Miércoles 23 de julio. Cinco de la tarde. Conexión Barcelona-Singapur. El dúo mixto formado por Dennis y Mireia acaba de sumar otra medalla de plata a los éxitos del equipo nacional. Andrea responde a la llamada henchida de orgullo, atropellada por las circunstancias y, sobre todo, consciente de lo conseguido hasta ese momento. “Hay barreras muy bestias que hemos derribado”, reconoce. 

Le pregunto cómo está y cómo se siente. “Bastante entera -dice- porque la cosa va bien”. En el momento de escribir estas líneas, otra medalla de oro ha subido al marcador. Y ahí está Andrea Fuentes, viéndose reconocida en la idea que quiso implementar desde que llegó. “Aterrizamos en el CAR mi marido Víctor -ex gimnasta y entrenador de acrobacias- y yo. Fue una decisión familiar porque siempre vamos en pack con los niños. Veníamos de la experiencia en Estados Unidos, donde llegué y me encontré un equipo bajo mínimos, con cero recursos. Una oportunidad para aprender el oficio y hacer crecer a la selección americana. En seis años llegaron las primeras medallas mundiales y los Juegos Olímpicos, donde conseguimos una plata. ¡Wow, qué viaje!”.

La idea era que Fuentes se quedara hasta los Los Ángeles’28 pero la llamaron “de España y nos subimos a este tren. Nunca había cogido a un equipo con hábitos muy formados. Han sido unos meses increíbles. Sentí tanto respeto hacia mí y los vi tan abiertos de mente y con tantas ganas de disfrutar como equipo que cambiamos la dinámica”. Y funcionó. 

El objetivo de Andrea Fuentes estaba muy claro: “No quiero sólo medallas. Quiero dejar huella. Hacer algo mágico. Inspirar a la gente de aquí y a la de fuera”. Habla con pasión. “Nos hemos juntado las personas ideales en el momento ideal -asegura-. Eres pintora y tienes los mejores pinceles y la mejor pintura. Lo que imaginaba está ahí. ¡Es tan agradecido!. Hablamos el mismo lenguaje. Es un gusto artísticamente. Tenemos mucha escuela detrás, pero ha mejorado el nivel técnico. Y la manera de cuidar la salud mental, por lo que ellas y yo habíamos vivido. Mi rasgo más diferencial como entrenadora no es no dirigir bajo el signo del miedo. La inspiración y la superación es mi tarjeta de presentación. Ni gritos, ni amenazas, ni lloros. No. Incluso estamos cambiando la atmósfera en el Mundial. Influimos en el resto de los equipos. Ya no ves a tantas niñas llorando. Somos personas y las quiero empoderar. Si las tratas como soldados no pueden rendir. Que sean auténticas, con opinión y se sientan capaces de todo. No con el “sí, señora” en la boca y bajando la cabeza. Que cuando se retiren, vayan a una empresa nueva con estas bases”.

La fotografía que acompaña a estas letras es de aquella Andrea deportista de élite a la que no le agradaba “el solo pero que era muy cañera y feliz con el equipo”. Echa la vista atrás y recuerda cientos de vivencias. Pero el que le viene estos días de gloria a la mente es el de su hermana Tina, también nadadora, fallecida hace unos años. “La pienso mil veces. Me encantaría compartir todo esto con ella. Hubiera avalado este cambio. Habíamos hablado mil veces cómo sería entrenar de una manera distinta porque tampoco le gustaba lo que vivió”, explica. Le pide “fuerzas antes de competir y me encantaría decirle que lo hemos conseguido, que hemos demostrado que se pueden obtener resultados disfrutando”. Que el corazón marque el camino.