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Arturo Martín: el guionista del milagro de Fernando Carro

Publicado por
Alfredo Varona
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Fue el hombre que paró en seco a Carro cuando volvió desanimado de los JJOO de Río 2016 con la sensación de que estaba en declive y de que este tren había pasado para él. “Es imposible. Tienes 24 años”, le hizo ver.

Le había avisado: “Fernando, no te cebes en el primer 1.000 y no se te ocurra pasarlo a 2’38” porque ése no es nuestro ritmo”.

Y Fernando, que ha tardado 27 años de su vida en llegar a correr en Mónaco, la Diamond de Mónaco, le había escuchado. Fernando siempre escucha a Arturo. No hacerlo sería como abrir un libro por la última página: perderse lo mejor.  

Y Fernando había preparado esta carrera como si fuese la carrera de su vida. Y sabía que estaba bien. De hecho, la misma mañana de la carrera, la última vez que Arturo volvió a hablar con él por teléfono volvió a recordarle en primera persona del plural que “estamos para bajar de 8’10”. No hacía falta que le recordase “cuánto tiempo llevábamos esperando una carrera como ésta”. No hacía falta, porque a Fernando se le veía en los ojos, en el trote de 15’00” que hizo por la mañana, en la manera que fue a buscar a ese fisioterapeuta para que le aliviase el tendón, el tendón que le estaba molestando.  

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Arturo es Arturo Martín: el entrenador. Un hombre del barrio Moratalaz que apenas ha salido nunca en los medios y que ese viernes, el viernes de la Diamond de Mónaco, estaba trabajando para la Federación en el Europeo sub-23 de Suecia. Pero interiormente no dejaba de pensar en Mónaco, en la maldita ley de las oportunidades. “Fernando nunca ha corrido una carrera así y las grandes marcas se hacen en las grandes carreras”, decía y se decía a sí mismo.

A la hora de la carrera, Arturo bajó a una cafetería enfrente del hotel. Pidió una cerveza y una hamburguesa. No se sabe si para calmar el hambre o los nervios. Sí sabe que su corazón ya latía fuerte como cuando era atleta porque Arturo también fue atleta. Un buen mediofondista que llegó a hacer 4’13” en 1.500 obstáculos o 5’29” en 2.000 metros en pista cubierta. Un hombre que, desde los 19 años, es entrenador. Un hombre con más prestigio en la profesión que popularidad en el mundo y al que hoy por la tarde le tengo frente a mí. No tenemos ninguna prisa: tenemos todo el tiempo por delante. Pero, como en las carreras que duran ocho minutos, hay que dar rápido con la tecla. Si la  conversación se alarga mucho será un problema: desconfío de las conversaciones largas en las que uno acaba pidiendo la hora. El lector no perdona. 

Arturo estaba en Suecia aquella noche en la que Fernando Carro iba a hacer 8’05″69 en 3.000 obstáculos. Arturo iba a abrir esa noche la puerta de su habitación en el hotel, a llamar a su mujer que un día aprobó al cuarto intento las oposiciones a profesora (“y eso es la vida: intentarlo y volver a intentarlo”); a no dormir y a emocionarse viendo una y otra vez por el móvil la carrera de Fernando Carro. Antes de que yo llegue a preguntárselo, ya se lo había preguntado él: “¿Y si Fernando  no vuelve a hacer nunca más 8’05″69?

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Podría pasar, pero como en las películas ya nadie podrá eliminar ese día de sus vidas. 

Yo seguiré  escribiendo que fue un milagro y Arturo Martín seguirá contestando que “los milagros no existen”. Pero sí admitirá que aquella noche “fue algo excepcional, porque no es normal batir un récord de España que llevaba 17 años. Al contrario. Lo normal es no batirlo. Pero estamos aquí, trabajando en un Centro de Alto Rendimiento,  para buscar lo excepcional”.   

Hoy es lunes por la tarde, Arturo no tiene doble sesión, pero cuando termine de hablar conmigo se irá a casa y seguirá trabajando. Así se busca lo excepcional. Y a veces se encuentra. 

Y cuando se encuentra como en Mónaco suceden cosas tan maravillosas como aquella noche en la que, nada más terminar la carrera, Pablo Sánchez, Adrián Ben y Agueda Muñoz, atletas que estaban con Arturo Martín en Suecia, corrieron en volandas hacia a él a abrazarle con la sensación de que había ocurrido algo irrepetible: 8’05″69. Todavía nos cuesta escribirlo sin faltas de ortografía: cosas del orgullo, incontestable, razonable. 

