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504 atletas en un solo hombre

A los 77 años, el mítico entrenador Domingo López sigue al pie del cañón con una naturalidad que apasiona y unos números que desbordan

No es nada personal, solo pasión por el atletismo. Así que imaginen a un hombre de 77 años que no sabe nada del alzehimer. Un tipo espectacular en el que no falta ni vida ni espacio: uno de esos amores que curan heridas y de los que no se terminan nunca. Una inteligencia que no contrasta con esa ironía suya que aún le concede el deseo de poder agacharse “para ponerse los calcetines o de salir a correr por la pista de San Cugat” y ya da igual que lo haga a 6’00″/km. La vanidad, si es que alguna vez la hubo, ya caducó en su vida. Los defectos perdieron la vergüenza porque “todo el mundo los tiene y en eso yo soy el rey del mambo”. Pero aun así Domingo López es ese hombre que te desarma con las palabras y con los números que tampoco dudan en enorgullecerse de él. Ha entrenado a 504 atletas desde 1963, la mayoría de los cuales lo adoran como se demostró el pasado domingo en un homenaje por sorpresa que le prepararon. La nostalgia entonces dio una lección. “No sabía que uno aún podía emocionarse de esa manera, hablar con lágrimas en los ojos o, simplemente, levantarte y que te espere un día así en el que volví a ver atletas que llevaba media vida sin volver a ver”.

Pero así de maravillosa puede ser la vida o así de maravilloso es él, Domingo López, el maestro, quizás el maestro más antiguo de Barcelona. El hombre que no engaña a nadie: “Cuánto más mayores nos hacemos, más defectos nos salen a flor de piel”. El entrenador de maratonianos con 40 años de antigüedad que no cree “ni en los volúmenes abusivos ni en los kilómetros chatarra”. El padre de tres hijos (uno de los cuales, Jordi, es escritor) que nació en Zaragoza y se educó en Barcelona, donde jamás debatió su nacionalidad. “Ante todo, yo soy español”, explica Domingo López, cuya fotografía no es una mentira de la tecnología sino una prueba letal de su vida en la que no cabe el abandono. Sus atletas todavía lo acusan de “estar hecho un chaval”. Y él no los desmiente ni por un momento, porque “intento cuidarme, no alejarme nunca de la comida mediterránea y no dejar de utilizar la cabeza. No sé qué más secretos contar”.

Si hay que morir que sea hablando de atletismo, ‘carpe diem’. “Igual que hay gente que colecciona sellos, yo colecciono ideas de atletismo”.

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Así que en esta conversación con él no sabe uno como separar la vida del atletismo. Quizás ni merezca la pena intentarlo porque entonces restringiríamos a un fuera de serie a una sola cosa. Yo me di cuenta la primera vez que le llamé y estaba haciendo compras navideñas con su mujer. La segunda vez, a las cuatro de la tarde, le cogí pegado al ordenador preparando planes de entrenamiento. Y lo primero que imaginé es que con un hombre así uno acabaría hablando de Jack Nicholson o de Henry Fonda. Pero entonces me encontré con un simpático caballero que no se negocia ni por un millón de dólares. Si hay que morir que sea hablando de atletismo, ‘carpe diem’. “Igual que hay gente que colecciona sellos, yo colecciono ideas de atletismo”.

Así que hoy hemos dado con el escenario perfecto y casi no sabemos por dónde empezar. La duda es sabia con un hombre que, “excepto en Boston”, estuvo en los mejores maratones del mundo. Un hombre que pudo ser un gran atleta hasta que sus meniscos se dieron a la fuga en la década de los sesenta. “Había sido campeón de España de cross juvenil y llegué a correr un 1.500 en 3’52” en pista de ceniza”. Un hombre  que se levantaba a las cinco de la mañana para entrenar, porque “el sacrificio existió siempre, no es una cosa nueva de ahora”. Un hombre que tampoco apagó la luz ante esa lesión de la que nunca se operó, quizás porque le abrió los ojos de una nueva vida. “A los 20 años,  descubrí que podía ser más feliz ayudando a los demás que ayudándome a mí mismo y que esa idea no tenía nada de malo”. De ahí que a los 77 años siga con los dedos pegados al cronómetro y a sus órdenes. “Sólo hay que sentir química con él y con el atleta, recordar que tú no eres su mentor, sino una parte más de su vida en la que nadie sabrá  hasta donde puedes ayudarle, porque no solo depende de ti. También depende de él y que yo sepa no hay manera de cuantificar eso o, al menos, yo no la he conocido nunca”.

