Pogacar para la Tierra y gana el Tour

Pogacar le roba la victoria final a Roglic y entra en la historia

Pogacar le roba la victoria final a Roglic y entra en la historia / PERFORM

Sergi López-Egea

Sergi López-Egea

La Tierra se detuvo y dejó de dar la vueltas sobre las montañas de los Vosgos. Amaneció el día gris, para todos, pero más para Primoz Roglic. Ni en el peor de los sueños podía imaginar que un fenómeno de la naturaleza, paisano suyo, de la Eslovenia ciclista, llamado Tadej Pogacar, lo azotaría de la forma más canallesca tal cual hizo el Jumbo con todos durante tres semanas.

No se veía cosa igual en la historia del Tour desde que Greg Lemond cortó las alas a Laurent Fignon en la única vez que a la organización se le ocurrió programar una contrarreloj en los Campos Elíseos. El estounidense derrotó al francés, pero entonces fue de una manera ajustada. Por solo ocho segundos sonó en París el himno estadounidense y no La Marsellesa.

Pero sobre el asfalto de la Planche des Belles Filles, la montaña de los Vosgos que ha quitado gloria y fama al histórico Ballon de Alsacia, no se dio un resultado ajustado, fue una paliza en toda regla, como cuando el púgil aspirante, el que va recibiendo golpe tras golpe en cada asalto, conecta un derechazo y deja grogui al campeón.

Pogacar, un chaval que solo tiene 21 años, subía por las cuestas de la Planche des Belles Filles como si fuese una autopista, como si no hubiera ni futuro, ni presente y como esa Tierra que solo si dejaba de girar, tras la exagerada subida al Col de La Loze, se parase en esencia, para condenar a Roglic al infierno, por la tiranía de su equipo, por bloquear la carrera, por privar de espectáculo durante tres semanas, por no dejar atacar a nadie, salvo a Pogacar, cómo no, en el Peyresourde.

Y, sobre todo, para mayor épica del ciclismo de toda la vida, para demostrar que para ganar el Tour no se puede ir todo el día con la calculadora en el maillot, que hay que atacar. Porque por muy tirano que fuese el Sky de Chris Froome o el US Postal, dopaje al margen, de Lance Amstrong, para plasmar dos épocas más o menos recientes en las que un equipo bloqueaba la carrera, siempre hubo un etapa, un Alpe d’Huez, un Ventoux, en el que el jefe atacaba de lejos para poner la general patas arriba. Y no solo en la zona de vallas.

Un ángel ejecutor 

Pogacar, 21 años, subió por las cuestas de la Planche des Belles Filles, en una contrarreloj convertida en cronoescalada en su parte final, como un ángel, pero ejecutor, para convertirse en el ganador más joven desde que el Tour es el Tour. Porque si se repasa la historia de la carrera se descubre que en 1904, un francés llamado Henry Cornet, llegó vencedor a París todavía más joven que este prodigio de Eslovenia. Pero eran otros tiempos y ni se corría en equipo, ni había tácticas, ni nada que se asemeje lo más mínimo al ciclismo actual.

Fue un bombazo, ciertamente algo inesperado, casi inaudito y una bendición. Sí, una bendición a los locos, a los inconscientes, a la libertad sobre la bicicleta. Porque, además, Roglic, controló a su joven paisano mientras el llano asomó en la contrarreloj, pero cuando llegó la montaña, el alma del ciclismo, se vino tan abajo que hasta llegó a la meta descompuesto, con el casco torcido, porque ya sabía que a falta de 267 metros para cruzar la línea de meta había perdido el Tour. Un golpe del que costará levantarse mientras el mundo contempla desde lo alto de los Vosgos el nacimiento de una gran estrella, de un Pogacar, al margen de banderas, para disfrutar por muchos años.