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Atletismo limpio: Sí se puede

Recordarán aquel tremendo 28 de abril de 2015. La noticia corre como la pólvora a través de los diferentes medios informativos y de las redes sociales. El prestigioso entrenador leonés José Enrique Villacorta es llamado a prestar declaración. Se encuentra bajo investigación, en relación a una presunta trama relacionada con el tráfico de productos dopantes. Dos de sus atletas, el jienense Sebastián Martos y el burgalés Daniel Arce, son igualmente interrogados. Tras seis registros domiciliarios, numerosas tomas de declaraciones (incluyendo el testimonio voluntario de Roberto Alaiz), varias horas después todos los implicados son puestos en libertad sin cargos. El grupo de entrenamiento de Villacorta, en compacto y uniforme bloque, comparecía a las pocas horas en multitudinaria rueda de prensa, poniendo de manifiesto, una vez más, su rechazo frontal, adusto e imperturbable, a la lacra que ha supuesto el dopaje para el atletismo español y para este deporte a nivel mundial.

11 de diciembre de 2015. Tras casi once meses de ardua investigación, un complejísimo sumario de casi dos mil folios, centenares de pruebas médicas y revisiones de registros, análisis e intervenciones, el grupo de Villacorta queda totalmente desligado del caso. La jueza que instruía la causa decreta el sobreseimiento de la misma, archivando toda actuación al respecto, a fecha de 19 de noviembre. En nueva comparecencia, Villacorta se mostraba este día, de nuevo, inalterable y tajante. Sobrio, profundamente dolido, mezcla casi imponente, envuelto en la convicción de quien se ha visto impunemente atacado (el caso nace, al parecer, de una denuncia anónima y falsa, y de la que no han tenido los acusados ni su defensa conocimiento de pormenor alguno durante estos meses), el preparador leonés no hacía sino apelar, entre otras cosas, a que la historia no caiga en la indiferencia y el olvido: “Pedimos que esto no se olvide. Que no se olvide tan fácilmente que no vale verter manifestaciones falsas, ni quitar las ilusiones de tantos. Y que no se olvide que no valen las mentiras y el engaño para competir en la pista y en la vida”.

El caso de Villacorta y los llamados “Lions Factory” arroja sobre la mesa un debate tristemente recurrente en el atletismo actual, no ya sólo bajo el sello de nuestras fronteras, sino a escala planetaria: el permanente (y caro) estado de duda. La perenne cota de escepticismo que parece haberse instalado en lo alto de este deporte. No debe obviarse que la situación, especialmente tras la entrada en escena en el año 2009 de un documento de tan valiosa procedencia y honor, como es el pasaporte biológico, ha constatado un vuelco espectacular en lo que a trascendencia vital se refiere. El avance en los métodos de detección y las ominosas sacudidas que provoca la retroactividad de las sanciones, representan un temible y siempre dañino día a día, muchas veces por encima de las gestas, los resultados y las batallas, especialmente, entre los grandes medios de difusión. Por no decir siempre. Esa permanente desconfianza viene a reflejarse con transparencia en este caso que nos ocupa, convirtiéndose en paradigma de una situación que roza persistentemente el estado de alarma.

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El entrenador leonés de los “Lions Factory” José Enrique Villacorta (web)

Una denuncia falsa, una investigación, la aparición de sórdidas sombras al respecto, y la aclaración, fundada, de que el asunto no debe colear más allá de los terribles momentos con los que un grupo de entrenamiento particularmente considerado como homogéneo y transparente ha debido lidiar durante este período, representa perfectamente cómo el atletismo de nuestros días ha perdido rotundamente la fe, dejándose llevar por un cenagoso mar de escepticismo, a la venia de la ruda marea, al azote del viento.

Imagine, querido lector. Póngase en la piel del profesional. Roto, descosido por los kilómetros, por las repeticiones, por los golpes, por la asfixia. Yermo de vida normal, tal y como nosotros la conocemos, en pos de una determinación, viviendo el ascetismo de lo que puede llegar a ser una tortura, un dolor y un trabajo físico (y mental) extenuante. Una determinación recia, disfrazada de objetivos. En forma de sueños. Y, quién sabe cómo ni, en especial, por qué, una mancha en un currículum intachable, inmaculado. La mancha que representa una acusación canalla, infame y caprichosa, que causa un quebradero de cabeza vil e innecesario. Un padecimiento insoportable, demasiado duradero, demasiado injusto. Ha quedado demostrado.

La noticia del sobreseimiento del caso arroja por ende, una brillantísima luz. Y nos mostramos decididos y convencidos. Veámoslo así. En pleno fervor de la anulación, de la desaparición en la nada de quienes fueron todo (pero que fueron sucia mentira), en plena vorágine de la trampa y del sinsabor, no podemos pasar por alto que este es un momento y una situación feliz y esperanzadora para este deporte, y sobre todo para lo que nos toca de cerca.

Una búsqueda, paso a paso, de ese atletismo limpio que tanto se anhela. Lo más limpio posible, al menos. De esa búsqueda de la credibilidad. Esa credibilidad que el atletismo ha venido perdiendo irremediablemente en los últimos tiempos, no sin razón, y que afronta ahora la dura escalada de un precioso pero ínfimo peldaño con un caso tan significativo como este. Un peldaño más en una lucha que va a durar mucho, mucho tiempo. Tal es el daño. Pero la conclusión debe ser el desechar obedientemente la generalización, con esa tan manida creencia, de que todo es incierto, de que todos mienten, de que todos falsean y engañan. Y esta situación nos adiestra en ese sentido. Un contrapunto a la maltrecha línea de flotación de un deporte que un día fue bello y puro, que siempre ha seguido manteniendo esa belleza, pero que ha perdido irremediablemente la inocencia de los que lo miraban antaño con ojos cristalinos, con la virginidad de quien no se cree engañado. Debemos luchar porque no se pierda esa inocencia. Y, como perfectamente ha definido Villacorta, que no se nos despiste lo que ha ocurrido, por qué ha ocurrido, por qué ocurre. Que no se nos olvide fácilmente.

Y convertido en lucha constante y titánica, vemos un resquicio de sensibilidad, una llamada a la esperanza.  No todo está corrupto y pervertido. Eso se deduce, sin necesidad de laboriosa lectura entre líneas. Aún quedan personas que aman lo que hacen. Que hacen lo que aman. Y que lo único que anhelan es trabajarlo con la mayor pureza que su convicción les permite revelar y manifestar. Y en el fondo, a pesar de los malos momentos, siendo un paso atrás, lo ha sido para tomar impulso. Debemos creer. Porque es lo que necesita el atletismo.


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