“Un atleta, desde categoría cadete hasta senior, nunca podrá autoentrenarse. (..) Hasta entonces está el entrenador para enseñar y para poner paz”.

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Hoy, Domingo López no sólo es un mar de vida. También es una mezcla de culturas en la que habitan el bolígrafo y la cabeza, el viejo y el mar. Un libro de historia en el que compaginó el atletismo, primero, con sus estudios de peritaje en la escuela industrial y después con su trabajo en Mercedes Benz. Pudo ser difícil pero no fue imposible como demostró hasta su último día de trabajo  en 1996.  “Entonces, cuando se llevaron la empresa a Vitoria, opté por una indemnización fuerte que me permitió pagar por mí mismo la cotización a la Seguridad Social hasta la fecha de mi jubilación”. Y nunca fue un problema, porque le quedaba su pasión por el atletismo, la posibilidad de vivirla al límite, de viajar por el mundo  “o de encontrar un atleta como Javier Cortés que no sólo llegó a correr el maratón en 2:07 sino que también ganó en Amsterdam lo que significó una subida de adrenalina enorme porque todos somos humanos y parecía tan difícil ganar una prueba de ese nivel… Pero resulta que nosotros estuvimos ahí y supimos como hacerlo”.

Y claro que fue grande o demasiado grande. Y claro que ha de contarse con la emoción que merece. Y por eso hoy los recuerdos brillaron en la desorganización de esta conversación que no tuvo miedo de la anarquía ni de los datos. “He tenido atletas juniors con 4’15” en 1.500 que acabaron en 3’42″”. Y no es presumir de nada sino recordarlo todo o explicar que “un atleta, desde categoría cadete hasta senior, nunca podrá autoentrenarse. A partir de ahí ya sí, si lo hace con sentido común, pero hasta entonces está el entrenador para enseñar y para poner paz”. Y en ese sentido Domingo López siempre será esa voz de tenor que lo razonará todo con una memoria que le pone a uno a prueba. No se sabe si es normal o excepcional, prueba de magia o de terror. Pero la realidad es que a su lado acabamos recordando a Calderón de la Barca en una mañana de lunes. “Si ya no se puede soñar al menos sí se puede recordar”. De ahí que a él se le ocurra regresar al año 78 y a la antigua Unión Soviética “donde fui un mes a trabajar con el atleta José Carbonell dos años antes de los Juegos de Moscú y aprendí demasiado. Fue una experiencia enorme. No sé si fue mi momento cumbre porque luego tuve a campeones de España, tuve la historia que he contado con Javier Cortés y realmente no sé cómo elegir. No sería justo y acaso imposible. Tampoco conozco un baremo real para medir eso, porque seguramente ni exista y no voy a ser yo quien lo invente”.

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Y, aunque nombres como los de Emiliano García, Encarna Escudero, Bartolomé Serrano, Juan Ramón Moya, Javier Caballero, Eva Sanz o el actual Jaume Leiva viajan de un lado a otro en esta conversación ya no se puede personalizar en nadie. Quizás porque esta vez tampoco llegué a Domingo López para hablar de los demás, sino para hablar de él, de sus 77 años de historia, de un entrenador que irradia sabiduría o de un hombre que irradia la locura de vivir como si volviéramos a las pistas de ceniza de la Barcelona de ayer en la que se rompieron sus meniscos. “La lealtad es la misma porque la vida siempre le deja a uno momentos buenos en cada día”. Y en medio de eso siempre quedará él y cada uno de sus 504 atletas, 504, que, en vez de volverlo loco, lo pacificaron hasta los restos. De ahí Domingo López y su sonrisa afín, la reputación de su vida, la complicidad de sus labios y la posibilidad de ponerlo de ejemplo sin caer en el error de idealizarlo. No es nada personal, en realidad, sólo pasión por el atletismo como imaginaba antes de tratarlo: ya lo había dicho.

Fotos y vídeo del pasado domingo en un homenaje por sorpresa que le preparó un nutrido grupo de exatletas


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