Chusika: la mano derecha de Pepe Mareca

Publicado por
Alfredo Varona
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Dicen que sin ella nada sería igual en este grupo tan brillante. Y ella es una jardinera de 55 años que empezó trabajando en la agricultura con su padre, que fue campeona de España de maratón y que se llama María Jesús Zorraquin.

Es domingo por la tarde.

A Pepe ni se le escucha como todos los domingos por la tarde en casa.

Se ha metido con sus libretas, con sus calendarios, con sus bolígrafos de colores y con sus cosas en ese rincón del comedor donde no deja de escribir números ni asteriscos con el bolígrafo rojo.

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Le encanta el color rojo, por lo visto.

Luego, hace una fotografía con el móvil y se las manda a los atletas por whatsapp, a cada atleta la suya, que es lo que le corresponde.

Chusika se ha ido ella sola a dar un paseo con Loa, la perra, a estirar las piernas por el parque del Agua, remanso de paz con esas hojas caídas de los árboles en otoño.

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Chusika es María Jesús Zorraquin, la esposa de José Luis Mareca desde que se casaron el 11 de noviembre de 1989.

Cinco años antes él había ido al pueblo de ella, a Atea, donde esta joven ayudaba a su padre en las tierras: agricultores de los de antes los dos.

Y no le pedía a la vida nada que no hubiese conocido. Pero entonces Pepe comenzó a hablarle con tanta pasión del atletismo que Chusika imaginó, “esto tiene que ser maravilloso”.

Y ella empezó a correr a los 23 años.

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Y llegó a ser campeona de España de maratón en Valencia, a correr en Bosnia, en Mostar o en Montenegro esas carreras por la paz que organizaba la UNESCO y que a ella la dejaron huella.

Chusika es hoy una mujer de casi 55 años que trabaja de jardinera en una empresa privada de Zaragoza: ‘La Tierra Verde‘.

A las 6,20 se levanta cada mañana y desayuna ese tazón de café con tostadas que no es el bocadillo de huevos fritos que almorzaba con su padre en el campo y que cómo lo echa de menos (si pudiésemos volver): recordarlo es que se le ponga la piel de gallina.

Chusika es hoy esa mujer mayor a la que tantas veces Carlos Mayo o Toni Abadía van a correr a abrazar para celebrar sus éxitos.

¿Quién es esa mujer?

Chusika, la llaman Chusika.

Me han dicho que es la mano derecha de Pepe Mareca con los chicos, aunque ella dice que no, “si acaso emocionalmente, nunca técnicamente”, ¿y por qué no?, “pues porque yo solo he entrenado a niños”

-Pero usted fue buena atleta.

-Me gustaba, sí, y lo compartía con mi marido porque él ya lo estaba dejando y, de repente, aparecí yo pero siempre tuvimos claro que mi presión era cero, “oye, Chusika, que no se te olvide”.

A veces, cuando bajan a correr por las tardes por el parque del Agua, que les queda al lado de casa, recuerdan.

Y lo recuerdan ahora que van a 6’00” por kilómetro… “ya no nos ponemos a cuatro ni en los sprints”.

Qué tiempos los de antes, cómo pasó el tiempo ahora que Pepe está a punto de jubilarse “y le voy a comprar un libro de recetas para que empiece a cocinar. Recoger la casa, sí, pero cocinar…”.

Cuando Alba, la niña, se hizo mayor, Chusika empezó a trabajar de jardinera en Zaragoza. De eso hace 18 años porque no veía otro trabajo para ella.

-Yo cultivaba las viñas con mi padre hasta que me casé y vine a vivir a la capital.

Chusika es de Atea, un pueblo a 100 kilómetros de Zaragoza donde de joven aprendió el inmenso valor del sacrificio.

-Pero, ojo, el sacrificio puede ser muy bonito, da unas recompensas que no veas y en nuestro caso está multiplicado por dos -explica ella hoy.

Ella, que se levanta a las 6,20 de la mañana, que no llega a casa hasta las cuatro de la tarde, que podría decir “vengo molida” tras aparcar la furgoneta de la empresa y que podría explicarlo con cifras:

-Cada jornada de trabajo no bajo de los 18.000 pasos y, por supuesto, de las 7 horas de pie.

Pero todo eso lo dice con una sonrisa que llega de aquí a Lima.

Y por eso vuelve a casa feliz. Cansada pero contenta. Y, si no hay que comprar, descansa. Y también va a correr con su marido, a recordar tiempos. Y después lo acompaña andando con Loa, la perra, al parque donde Pepe ha quedado con los atletas.

O si va a coger el coche o el tranvía porque ese día ha quedado en la pista.

Y todo porque un día de 1984 Pepe fue a correr a Atea. Y se quedó al baile de después. Y se conocieron. Y desde entonces hasta hoy.

Y como le quiere el atletismo a Pepe, que tío Pepe, ese hombre que resume tantas cosas sin presumir de nada de lo que es ni de lo que ha hecho.

La humildad, como los paraguas en ‘Patria’, es compañera fiel, protagonista sin rivales.

-Por dentro este hombre es como por fuera -explica Chusika en esta tarde de domingo.

Pepe sigue en su mundo, en su rincón del comedor, en esa mesa gobernada por las libretas:los bolígrafos son sus zapatos de tacón. Si no fuese por ellos el silencio sería rotundo.

Pero a la vez nos sirve para explicar que desde el silencio se construyen grandes historias como ésta en la que Loa viaja de un lado para otro de la casa.

Y Loa también es una consecuencia de la pasión por el atletismo de su dueño porque “se llama como una atleta danesa que tenía la misma marca de él en sus tiempos”.

Y la anterior perra que tuvieron se llamaba Zola.

Como Zola Budd: la atleta sudafricana que corría descalza.

Así que no hay manera de escapar del atletismo en esta casa en el barrio Aztur de Zaragoza.

Todo es sencillo y coherente.

Aquí una mujer de casi 55 años y un hombre de 62 podrían explicar que más allá de la vida, más allá de todo lo que ha habido que sufrir o celebrar, el sacrificio les permitió siempre estar de acuerdo consigo mismos.

Es lo que dice Chusika, María Jesús Zorraquin, que en los archivos de la RFEA figura como campeona de España de maratón en el año 2001.

– Pertenecía al equipo de Domingo Catalán y fueron años muy, muy bonitos.

Quizás por eso no pareció tan difícil y tuvo que ser difícil. Le dejó como dice ahora, “una rodilla cascada”, pero seguramente le hizo mejor persona y más sabia si es que en el campo no hay suficiente sabiduría.

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Alfredo Varona