El Hapoel Katamon de Jerusalén no tiene hinchas. Tiene miembros, que son su esqueleto, su fuerza vital y, básicamente, su alma. Se dicen tolerantes y pluralistas y luchan, en una ciudad dividida, contra la homofobia y el racismo. Por eso, su ausencia en el fútbol pos-coronavirus deja un hueco que se siente más allá de las butacas vacías