llegó el día, ese día en el que Fernando quedó con María y su madre a tomar un café y les preguntó a las dos, madre e hija:

-¿Qué pruebas creéis que debes mejorar María?

Y entonces las dos respondieron a la vez (“la altura, la jabalina y el 800”) que es lo mismo que hubiese respondido Fernando Martínez, que en ese momento se dio cuenta de algo importantísimo. “Todos queríamos lo mismo”.

De pronto, empezaron a hablar de cosas que otros ni se atreven a soñar. Pero esta es la vida de María Vicente y el que la dirige es él, Fernando Martínez, desde un realismo infinito.

“¿Qué si temo que algún día me puedan quitar a María?”, replica. “No lo temo, porque nadie me la va a quitar. Los atletas no son posesión de nadie. Por lo tanto nadie te la puede quitar o dicho de otra manera: nadie te puede quitar algo que no es tuyo”.

Pero tampoco nadie le podrá quitar lo vivido desde que arriesgó y dejó su profesión. Y dejó de ir todos los días al estudio. Y ya no hubo ninguna madrugada más después de volver de entrenar. A cambio, cada día llega al CAR de Sant Cugat, donde cada mañana de lunes a viernes trata con María Vicente. “Los viernes por la tarde le doy libre para que se vaya a casa de su madre a Hospitalet a pasar el fin de semana”.

María ya tiene 18 años y no es verdad que sea un tempano de hielo. “Al contrario: yo la veo muy vital y emotiva y claro que tiene que luchar frente a los nervios, entre otras razones porque una combinada son dos días en la pista en los que hay tiempo para que pasen muchas cosas. La diferencia es que ella suele cumplir con seguridad. Pero es así porque entrenamos sea seguridad”.

De ahí que ya hayan sucedido cosas extraordinarias como en aquel viejo Campeonato de España de Antequera en el que, de pronto, Fernando recibió un mensaje por el móvil de que María estaba en condiciones de batir el récord del mundo sub-18. María tenía 16 años o 17 recién cumplidos, no recuerda ya Fernando. Pero el caso es que fue a ella y le dijo: “Mira, María, tenemos posibilidades de batir el récord si sales en el 800 por debajo de 2’25”.

Fernando sabía que el 800 es una prueba a la que María tiene muchísimo respeto. Pero aquel 800 le iba a salir en 2’22”, quién se hubiese atrevido a pronosticarlo: nadie.

Aquel día salimos de dudas si es que alguna vez lo dudamos: estábamos ante una atleta de otra planeta.

Aun así, Fernando se niega a  admitir que le haya tocado la lotería: “No, no, de verdad que no”.

Y después lo explica:

“He tenido la suerte de trabajar en cosas que me gustan. Me gustaba el dibujo y ahora me apasiona el atletismo y tengo la fortuna de entrenar a atletas de nivel que me permiten ser exigente con ellos.  No conozco ningún entrenador que no desee tener atletas de nivel. Pero eso no cae por azar como la lotería, sino que son años de trabajo, en mi caso desde el 93 cuando dejé de ser atleta. Desde entonces, tengo aún más claro si cabe que la lotería es hacer lo que te gusta”.

La realidad es que hoy Fernando está aquí, en el CAR de Sant Cugat, a unos 15 minutos de su casa en coche y en el acuse de recibo de toda esta historia figura los JJOO, quién sabe si los JJOO de Tokio, María Vicente tendrá entonces 19 años.

El sueño está vivo como en una película que acaba de empezar y en la que María Vicente ya hubiese escuchado contar a su entrenador que él, a los 52 años, nunca ha estado en unos JJOO, “más que en los de Barcelona 92 de espectador”. 

Al escucharle, nos damos cuenta del trabajo real que cuesta llegar a los sitios y de que María Vicente, solo por estar hoy aquí, probablemente sea un milagro que nos concede deseos que, hasta conocerla, imaginábamos al filo de lo imposible.


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