Hasta ahora le achacábamos a este Barça que no era certero. Que necesitaba demasiadas ocasiones para hacer gol y que le costaba horrores cerrar los partidos. Tanto en Huesca como en Bilbao bordó las primeras partes con un dominio casi absoluto del juego y generando peligro con relativa facilidad. Dinamismo y agilidad mental y física para romper dos defensas bien plantadas y que apenas concedían espacios. Pero no entraba el balón. Y eso generó finales demasiado ajustados para lo que se había visto sobre el verde y un Ronald Koeman que no podía estar 100% feliz. Aún se le agriaba el gesto. Faltaba ‘matar’.

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