El Tour es como una caja de bombones

En un país como Francia te puedes encontrar sorpresas, a veces no muy agradables, en el momento más inesperado

El Tour, cerca de cerrar su edición de 2020

El Tour, cerca de cerrar su edición de 2020 / EFE.

Sergi López-Egea

Sergi López-Egea

El avión de París a Málaga había llegado con retraso y en la agencia de alquiler de coches había una cola de espanto. Por eso, el periodista francés que tenía hotel reservado en Fuengirola, llegó tardísimo. Faltaban dos días para que comenzara en Puerto Banús la Vuelta del 2015, la que ganó Fabio Aru tras hundir a Tom Dumoulin en la sierra madrileña. Eran las 11 de la noche y divisó en el Paseo Marítimo un restaurante abierto. Llegaba con otra mentalidad. Y casi entró suplicando en el establecimiento: "¿Sirven cenas todavía?", dijo en un casi perfecto castellano. "Por supuesto, señor, son las 11 de la noche y estamos en segundo turno".

En la Francia profunda, con pueblos conservados como en ninguna parte, con 'chateaux' cada vez que levantas la cabeza, con edificios que siguen recordando el pasado napoleónico, con gente amable, hay algo que sigue resistiéndose año a año y es el horario nocturno. Se sigue cerrando cocina antes de las 9 de la noche y, a buen seguro, con el ejemplo de Fuengirola, alucinarían. Y es que el Tour es como una caja de bombones. La abres y nunca sabes lo que te puedes encontrar.

HOTELES CON CÓDIGO

La Vuelta a España en estas cosas es más previsible. No hay hotel que no tenga abierta la recepción las 24 horas y no existen los códigos para abrir y cerrar puertas, sitios que pueden resultar maravillosos para ir de vacaciones, pero donde no se puede entrar antes de las 18 horas, y a las 9 de la mañana ya te preguntan a qué hora piensas partir. Y ojo con no avisar, porque te puedes encontrar las puertas cerradas, aunque generalmente en algún buzón aparece un sobre con el nombre del huésped y una llavecita en su interior.

De la anécdota de la muleta en la habitación escribí hace unos años el capítulo de un libro. Sucedió la noche de julio de 1991 en la que Miguel Induráin, al llegar segundo a Val Louron tras Claudio Chiappucci, se vistió por primera vez de amarillo. En la habitación, que estaba sin hacer, había una muleta que había olvidado un huésped y un botiquín lleno de medicinas, con frascos abiertos, que a buen seguro habría gustado enviar a un laboratorio a cualquier médico encargado del control antidopaje.

PUEBLOS Y COMARCAS COLAPSADAS

Y es que, a veces, incluso ahora, con menos gente por culpa del covid-19, los pueblos y las comarcas se colapsan y no dan abasto para atender, siempre lo mejor posible, eso es indiscutible, a todas las personas que llegan, que buscan acomodo, que quieren evitar irse a dormir con el estómago vacío.

Porque es tanta y tanta la gente que acostumbran a mover las grandes rondas ciclistas, 2.000 o 3.000 personas la Vuelta y el Giro, y casi el doble, a excepción de este año por razones obvias, el Tour. Pero lo de la caja de bombones también es aplicable a la ronda italiana. Miguel Induráin y su séquito del entonces equipo denominado Banesto estaban felices y encantados de tener en el Giro de 1992, el primero de los dos que ganó el corredor navarro, el mismo hotel durante dos días, lo que les evitaba abrir y cerrar maletas y, sobre todo, poder disponer de más tiempo para descansar. Pues bien, todo el gozo en el pozo. El hotel resultó ser un establecimiento de citas y por los pasillos había un movimiento continuo de personas, varones todos ellos, que no hacían otras cosas que molestar y alterar el sueño de los ciclistas. Lógicamente, al día siguiente buscaron otro sitio para dormir.

UNA ANÉCDOTA ALPINA

¿Y a qué viene ahora hablar de los bombones y las sorpresas? Posiblemente algún lector no creerá lo que voy a contar a continuación pero le sucedió el miércoles, tras la gran etapa del Col de la Loze, a una persona acreditada en la carrera. El aparthotel alpino, entre que lo habían tenido cerrado por el confinamiento y no lo habían vuelto a abrir hasta el Tour, se encontraba al pie de Méribel. ¡Todos desbordados! Pero, cierto como que para ganar el Tour hay que saber ir en bici, que el protagonista de esta anécdota abrió su habitación, fue al baño, ¿y qué se encontró flotando en el retrete? Es fácil de imaginar. El Tour, para lo bueno y para lo malo, es un mundo encantador de sorpresas, aunque no siempre sean agradables.