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“El último 400 le salió en 1’00”, rememora Arturo Martín, que no es un hombre de muchas palabras pero sí las suficientes: las palabras forman parte de la caja de herramientas de los entrenadores.  Las palabras son las que ponen letra a los éxitos, las que siempre nos recuerdan que la vida merece la pena. 

Podrá salir o no, pero casi siempre habrá una oportunidad de que salga. 

Hace tres años, tras volver derrotado de los JJOO de Río de Janeiro 2016, Fernando ya no creía en esa oportunidad. Se había lesionado al saltar el primer obstáculo y, aunque logró terminar la carrera, ni siquiera esa muestra de honradez, fue suficiente para animarlo. “Vino diciendo que estaba en el declive”, recuerda Arturo. “Que quizá ya había hecho lo suficiente al estar en un Mundial, en unos JJOO con la sensación de que esto se había acabado, de que ya no iba a poder entrenar tanto”. 

Arturo le preguntó entonces: 

-¿Cuántos años tienes?

-24, tengo 24. 

-Tu carrera entonces no está acabando sino que está empezando -le hizo ver el entrenador, que se enfrentó a la dura tarea de reformar la casa. 

-Pero yo no hubiera podido hacerlo sin su ayuda ni la de su entorno -añade-. Si sufrimos tenemos que sufrir todos. Y entonces entre todos nos dedicamos a trabajar para recuperar la mejor condición de Fernando, la constancia, y la recuperamos, porque Fernando ama correr. Necesita correr. Es su manera de sentirse libre como la de otros puede ser cantar, escribir…, lo que sea. 

Y hoy es tanta la felicidad que esto merece la letra de una canción. Fernando está en Navacerrada estos días “escapando del calor de Madrid”, y su entrenador Arturo Martín, con una camiseta polo de la Federación, aquí conmigo, a la sombra en un parque de Madrid, contestando preguntas, haciéndonos ver que, a su edad, uno ya sabe como domesticar al triunfo.

Porque no siempre fue así y porque también lo ha pasado mal. 

Arturo Martín fue el entrenador de Alberto García, aquel atleta que dio positivo por EPO tras ser campeón de Europa de 5.000. Sé que no le hace gracia que se lo recuerde, pero el periodismo es repasarlo todo, lo bueno y lo malo. “Es la otra parte de mi biografía”, admite. “Los atletas son personas que toman decisiones que a veces no es justo que afecten a un grupo, a un entrenador, a todo un entorno…, pero… Yo me quedé con la conciencia tranquila, pero me sentí fracasado a nivel personal, porque no supe transmitirle que eso nunca se debía hacer, pero…”

-¿Pero usted nunca notó nada extraño?

– No, y a lo mejor es que fui demasiado ingenuo… Pero no lo noté, no.

-¿Aquello le hizo mejor o peor persona?

-No lo sé. 

-¿Más desconfiado? 

-Eso seguro. 

16 años después, Arturo es el mismo hombre que levantó cabeza (“la vida sigue”), el mismo que  dice en voz alta: “Fernando no tiene nada que ocultar”. El mismo que recuerda que Fernando lleva valiendo menos de 8’15” antes de que lo hiciese este mes de junio en Roma, “pero las marcas hay que hacerlas”. El mismo, en definitiva, que en 2010 hizo a Arturo Casado campeón de Europa de 1.500 en Barcelona, “pero ¿qué valió más, eso o cuando fue cuarto en Valencia o quinto en Helsinki?”

Con esa pregunta, demuestra que la vida es una trayectoria. Que la vida es esfuerzo. Fernando ha llegado este invierno a los 170 km semanales. Fernando vive las 24 horas del día por y para esto. Fernando tiene un tesoro metido en la cabeza que le ayuda a hacer hasta tres días de series a la semana…

Fernando, en realidad, es ese hombre que lleva tatuado el nombre de Arturo en su piel. Y el de Jesús del Pueyo, que fue su primer entrenador. Y esto no es estética: esto son valores, que tal vez algún día pertenezcan al primer atleta blanco en bajar de 8’00” en los 3.000 obstáculos. Y, aunque hoy parezca un milagro, hay en la vida real una puerta que no está cerrada. 

@AlfredoVaronaA 

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Alfredo Varona