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De décimo del mundo a cargar un camión de cerdos

A veces, hace falta leer historias como ésta del maratoniano Dani Mateo, capaz de pasar de la gloria a cargar un camión de cerdos. Pero, sobre todo, nos recuerda que hay algo infinitamente más importante que el éxito: la familia.
“Mi familia me quiere a mí, no al décimo del mundo”. 

-Fue el décimo en el maratón del Mundial.

-Sí, era para lo que estaba y lo que me transmitía mi entrenador.

-Y lo hizo.

-Y lo hice, sí.

Y hoy por la tarde Dani Mateo va a cargar un camión de cerdos que pesan cada uno 120 kilos. Porque esa es la empresa que tiene con su hermano, esas son las naves donde Dani pasa sus días de descanso: las cosas del tiempo libre. Su novia, que es profesora, empezó a trabajar. No pudo irse ni un día de vacaciones a la playa.

-Pero en la preparación para el Mundial estuve concentrado en Lanzarote y convalida -replica él-, un tipo campechano a más no poder, de los que dicen las cosas como son. No huye del elogio pero el elogio tampoco le debilita porque entonces no sería él. Se olvidaría de esa frase de su entrenador Enrique Pascual que tanto le gusta: “Las cosas hoy pasan pero mañana nos levantamos de nuevo”. 

El caso es que ha pasado algo muy importante y ahora se me ocurre preguntarle si mañana se montase en un vagón de Metro en Madrid le reconocería alguien. “No lo sé, pero si me monto en un autobús en Soria me reconoce todo el mundo. Mi foto sale en una campaña de publicidad en las marquesinas de los autobuses, y la gente me para, y me abraza, y me dice, ‘qué feliz nos hiciste’ o ‘qué duro eres’ y yo trato de explicarles que ‘no, señor, yo no soy duro, solo es mi trabajo’. Y, en todo caso, intento hacerles entender que lo duro es un domingo cuando tengo una tirada de tres horas y al minuto 10 me quiero parar de lo cansado que estoy, porque el sábado hice 30 o 35 kilómetros entre mañana y tarde. Pero la diferencia es que no me paro y eso sí es la dureza. Pero la competición no. Al fin y al cabo, la competición… Eso ya no es tan duro”.

-Pero la mayoría de la gente es así: le admira a uno por lo que consigue. No podemos cambiar a la gente.

-Pero yo no corro para que me admiren. Si me admiran  está bien, el apoyo de la calle siempre está bien, pero… sabe lo que pasa?

– Qué pasa?

– Que yo paso el 95% del tiempo con mi gente, con mi familia, y esa me quiere a mí, no al décimo del mundo, o dicho de otro modo, ellos pueden vivir sin en el décimo del mundo pero no pueden vivir sin mí ni yo sin ellos.

-Lo entiendo. 

-Porque es así y la suerte, nuestra suerte, es que esto se ha convertido en un proyecto familiar. Mi hermano trabaja por mí en nuestra empresa, mis padres viajan todo lo que pueden conmigo, mi novia vive como un atleta, mis amigos, en vez de ir a entrenar ellos, cogen la bicicleta, el chubasquero y dicen… ‘vamos a ayudar a Dani’ y no sé si me explico. No sé si entiende lo que quiero decir. Pero pretendo contarle que al final uno es con quién está y por eso doy más valor a todo esto que al puesto final porque, pase lo que pase en carrera, lo que vivimos en el día a día no va a cambiar nunca. No puede cambiar.

Es el mes de octubre en Soria. Una tarde de otoño y cada día anochece más temprano. El verano ya se fue y el frío levanta la voz.  Dani Mateo ha engordado y ya no luce esa escuálida figura con la que terminó aquella madrugada en el Mundial de Doha. “No quiero ni mirarlo, pero de los 66 kilos con los que competí fácilmente ahora estaré en 72″. Y no le preocupa porque” en cualquier caso obedezco órdenes de mi entrenador, casi una prescripción médica”.

Al volver del Mundial de Doha, Dani le dijo a Enrique:

-Tengo que cuidarme en estos días de descanso. Otras veces no lo he hecho y he cogido mucho peso.

Pero entonces el entrenador le contestó:

-De ninguna manera, Dani, ‘tú tranquilo, tú engorda, haz vida, descansa, coge el peso que luego lo convertiremos en energía, no temas por eso’.

Dani Mateo entra sonriendo a meta en Doha / EFE
Dani Mateo entra sonriendo a meta en Doha / EFE

Y le hizo ver algo obvio: que no se puede estar todo el año tan flaco; que es tan malo para el cuerpo como para la cabeza y que ésa época, en la que uno está tan bajo de defensas, se debe reservar para momentos muy selectivos. Así que ‘sé feliz y engorda, Dani, engorda, no tengas miedo’.

Y hoy, a las once de la mañana, en el desayuno, Dani se ha tomado una Coca Cola y unos torreznos como si fuese un ciudadano normal. Y hay que aprovechar estos momentos. Y hay que saborearlos que para machacar ya está el resto del año en los que volverá esa idea que Dani le repite a su mánager, Miguel Ángel Mostaza, ‘joder Miguel, es que me paso todo el día tumbado’.Y Mostaza entonces le contesta:

-Si estás tumbado es porque no puedes estar de pie, porque el entreno a veces te deja sin energía para el resto del día.

Sin embargo, hoy no es así. Han pasado dos semanas desde el Mundial de Doha y Dani Mateo ya está pensando. “Que ha cambiado en mí?”, se pregunta. ” A lo mejor, no ha cambiado nada pero las cosas que antes me parecían muy difíciles, ahora las veo fáciles. Por lo tanto, pienso que no es cuestión de talento, sino de cabeza, de pensar que yo puedo hacer esto y de que lo voy a hacer. Y entonces ves que el cuerpo lo haces Y te preguntas a ti mismo por qué antes me parecía tan difícil. Pero supongo que todas las respuestas están en el tiempo”. 

En realidad, esta es la radiografía de un hombre en el mejor momento de su vida. “Es verdad”, acepta él, el mismo que clavó en el Mundial lo mejor que podía dar de sí. El mismo que no perdió un segundo en pensar, “y si no tengo suerte?” Quizá porque su entrenador le había convencido:

-Si quieres ganar siempre lo harás mejor que si solo te conformas con hacerlo bien.

Su entrenador es Enrique Pascual, un viejo dinosaurio que fue campeón olímpico y mundial en la década de los noventa con Fermín Cacho y Abel Anton. Aún así no perdió ni un trozo de pasión por esto como explica Daño Mateo.

-Yo le decía ‘no vengas, Enrique, no vengas que es muy temprano’ pero él siempre aparecía y justificaba que pasaba por allí. Pero es que no hay otro igual -señala el atleta, que se refiere a aquellas mañanas en las que se iba a entrenar a la cinta de correr que entre los dos, con ayuda del Ayuntamiento de Soria, pusieron en la piscina cubierta de la Fuente del Rey para simular las condiciones de humedad de Doha.

Y allí estaba siempre el entrenador como todos esos días en los que tiraba de él en bicicleta, incluido aquel en el que Dani Mateo se tropezó con una rueda. Se cayó al suelo y se hizo una herida. Pero se levantó como un rayo en busca de la gloria que unas semanas después encontraría aquella madrugada el Mundial de Doha. Un premio que hoy, en el silencio del otoño, se explica con esta feliz frase suya que le ha costado conseguir los 30 años que tiene:

-Ahora, en Soria no puedo ni salir a la calle. 


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