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Atrapado en la rutina

Hay varias fases en mi historia atlética, muy diferenciadas entre sí; agua, aceite y mercurio tratando de mezclarse en el vaso de mi vida. Cuando era un zagal inmaduro (ahora solo soy inmaduro) solo pensaba en competir y lo de entrenar me parecía que estaba un poco de más, o como mínimo lo entendía como un trámite bastante pesado del que más o menos podía prescindir. Así entre semana rodaba algún día que otro, más o menos rápido en función de lo reventado que estuviese, y los domingos corría algún cross o alguna carrera popular. Ni que decir tiene que me dejaba la vida en la carrera, siempre a tope. El resultado es curioso, porque a lo largo de la temporada tenía como diez picos de forma; cada 4 o 5 semanas me ponía como un tiro y después explotaba como una granada de mano.

Mi segunda fase atlética fue la de la apuesta. Entrenador y plan específico, clubes de primera y/o división de honor, técnica de carrera, gimnasio, mucha pista, muchas series, muchos tests y, sobre todo, mucho cronómetro. Esto se prolongó durante algunos años hasta que sentí que en lugar de un reloj llevaba dos, y unidos entre sí por una cadena. Control de pulso, de ritmos, de lactato, de alimentos… Daba más vueltas a la pista que una peonza sobre sí misma: 10X1000, 3x10x200, 15×400, 4×2000, 3×4000. Me había convertido en un esclavo de la rutina, del control… del método.

Aquello me indujo a un estado de apatía y desilusión que me sacó de la competición, y casi de entrenar. Fue aquella arcaica hambre de correr la que me calzó de nuevo las zapatillas y me echó a la calle y al monte para comenzar con mi tercera fase, la del correr de forma totalmente aleatoria, incontrolada y anárquica. Con seguridad la más inmadura de las tres.

En conclusión puedo ver claramente cuando echo la vista atrás que nunca hice lo más apropiado o lo más óptimo. Ni siquiera ahora que tengo todas las cartas sobre la mesa soy capaz de hacerlo; pero hay algo que siempre hice, que nunca he dejado de hacer, y que creo nunca dejaré de hacer en el futuro: lo que me ha dado la gana. ¡Y que viva el freestyle!


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