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Cuando una medalla no vale la pena

La historia entre Kemboi y Mekhissi, imaginada 20 años después, con la frialdad del tiempo. 

Verano de 2036. Juegos Olimpicos. La historia también tiene su genética, que es una parte más de la vida. Los hijos de Ezequiel Kemboi y Mekhissi-Benabbad van a correr la final de 3.000 obstáculos. Se parecen a sus padres, viejas glorias olímpicas,  en su manera de desafiar a la pista. Y, como hace 20 años, estas carreras ya se mueven inconscientemente por debajo de los 8.00 minutos, llenas de acción como aquella de los Juegos de Río de Janeiro que fue la última de Ezequiel Kemboi, su último combate. Mekhissi estaba allí como ahora lo está su hijo, vestido de francés, frente al hijo de Kemboi, que defiende una cosa, la monarquía de Kenia, que mide demasiados metros cuadrados.

El hijo de Kemboi juega con ventaja frente a la frustración. Su padre fue doble campeón olímpico y tetracampeón mundial. El de Mekhissi, no. Es más, el hijo ha escuchado demasiadas veces al padre hablar de lo que pudo haber sido y no fue. En realidad, el carácter de su padre sigue siendo una revolución en sí mismo. Todavía abunda esa sed de venganza suya, imposible de pronosticar en una sola vida. Ahora, Mekhissi es un hombre mayor, de 51 años, que está en el estadio olímpico, comentarista de la televisión francesa. Sus voces mueven los latidos de su corazón en los que la paz continúa sospechosa. No todo se modera con los años.

El padre de Kemboi, sin embargo, no viajó a estos Juegos de 2036. En realidad, ya casi nunca lo hace. A los 54 años, evita los aeropuertos y los sellos en su pasaporte, que se ganó el derecho a descansar y a dejar que su hijo ordene su propia vida. Son los silencios de una leyenda, precursor de un estilo de vida defendible en cualquier parte del mundo. Kemboi es ese hombre al que nunca se vio pegar un grito ni buscar culpables. Un modelo de paz, en definitiva. Ni siquiera se enfrentó a Mekhissi aquel día de los Juegos de Río en el que el francés se empeñó que lo descalificasen por salirse ligeramente de una curva y ahorrar uno o dos metros menos en la final. Una razón inservible para todos menos para los jueces, que hicieron caso.

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No importó la leyenda. Tampoco si se trataba de una falta de respeto a su biografía. El bronce, que había defendido Kemboi en la pista, pasó para él en aquel verano de 2016. Pero ese era el concepto de la vida de Mekhissi, incapaz de olvidar ni de perdonar la medalla de oro que le habían quitado a él en el Europeo de Zúrich por quitarse la camiseta antes de entrar en meta. Mala cosa: la venganza vivía en su cuerpo, con habitación propia.

Hoy, sin embargo, 20 años después, el periodista de la televisión francesa, su compañero de cabina, le pedía a Mekhissi que recrease aquel bronce. Y Mekhissi dio mil rodeos antes de explicar lo que realmente pasó. Así que 20 años después algo sí había cambiado en él. Solo le faltó preguntarse en voz alta si esa medalla de bronce merecía la pena, volver y cambiar el pasado, la remota imposibilidad de lograrlo. Ezequiel Kemboi, mientras tanto, seguía sin decir nada, porque los valores son así. Los mismos que se traspasan de padres a hijos….

@AlfredoVaronaA


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