Vingegaard sentencia a Pogacar

El jersey amarillo triunfa en solitario en la cumbre de Hautacam tras una magnífica etapa de estrategia del Jumbo

Con un Wout Van Aert mágico, en una jornada clave marcada por la caída del ciclista esloveno bajando Spandelles

Vingegaard (izquierda) y Pogacar (derecha) durante la etapa

Vingegaard (izquierda) y Pogacar (derecha) durante la etapa / EFE

Sergi López-Egea

Sergi López-Egea

Un día se recordará que a las 16.45 horas de un 21 de julio el Tour 2022 se quedó sin el duelo más intenso que recuerdan los libros de ciclismo. Todo se acabó cuando a Tadej Pogacar le derrapó la rueda trasera en un puerto llamado Spandelles, que se estrenaba en la carrera y que pasará a la historia más por su bajada que por su ascenso.

El favorito, la gran estrella del ciclismo contemporáneo, se entregó al arte y al tremendo poderío del ciclista que le aguantó más golpes que un saco de boxeo. Jonas Vingegaard hizo algo más que ganar en el templo de Hautacam, porque con esa victoria lograba algo superior, algo que solo un milagro puede impedir, que el domingo llegue a los Campos Elíseos vestido de amarillo.

Hasta cinco veces atacó Pogacar a Vingegaard en la subida a Spandelles y hasta en cinco ocasiones el jersey amarillo, no sin dificultad, lo neutralizó para dar calidad a un duelo increíble, donde no había pistolas ni sables, solo ruedas de bici, sabiendo los dos que solo podía quedar uno.

Y ese uno fue Vingegard, reforzado y protegido siempre por un Jumbo enorme como los Pirineos, un equipo genialmente dirigido, como gustaría que hicieran otros, y con piezas colocadas y distribuidas estratégicamente en cada punto de montaña para que el ciclista danés nunca se sintiera solo y supiera que si Pogacar, más solo que la una, le complicaba la vida más de la cuenta siempre encontraría una bici amiga para animarlo, marcarle el terreno y conducirlo a Hautacam.

¿Y si no se cae?

Nunca se sabrá qué habría pasado si Pogacar no se da el castañazo bajando Spandelles. La caída del corredor esloveno cambió indiscutiblemente la lectura de este Tour, como lo hizo su error imperdonable de creerse más fuerte de lo que es y olvidarse de comer y beber en el Granon cuando Vingegaard le arrebató el jersey amarillo.

Fue una caída que llegó metros después de la cabriola de Vingegaard, quien controló el accidente gracias a los frenos de disco de la bici. Con la mecánica antigua casi seguro que también se estampa en el asfalto.

Se habían vigilado, soportado; Vingegaard había observado a un Pogacar desesperado que tras unas aceleraciones endemoniadas veía como el jersey amarillo se agarraba a su rueda, resoplaba con fuerza, pero a la vez respiraba aliviado porque era un paso más, un metro menos, un kilómetro recortado hacia París.

Pogacar tenía que ceder y solo lo hizo cuando se fue al suelo para lastimarse el muslo izquierdo, seguramente más dolor de rabia que físico, porque ese tipo de golpes duelen más en frío que en caliente.

Y fue entonces el instante escogido por Vingegaard para esperarlo, para demostrar que el fair play también existe en elciclismo. Llegó a su altura algo maltrecho y se dieron la mano, enterraron el hacha de guerra, se acabó el duelo. Allí, en esa caída, en el contacto de esas manos sudorosas, supo el ciclista danés que la ofensiva de Pogacar se había acabado.

Un corredor feliz

En este lugar, seguramente, se sintió el ciclista más feliz del mundo porque sabía que en unos instantes iba a tener a su lado a Sepp Kuss, el chico de Colorado que vive en Andorra, escalador fino y que le daba seguridad. Y, sobre todo, porque por delante estaba un corredor que no es de este mundo, Wout van Aert, todo el día en el frente, todo el día tirando y todo el día sabiendo que si le pedían auxilio por detrás allí estaría él para empujar a Vingegaard y ayudarlo a noquear decididamente a Pogacar a 4,4 kilómetros de la cumbre de Hautacam.

Qué imagen más bella, los tres grandes jerseis de este Tour, el amarillo (Vingegaard), el blanco (Pogacar) y el verde (Van Aert) ascendían como los tres mejores corredores de este Tour. Hasta que se quedó Pogacar. No hizo falta atacarlo. La caída le había sacado del cuadrilátero del Tour.

Van Aert y Vingegaard se fueron hasta que el danés se quedó solo para buscar la gloria de Hautacam, para ganar vestido de amarillo, como solo lo hacen los grandes héroes de esta carrera, para entrar en la historia de los Pirineos, en la inmensidad del Tour. Ni levantó los brazos para contentar a los fotógrafos. No hacía falta. Su victoria fue más grande todavía porque lo hizo ante el número uno de este deporte.