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Carta a Adel Mechaal 

No sé los años que nos quedan a tu lado. Espero que muchos. Sea como sea, la ventaja es que ya estamos bien servidos.

Buenos días y buena suerte, Adel

Es más, te diría que gracias. También te diría que tu suerte es la nuestra. Y que un invierno prodigioso como el tuyo (y además en Nueva York) nos da envidia pero envidia sana. Nuestra única misión es la de darle la máxima publicidad posible. Es lo único que podemos hacer desde las letras. Con las letras terminan los éxitos.  A mí por instinto me gusta escribir de los tíos que se lo merecen. Que valga la pena o no ya no sólo depende de uno. Ya sabes: hay días mejores y peores. Pero eso no me hace falta explicárselo a un atleta.

Siempre he pensado que la admiración por un atleta va más allá de los éxitos y las derrotas. La admiración es una cosa que aprendes de niño y que no debería terminarse nunca. A su lado, claro que existen cursillos de reconciliación. Sin ellos, uno no aprendería que no es lo mismo admirar que ganar. Que las mejores amistades se hacen en las derrotas porque, como me decía mi padre, la derrota no es un arma de destrucción masiva, sino una fábrica de sabiduría.

A mí me gustaría volver a la infancia. Me gustaría regresar a los JJOO de Los Ángeles 84. Aquel verano, en el que tú no habías nacido, mi padre me trataba de hacer ver que Joaquim Cruz, Said Aouita o Alberto Cova no iban a ganar siempre. Pero el órgano de selección de los niños son las victorias. Luego, con el tiempo aprendes que hay algo más bonito que una victoria: la capacidad para levantarse de las derrotas. Es más, ahora los atletas que más admiro son a los que he visto pasar malas épocas, los que no se dejaron sentenciar por cumplir 30 años y los que desafían su derecho a envejecer en el podio o lo más cerca posible del podio.

Por alguna razón, estoy pensando en ti Adel Mechaal, y en tu invierno prodigioso a los 31 años. Y en tu capacidad para renovar la motivación. Aunque no lo parezca, ya llevas muchos años entre nosotros. Siempre alejado de la indiferencia.  En algún momento pensé que aquel atleta monumental de sus inicios ya era agua pasada. Recuerdo cuando caíste en la previa del 1.500 en el Mundial de Doha de 2019. Se me ocurrió pensar si ya se te había pasado el arroz. Qué cosas. Los aficionados somos muy peligrosos. Pero disculpa. La imaginación, a diferencia de la inteligencia, no siempre mira a largo plazo.

Así que esto de ahora lo valoro más, querido Adel Mechaal, y da igual lo que pase mañana. Da igual que salga el sol o lluevan piedras. El acuse de recibo de esta historia está más que justificado: ya siempre serás un atrevido. Un tipo que vuelto a poner el listón muy alto. Un atleta que ha encontrado la madurez perfecta: ya no se cruzan en tu vida declaraciones altisonantes ni innecesarias. Ahora todo es más fácil y la cuenta de resultados es un negocio estable.  Qué sería de nosotros si pudiésemos vivir dos veces. Pero pensándolo fríamente  también volveríamos a equivocarnos: ya sabes lo que nos decía Morgan Freeman. “No hay hombres perfectos, sino intenciones perfectas”.

No sé los años que nos quedan a tu lado. Espero que muchos. La ventaja es que ya estamos bien servidos. Ahora disparas hacia la eternidad, donde tienes contrato indefinido desde los JJOO de Tokio. Si tenías alguna deuda pendiente estaba en los JJOO. Pero este último verano la solventaste y nos quedó la conciencia tranquila. Quizás faltó poco o quizás faltó mucho para la medalla. Quién sabe. Pero corriendo a 3’30” en una final más ya no se pudo hacer. Sólo aplaudir, aplaudirte hasta que se hiciese de noche. Y, mientras lo hacíamos, nos acompañó la letra de cualquier canción de Sabina. Qué bonito fue aquel verano en el que no paró de llover, diría él.

Y ahora este invierno. Y todas esas voces que dicen ‘gracias, Mechaal’ y todas esas gentes que han aprendido a quererte. Y no es que seamos muchos en el atletismo pero sí los suficientes. En nombre de ellos te agradezco que nunca te des por vencido. Escribir es la mejor manera que conozco de dar las gracias. Lo escrito permanece siempre. Y no sé que más decir, amigo. Si acaso, te añadiría que me gusta ver a los atletas que corren fácil pero sobre todo a los atletas que miran a la cámara relajados, con los ojos en paz. De los que más saben, he aprendido que un atleta en buena medida es un estado de ánimo y que lo que pasa fuera es una prolongación de lo que pasa dentro. Los miedos ya pasaron de moda.

Así que nada más, querido Adel Mechaal.

Ya no sé me ocurre pedirte más de lo que hemos vivido este invierno


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