La Vuelta sobrevive a su día más terrible

El frío y la lluvia, protagonistas en el tramo final

El frío y la lluvia, protagonistas en el tramo final / EFE

Sergi López-Egea

Sergi López-Egea

El puerto de Padornelo era tenebroso. No estaba el día para andar en bici y apenas los ciclistas se podían identificar entre sí. Había aguantado el tiempo y cuando la Vuelta dejó Galicia para penetrar en lastierras de Zamora se cerró el cielo, bajó la temperatura, se puso a llover y los coches que acompañan al pelotón tuvieron que poner los faros de niebla. Terrible, sin más.

En la meta de Puebla de Sanabria, vacía de público como todas las demás, los ciclistas huían hacia los autobuses, trataban de buscar un lugar caliente, con la caleacción puesta, para quitarse la ropa mojada, secarse, ducharse antes de emprender viaje a Salamanca, y tomar alguna bebida cálida, un chocolate, un te, lo que fuera, con tal de entrar en calor. Terrible, sin más.

En la subida a Padornelo, que no era el Tourmalet, pero si un monte donde penetraba el viento que helaba todavía más las manos y las piernas desnudas, Chris Froome tiritaba de frío, como si hubiese entrado en pánico; él, que lo ha ganado todo; él, que no quiere dejar la Vuelta y al que no se le caen los anillos para ayudar, hoy en las Hurdes o mañana en La Covatilla, a Richard Carapaz en la misión no imposible de restar los 39 segundos de ventaja que le lleva Primoz Roglic con la recompensa de ganar la carrera. Pero, hoy, Froome, más por el frío que por falta de fuerzas, tampoco pudo seguir la estela del pelotón y llegó a Puebla de Sanabria a 12 minutos del ganador, Jasper Philipsen, un belga de 22 años, del UEA de Tadej Pogacar, y que se impuso en un esprint extraño pero que Froome se perdió, como tantos otros. Terrible, sin más.

Viento de cara durante buena parte de los 230 kilómetros, ciclistas que tuvieron que madrugar antes de las 7 de la mañana para hacerse hora y media de autobús de su hotel a la salida y después, tras cruzar la meta, ducharse y comer, otras dos horas de carretera hasta llegar a Salamanca. Terrible, sin más.

«Yo soy de la opinión que etapas de tantos kilómetros en carreras de tres semanas no son necesarias», queja para la polémica de Enric Mas, casi tiritando, calado hasta los huesos. Pero esta fue una etapa que se hizo de urgencia porque hoy, en circunstancias normales y sin el puñetero covid, a principios de septiembre con previsible mejor tiempo, se habría llegado con esprint anunciado a Oporto, en vez de Puebla de Sanabria. Pero las autoridades lusas renunciaron a la Vuelta por la pandemia y como ya estaba comprometida la salida en la localidad gallega de Mos, el pueblo natal de Óscar Pereiro, el ganador del Tour del 2006, pues no había otro remedio que aumentar kilometraje y buscar un punto intermedio para llegar hoy a Ciudad Rodrigo a través de las Hurdes, otra vez con mal tiempo y tormenta a la vista. Terrible, sin más.

Sin pandemia, los ciclistas ya haría unas cuantas semanas que estarían de vacaciones puesto que noviembre nunca ha sido un mes de carreras. Muchos ya están cansados de una competición que tuvo que reanudarse demasiado tarde y luego llegó todo seguido para acabar el año en la Vuelta. Terrible, sin más.